El día en que en Versalles hubo más sombreros y mejores caballos que en Ascot
La Princesa Ana deja imágenes para la historia en una jornada que ha estrenado el podio con las vistas más majestuosas de los Juegos: los jardines y el palacio de Luis XIV
El tiempo en París estos días no entiende de moderación. El sol ha brillado tan fuerte y de forma tan espléndida que hay quien ha usado el paraguas tan necesario en la lluviosa ceremonia inaugural para guarecerse de la lluvia como hoy para ocultarse del sol en el graderío de Versalles. Temperaturas por encima de los 30 grados, ni una nube en el cielo, ni una sombra sobre el recinto olímpico y seis horas de competición han propiciado largas colas en los quioscos de venta se souvenirs de París 2024. Gorros y sombreros se han convertidos en objetos más deseados de este Ascot francés. Estamos en el territorio del Rey Sol y parece que se reivindica con la misma energía que la lluvia lo hizo cuando se le dio protagonismo al Sena. Curioso París.
Aunque Versalles no necesita más acontecimientos para pasar a la historia, no cabe ninguna duda de que hoy ha escrito una nueva página en su dilatada, espléndida y azarosa vida. El primer día de finales de las competiciones ecuestres, y por tanto, de entrega de medallas ha dejado imágenes soberbias del pódium con las vistas más majestuosas en la historia de los Juegos Olímpicos. La competición de saltos, así como la ceremonia de medallas de las pruebas ecuestres transcurren en un lugar del amplio dominio real de Versalles estratégicamente situado para observar la obra maestra de Le Nôtre, considerado el Leonardo de la perspectiva paisajística. Especialmente en la grada A, donde se encuentran las autoridades, la vista es soberbia y abarca el Gran Canal de Versalles, los jardines y, al fondo, el palacio. En primer término los mejores jinetes y caballos del mundo superando unos obstáculos adornados con motivos que hablan de la cultura y la historia del país. Aquí no se deja nada al azar ni se desaprovecha ningún plano.
La elección de Versalles ha sido uno de los grandes aciertos de esta olimpiada, hasta el punto que fue la primera prueba que agotó localidades pese a su elevado precio y los inconvenientes de desplazarse hasta aquí. «Esto es soberbio, único, todo merece la pena», señala una norteamericana sentada en la grada junto a mí que ha venido con su hija, aficionada a la hípica, un regalo tras graduarse en Stanford. «A ver cómo lo vamos a superar», comenta en referencia a las olimpiadas de Los Ángeles 2028. La pareja norteamericana se lleva la alegría en la jornada de hoy de ver de cerca a la Princesa Ana de Inglaterra, encargada además de entregar la medalla de oro al equipo de su país en la modalidad de Concurso Completo por equipos. Por muchas pruebas en las que la hija de Isabel II haya participado, por muchos palacios en los que haya vivido, es seguro que no olvida el día de hoy. God Save de King, la bandera de Inglaterra en el mástil, los ingleses con la medalla en el cuello, la emoción de los ganadores, la estampa de sus magníficos caballos, las banderas francesas ondeando por su equipo, que se ha alzado con la medalla de plata. Todo con ese fondo incomparable de Versalles. En el cielo, ese sol radiante que brilla más que ningún otro día.
No ha sido el único momento emotivo de un día especial en este lugar bellísimo. Los norteamericanos se han emocionado especialmente con la participación de su compatriota Boyd Martin, un veterano olímpico que cumple el sueño de la joven amazona Annie Goodwin. Goodwin falleció hace tres años en un fatal accidente montando a Bruno, el caballo con el que hoy ha competido Martin, su antiguo entrenador. Familia y entrenador decidieron seguir adelante con el sueño olímpico de Annie. Mágico momento en el que Martin ha dedicado su participación, al finalizar los saltos a los padres de Goodwin, presentes hoy en la grada de Versalles. Una grada que se ha rendido completamente a la maestría de Michael Jung, y que se ha hecho hoy con el oro en concurso individual y revalida su condición de jinete más condecorado de la historia. Su vuelta a galope con la soberbia estampa de los jardines y el palacio de Versalles como telón de fondo con toda la grada en pie aplaudiendo y diciendo su nombre es ya parte de la historia. A mi lado, pregunto a unos alemanes que ondean la bandera de su país, visiblemente emocionados. «¿Qué se siente? Imagínese, Michael es mi marido. Le he acompañado en muchas olimpiadas, pero hoy, y aquí… No encuentro las palabras». Qué grandes momentos nos está regalando esta olimpiada.