La grotesca sobreprotección en la que vive el fútbol femenino
Se exagera los aforos en estadios, no se critica nada, no se acepta nada de polémica... una lista de cosas que no ayudan a su crecimiento
La imagen que demuestra por qué en el fútbol femenino no se puede cobrar lo mismo que en el masculino como pide Yolanda Díaz
Todo está bien hecho. No se pueden hacer críticas. Todos van a una y eso indica ir a veces hasta contra la realidad. El fútbol femenino sigue creciendo en España, una gran noticia, pero sigue siendo una disciplina minoritaria.
La pasada Supercopa de España jugada en Leganés dejó ya la imagen de un fútbol que sigue sin interesar. Es una realidad y algo que hay que cambiar, pero que es así ahora. No se llenan estadios ni en encuentros en los que hay muchas futbolistas campeonas del mundo y la asistencia media de una jornada de Liga es de unos 400 espectadores.
Pero más allá de los datos están las actitudes, las explicaciones y cómo se quiere hacer ver lo que no es. Para hacer crecer un deporte lo primero es saber cómo está, en que situación se encuentra, y no inventarse realidades por querer hacer ver que ese deporte, en este caso el fútbol femenino, es algo que no es ahora, aunque ojalá que lo sea en el futuro.
Hablamos aquí de una grotesca sobreprotección del fútbol femenino por parte de quienes más lo siguen y de las propias protagonistas. De un discurso exagerado que es uno de los motivos por los que siga sin despegar. Seis meses después de la histórica victoria en el Mundial, el fútbol femenino en España, en lo que se refiere a su interés, sigue como antes: en mínimos. Es una pena, hay que trabajar para que se mejore, pero esa es la realidad.
Y no ayuda exagerar o inventarse situaciones que no existen. Por ejemplo, hace unos días hubo un encuentro de la Copa de la Reina entre el Athletic y el Madrid CFF. El partido se jugó en San Mamés y acudieron 21.996 espectadores. Se vendió como un éxito total, como un ejemplo de que el fútbol femenino interesa, pero la realidad es que precisamente ese dato refleja que falta mucho para que interese.
Esos 21.996 espectadores reflejaban solo el 41 % del aforo del estadio del Athletic. Es decir, ni la mitad del campo se llenó. Y eso que todos los socios del equipo de Bilbao entraban gratis. El Athletic tiene 43.699 socios, por los que ni la mitad decidieron ir ¡gratis! a ver a su equipo femenino. El día antes, en fútbol masculino, hubo un aforo de 51.475 espectadores en un partido para el que sí se pagaba (también los socios) y con un precio mucho más alto.
Hay más ejemplos. Es habitual no encontrar ninguna crítica en cualquier cosa que tenga que ver con el fútbol femenino, especialmente a las jugadoras. Si una futbolista se equivoca, falla un gol cantado o una portera hace una 'cantada' se la protege de una forma casi amateur, sin un mínimo de crítica. El deporte profesional –que es a lo que debe aspirar, y con letras mayúsculas, el fútbol femenino– requiere de una crítica por parte de aficionados y/o medios de comunicación, siempre por supuesto respetuosa, pero crítica al fin y al cabo. Aquí no, aquí es prácticamente habitual que se señale que las jugadoras son «personas» a las que hay que proteger, como si los jugadores o profesionales de otro deporte no lo fueran. Todo muy protector.
Unido a esto, es poco habitual que quienes siguen el fútbol femenino creen polémicas que son sanas para el debate público, que crean a su vez afición y debate, como puede ser fallos arbitrales (se intenta a menudo justificar a la árbitra del encuentro, aunque los fallos sean clamorosos) o ocultando además información que es relevante, como puede ser la mala relación entre jugadoras o entre futbolistas y sus entrenadores, problemas típicos de un vestuario en cualquier deporte y que aquí son silenciados siempre. El caso más clamoroso es el de la nula relación que hay entre Alexia Putellas y Aitana Bonmatí, las dos grandes futbolistas españolas, ambas ganadoras del Balón de Oro.
En los últimos tiempos se ha llegado a hablar de «locura» o «máxima expectación» presentaciones como la de Jenni Hermoso con Tigres, su nuevo equipo en México, a la vez que se veía parte de la grada vacía, en una presentación que si bien había gente, en cualquier deporte profesional se consideraría lo normal, nada extraordinario.
Este asunto también se ve en los medios de comunicación, que saben perfectamente cuánta audiencia tiene una crónica de un partido de la Primera División del fútbol femenino español (baja) o cualquier noticia de actualidad, como puede ser el caso del reciente fichaje más caro en la historia del fútbol femenino: 450.000 euros.
Y ahí están las audiencias. Todo un Barcelona - Real Madrid, con hasta 11 campeonas del mundo, además de congregar solo al 60 % del aforo del estadio, tuvo una audiencia de 370.000 espectadores en una cadena nacional (La 2 de Televisión Española) con un triste 3,5 % de share, una de las últimas opciones del telespectador. Y ese dato lejos de analizarlo de forma objetiva y de asumir que es muy bajo, lo convierten en una cifra maravillosa. Un Real Madrid - Barcelona fue menos visto que los documentales de La 2.
Y todo ello a la vez que hasta la Champions League, la competición más importante de Europa, se regala y se puede ver gratis, sin pagar ni un euro, algo inimaginable no ya para la Champions masculina sino por ejemplo con la Euroliga de baloncesto. La Champions femenina se puede ver gratis porque su seguimiento de pago es muy bajo. Por supuesto, la final de este torneo, como una Eurocopa, un Mundial o un gran partido se puede ver, pero es algo aislado, la excepción en la actualidad. 5.599.000 espectadores vieron la final del Mundial, un gran dato, pero que no refleja la realidad del día a día: aquella vez hasta las personas que criticaban el fútbol se pusieron frente al televisor para ver ganar a España. Eso también ocurre con otras disciplinas (baloncesto, balonmano...) que después durante el año no se siguen.
No es un tema de género, ya que el baloncesto masculino también ha perdido mucho interés, así como el fútbol sala o el balonmano. Y para ganarlo se necesitan más cosas que una sobreprotección en la que no señalar los problemas que se tienen y hacer ver que todo va bien cuando tristemente no es así.