Real Madrid 1-1 Girona
Un reglamento absurdo concede el empate al Girona en un clamoroso Bernabéu
Las decisiones arbitrales y las pérdidas de tiempo del guardameta visitante protagonizaron un partido marcado por el dudoso penalti en contra de los locales y el gol anulado a Rodrygo
Cada vez que se oye «especular» en una transmisión futbolística el sonido se parece al rechinar de una tiza sobre la pizarra. No deja nunca de sorprender el ímpetu con que los equipos se enfrentan al Real Madrid. Por eso los blancos son los mejores, porque siempre se enfrentan a lo mejor de lo mejor en su mejor versión y con su mejor actitud.
Tuvo el Girona el gol en los primeros minutos, pero respondieron los locales con un inmenso Rodrygo, un tentetieso bamboleante en la conducción, una galera de guerra bajo la tormenta en la que se inspiraban sus compañeros. Vinicius, Camavinga o Valverde sobresaliendo en sus detalles. Movía Eduardo al equipo, protagonizándose en el corte y en la confección.
Camavinga en la dirección
Repartía el juego en bicicletas como un chico de los periódicos. Caían esos balones en el sitio justo: entre las escaleritas de la entrada, las macetas y algún gnomo decorativo. Estaba el Madrid con ritmo, de lo que adoleció en la primera derrota de la temporada el martes. Camavinga era el factótum, supervisado por Kroos.
Castellanos estuvo a diez centímetros de batir a Courtois en un remate que pilló por detrás a Rüdiger. Tanto era Camavinga que Modric lo encontró infiltrado entre la defensa y con espacio para ensayar con el interior un disparo que podría haber sido un chupinazo, el inicio de una fiesta, el mismo que buscó Valverde y encontró Rodrygo enviando la pelota al palo.
Movía el Madrid el balón en los tres cuartos con Modric de inopinado lateral en ese posicionamiento, pero luego se estiraba el Girona a la mínima, como leipzigizado. Cambiaban constantemente sus cromos los locales, menos el de Eduardo, que hasta un campo entero era capaz de subirse él solo, incluso tan rápido como para que le siguieran pocos de los suyos.
Pero contemporizaba el francés. Medía sus acciones con un criterio de joven aprendiz virtuoso al que dejan hacer los veteranos. Y hacía bien. Luka y Toni le contemplaban. Y Courtois también contemplaba como el rival metía pelotas y más pelotas en sus dominios. Entonces el ritmo ya no era tan bailable.
«¡Fuera, fuera!»
El Girona era un cogollo alrededor de su área y una cuádriga en el contraataque. Herrera hizo temblar los tres palos del mejor portero del mundo en una oportunidad única tras el pase atrás de Valery, que en la lucha derribó a Carvajal. Tronó el Bernabéu después de otro derribo de Camavinga en la frontal. El «fuera, fuera» era señal inequívoca de hartazgo, de toro malo con el que no puede haber lidia justa.
Tenía poca banda el Madrid, muy centrado, poco alegre por los lados que cubrían en formación de tortuga los visitantes. Las florituras de Mendy en su área eran electrizantes para bien y para mal. Al miedo le sucedía la épica, a la oscuridad la luz que enardecía al público por el estallido que no acababa de producirse, ni mucho menos, con un rival que hacía mucho más que soñar.
Se metió Vinicius no en la banda, pero casi. Por dos veces hizo temblar la defensa de las barras el brasileño. Alguien parecía haberle recordado que porfiase por su lado. Y lo estaba haciendo. Vinicius tenía órdenes precisas de exprimirse y por ese apretujado empezaba a cambiar el partido con Camavinga, que seguía con la batuta.
Carvajal no tiró a David López, pero el árbitro dijo que sí. Ancelotti reía con el sarcasmo de las buenas oportunidades perdidas no precisamente por la buena respuesta del rival. Balones a Vinicius y faltas contra el Madrid por las que clamaba el graderío. Había imprecisiones y enormes llanuras por recorrer en el campo. La entrada de Asensio por Camavinga supuso una pequeña revolución total en el Madrid.
Penalti y gol anulado
Tocaba el Madrid y salían los del Girona como morenas ocultas en sus oquedades. Trenzó el Girona tras una picardía y luego salvó Gary Cooper Courtois, hecho una enrabietada maraña imposible de superar. Había trazado el Madrid un plan sobrevenido como si fueran la banda de Tom Sawyer. Rüdiger era Huck y Toni era Tom. Lo estaban intentando y lo lograron. Vinicius para empezar y para terminar, con Rodrygo, Carvajal y Valverde arrastrándose por la noche.
Se lanzaba el Madrid. Gazzaniga se encontró con un trallazo a la media vuelta de Asensio, el nuevo Solskjaer isleño. Previamente Rodrygo había hecho una diablura de fuerza y habilidad por el acantilado. La contra la perdió el mallorquín in extremis, justo antes de que el árbitro, a instancias del VAR, esa cosa después de lo visto, señalara penalti por un balón que dio en el pecho de Asensio.
El escándalo caído como un bloque sobre el Bernabéu. El regalo para el visitante en la casa del campeón, que hizo cambios espasmódicos para ganar. Otro escándalo sobrevoló Chamartín con el gol anulado a Rodrygo por un reglamento tan claramente absurdo como claro fue el gol del brasileño que no tocó a Gazzaniga para marcar. El remate, no el literal, para los blancos fue la expulsión de Kroos por doble amonestación fantasiosa.
Se acababan los nueve minutos de añadido con los nueve jugadores de campo blancos volcados contra un notable contrario convertido ya en triquiñuela, cuya conjunción con un reglamento absurdo le otorgó un empate obtenido casi fuera del campo, incluso a pesar de sus indudables méritos.
Ficha técnica:
Girona 1: Gazzaniga; Gutiérrez (Hernández, m. 73), López, Bueno, Arnau; Romeu; Valery (Villa, m. 76), Aleix García, Herrera (Reinier, m. 73), Couto; Castellanos (Stuani, m. 76).
Goles: 1-0 (Vinicius, m. 70). 1-1 (Stuani, m. 80 P.).