El Real Madrid se apodera de la Supercopa

Una pelota le llegó a Benzema por alto, escoltado por varios leones rojinegroblancos, y desapareció. No se supo a donde fue, ni donde la metió el francés hasta que la aturdida defensa del Athletic la encontró y la despejó. Fue como en aquella fiesta de Desayuno con Diamantes cuando O.J. Bergman le dice a una chica con un vestido entallado si se había sacado la copa del bolsillo.

Parecía haber salido el Madrid hecho un pincel, gustándose por la calle ante las miradas. Había un poco de todo. Combinaciones, cambios de juego, aperturas, individualidades. Un eslalon de Rodrygo, un taconazo de Vinicius… hasta que el Athletic, una vez sacudido del baño, empezó a apretar y a frenar a los blancos, arriba y abajo. Se reorganizaba el Madrid verbalmente y provocaba peligro, se recordaba a sí mismo quién es y volvía a serlo, superando al Athletic, removiéndolo, encontrando posiciones cercanas de disparo como el de Benzema dentro del área.

Ganaba mayormente el Madrid los duelos, pero los de Marcelino se resistían mordiendo esos rechaces como pirañas, como con dientes pequeños y rápidos. Se abría, se expandía el Madrid como una respiración y el Athletic se comprimía. Robaba la salida Modric, muy arriba. Un Madrid cambiante, un baile de máscaras. Jugaba bien el local en los tres cuartos que a partir de ahí se estrellaba como una caballería contra una barrera de picas empinadas.

Un larguísimo y milagroso y preciso pie de Mendy salvó la contra que aprovecho Casemiro a la vuelta. El regate de Vinicius por la izquierda levantó una ovación que ahogó el pase. Eso era lo que pasaba: por el centro nadie sabía nadar. Por los lados el Madrid flotaba, pero la defensa carnívora del Athletic tapaba toda posible vergüenza. Toni Kroos se sirvió de Balenziaga como de una esquina de la mesa para centrar de lado a lado como un jugador de billar.

Se ponía alto el partido, como para empezar a sentir algo de vértigo. El Athletic tenía que abrirse hasta por detrás del banderín para hacer el efecto, hasta que Rodrygo tiró del mantel para en el último momento dejarlo caer delante de Modric que volvió a inventar, Lukita, como en nuestra juventud, la «giovinezza» que hizo explosión en ese balneario alpino del Madrid antes del concierto.

Variedades de Moulin Rouge

A la vuelta esperaba el Athletic en defensa posicional. Duelo táctico de sorpresas que sin embargo ganaba en los primeros minutos el Madrid, impasible ante el cambio de estrategia. O más que impasible adaptativo. Una adaptación al clima que trajo un aguacero para los rojiblancos en forma de penalti por mano clara de Yeray en el área que marcó Benzema a media altura. Solo le quedaba lanzarse a los leones y eso pareció que era a lo que se encomendaban en los instantes primeros.

Se lanzaba también Marcelino preparando tres cambios directos como se lanzaba Rodrygo con una verticalidad de estilete, marcelista de Marcelo. Dejaba el Madrid ahora con la intención aviesa de contragolpear. Pases largos del Madrid que parecía lanzar el sedal como si pescara con mosca. Pequeños espectáculos estéticos se sucedían. Tremendo es ver galopar a Valverde pletórico de ganas y de potencia y de «giovinezza».

Jugaba el Madrid atrás con una solvencia arriesgada, con la confianza exultante, la forma perfecta, la idea, las variedades de Moulin Rouge de Ancelotti. Su palabra. La que aseguraba que el Madrid puede jugar de muchas formas. Y era cierto hasta que reculó creyendo suya la Copa tras lo que el asedio del Athletic propició el penalti por mano de Militao que fue expulsado a falta de tres minutos. Lanzó Raúl García que superó a Courtois, pero este vio la pelota casi sobrepasarle y estiró la gadgetopierna. Una parada artística, portentosa, reflejosa si es que pudiese existir esa palabra. Una parada inmensa de estrella mundial que envió a grabar el trofeo de la Supercopa.