Entrevista
Robert Sirico: «El pecado del capitalismo es la codicia, y el del socialismo, la envidia»
El sacerdote estadounidense acaba de publicar 'La economía de las parábolas', en la que aplica a la economía las enseñanzas del Evangelio
Robert Sirico (Brooklyn, 1951) es sacerdote católico y fundador del Instituto Acton, ubicado en Grand Rapids (Michigan) y centrado en el estudio de la religión y la libertad. En aquella ciudad es párroco de la iglesia Sacred Heart. Acaba de publicar La economía de las parábolas, un libro interesante en el que compara las enseñanzas del Evangelio con la realidad de la economía.
Para hacerlo utiliza básicamente siete parábolas del Nuevo Testamento: El tesoro escondido, con la que señala que debe felicitarse al empresario que descubre y crea valor; El sembrador, con la que remarca que las economías no pueden crecer ahogadas por las espinas de las regulaciones y los impuestos confiscatorios; Los trabajadores de la viña, con la que anima a no condenar ni envidiar la buena suerte de los que triunfan; Los talentos, en la que enmarca el buen uso de los dones recibidos de Dios como una respuesta de fidelidad y gratitud al Creador y de servicio a los demás; El rey que va a la guerra, reflejo en su opinión del empresario prudente y audaz; El buen samaritano, cuya apropiada y gran labor caritativa con el necesitado contrapone al exceso de ayudas sociales del Gobierno que crean un gasto cada vez mayor y despilfarro (llega a vincular el Estado de Bienestar mal enfocado con el fraude y la compra de votos), y El hijo pródigo, que expone como reflejo del error de priorizar la visión puramente material del trabajo sobre su ofrecimiento al Padre.
De todo ello hablamos con el autor del libro, que ha venido a España para presentarlo. En nuestro país hay varios debates políticos que coinciden con su contenido. Entre ellos está la mentalidad estatalista y redistribuidora de la riqueza del actual Ejecutivo, plenamente contraria a la visión de Sirico: «No se puede redistribuir lo que no se ha producido primero, y lo que se ha producido, ha sido gracias a la visión y el talento individuales, la iniciativa y el riesgo. Hay una contradicción inherente con el poder centralizado, que confiscará lo que se ha producido por iniciativa individual. Tenemos que encontrar una forma mejor de equilibrar las necesidades de la sociedad con el impulso creativo de la gente que produce. Si no lo hacemos, si desalentamos la producción, no quedará nada para redistribuir». En su libro recuerda que a lo largo de la historia la población no ha salido de la pobreza redistribuyendo la riqueza, sino creándola.
Ser rico no significa necesariamente ser malo
El autor se refiere también a una cuestión recurrente en el debate político español: los ricos. En su libro incide en que las condenas al dinero que se leen en el Evangelio no se refieren a su posesión o a su existencia, sino a la actitud de la persona hacia él. «Algunos de los discípulos más cercanos a Jesús eran ricos: María Magdalena, José de Arimatea... Jesús fue a la cruz vistiendo una prenda muy cara. Podría seguir hablando de esto. La pregunta no es si las personas son ricas, sino si son generosas», indica en su conversación con El Debate.
La pregunta no es si las personas son ricas, sino si son generosas
«El ataque a las personas adineradas es que son codiciosas. Ciertamente algunas personas adineradas son codiciosas. Pero no tienes que ser rico para ser codicioso. Puedes ser pobre y codicioso. Si el pecado del capitalismo es la codicia, el del socialismo es la envidia. Cuando veo a una persona que ha alcanzado una gran abundancia, no le tengo envidia. Si lo ha hecho libremente, creando productos que la gente compra porque, según ellos, les beneficia en su vida, me parece bien. La envidia es muy destructiva y muy peligrosa, no solo para los ricos, sino para toda la sociedad», añade.
Los peligros de un centralismo excesivo
Sirico estima que «la planificación centralizada aumenta la burocracia y el papel de los políticos. Se traduce en que, para que las personas puedan triunfar en una sociedad tan burocrática, no lo hacen por ser creativas, sino por tener poder sobre las vidas de otras personas. Esto es muy destructivo, y lo hemos visto antes en la historia».
El autor se refiere para ilustrarlo a cuestiones actuales como la subida artificial de los salarios o el control de los precios: «Cualquier persona involucrada en el mercado sabe que los salarios no son arbitrarios. Son el resultado de la productividad. Puedes pagar a las personas porque son creativas y su trabajo es valioso. El mercado nos da el coste real de las cosas. Si ignoras el mercado o lo distorsionas imponiendo controles artificiales de precios a las cosas, acaba por suceder lo que ocurrió en Europa del Este con el comunismo: largas colas, escasez, personas que no tienen para las necesidades de su vida... Haces que la vida sea mucho más pesada e insoportable para las personas. Matas la creatividad como incentivo y disminuyes la dignidad de la vida humana en la tierra. Si hay competencia, cooperación pacífica que genera una respuesta en el mercado, las beneficiarias son las personas que compran el bien o el servicio».
Si ignoras el mercado o lo distorsionas acaba por suceder lo que ocurrió en Europa del Este con el comunismo
Frente a los extremos que podrían plantearse en política económica, Sirico da también una respuesta sobre el cuidado de los más vulnerables: «Cuando las personas tienen necesidades, necesitamos riqueza para ayudar a esas personas. Lo primero que hay que hacer es permitir que una sociedad sea productiva. Cuanto más rica se hace la sociedad, más dinero hay para ayudar a los que se quedan fuera. Muchas de esas personas necesitadas podrán tener acceso a los empleos que se creen como resultado de esta actividad productiva. Todavía hay personas que caen por debajo de ese nivel, que no pueden trabajar, que son demasiado mayores o demasiado jóvenes, o son discapacitadas. ¿Qué hacemos entonces? ¿Cómo ayudamos a esas personas? Tenemos el principio de subsidiariedad. Básicamente dice que la mejor manera de satisfacer las necesidades es en el nivel local de su existencia; no el Estado, sino la familia, la comunidad y el municipio. Si la situación ocurre en una sociedad generalmente próspera, habrá más dinero disponible. Ahí podemos crear incentivos para que las personas ayuden a otras personas. Una de las maneras es a través de la Iglesia. La Iglesia enseña la obligación moral de ayudar a los pobres. También podemos crear incentivos económicos al ayudar a las personas a reducir las cargas tributarias y facilitar la existencia de instituciones caritativas que sean independientes del Estado. Cuando el nivel más local no funciona, puedes subir a un nivel superior. Pero nunca se presume que la primera respuesta a una necesidad humana es el gobierno central. Esto solo aumenta el poder del gobierno central y corta la prosperidad necesaria para tener recursos que ayuden a los pobres».
En el libro aborda otras muchas cuestiones que tienen que ver con debates actuales, como que las parábolas del Evangelio presuponen la existencia y moralidad de la propiedad privada, que no todos los países pueden mejorar al mismo ritmo o que nadie en la Iglesia es rechazado por su estatus económico, entre otras.