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José Luis Escrivá

José Luis EscriváPaula Andrade Brea

El perfil

Escrivá, el ministro en extinción que Sánchez regaló a la prensa

El ministro de la Seguridad Social va camino a sobrevivir tres años en un hábitat extraño al que ni quiere ni puede adaptarse

José Luis Escrivá (Albacete, 5 de diciembre de 1960) no es político. Su trayectoria en el Banco de España, el Banco Central Europeo, BBVA o la Autoridad Fiscal Independiente le mantuvieron durante todos los años de su carrera al otro lado del toril contiguo al ruedo político. Allí, en ese cómodo pero intenso sillón de técnico se dedicó a mirar (y a veces a sufrir) las ocurrencias de políticos sin formación a los que la corbata de ministro les quedaba demasiado holgada.

Fue un estudiante brillante, de aquellos de trabajo constante y dedicación, de los que se meriendan los libros con pasión por todas las aristas de la economía. Pronto cruzó la puerta del Banco de España cuando se pagaban los cafés con pesetas y el regulador dominaba los designios de la moneda. Llegó a Frankfurt a tiempo para preparar el nacimiento del euro al frente de la división de política monetaria del BCE. Lideró el departamento de Estudios de BBVA cuando se estaba gestando la gran crisis de 2008, y aceptó el encargo de Rajoy, que en 2014 le eligió como responsable de la AIRef, el órgano encargado de custodiar el artículo 135 de la Constitución Española sobre la estabilidad presupuestaria.

En enero de 2020 llegó su turno. Sánchez llamó, y él respondió. Fue una sorpresa. Una grata conmoción saber que en el gabinete del presidente estaría Escrivá. Un tipo solvente, serio y creíble. Un experto sin carnet de partido que integró el primer Consejo de Ministros en coalición de un Gobierno en España. Su papel no era sencillo. De pronto se encontró compartiendo una mesa abarrotada de políticos en la que nunca ha terminado de sentirse cómodo.

Tantos años en el sillón de técnico pasan factura. No está a gusto entre la fauna que le rodea. Se le nota en sus encuentros con la prensa, y en las entrevistas que concede. Es sincero y austero. Demasiado para sobrevivir en la jungla política y periodística actual.

Sus entrevistas son un regalo para la prensa. Es incapaz de asumir el marco comunicativo que cada mañana envía Ferraz a su móvil. Y no hace falta que lo haga, al igual que no hace falta apretarle demasiado para tener acceso a una espontaneidad que le ha metido en más de un lío. Le ocurrió el pasado martes en Onda Cero, al ser preguntado por la bonificación del impuesto de patrimonio decretado un día antes por Juanma Moreno en Andalucía. Escrivá tiró de honestidad y se mostró partidario de centralizar los impuestos para evitar la competencia fiscal entre comunidades autónomas. Acto seguido –tras la desafiante mirada de algún miembro de su equipo– quiso regatear la polémica dejando claro que lo decía a «título personal». Política y «opinión personal». La tumba de los justos.

Hace unos meses, Escrivá explicaba a los medios de comunicación los datos adelantados de afiliación a la Seguridad Social. En un momento, echó mano de su botella de agua para rellenar el vaso que debía encajar en el hueco de su atril. No había vaso. Escrivá salvó el despiste con naturalidad.

Hay un viejo mantra que solemos repetir los periodistas. Si quieres saber qué clase de persona ocupa un ministerio, fíjate en su gente de prensa. Organizado y cumplidor. Pero no político.

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