«¿Almaraz? Sí, por supuesto. ¿Nuclear? Sí, por favor»
Son cada día más los expertos que advierten que la descarbonización de la industria y la lucha contra el cambio climático tendrán que hacerse con la nuclear sí o sí
Fue una danesa, de nombre Ann Lund, quien diseñó en 1975 el famoso emblema con el sol sonriente acogido por el movimiento antinuclear como su símbolo internacional. La versión española del Nuclear power? No, thanks llegaría un par de años después, en 1977. Han pasado casi cinco décadas y los incontables cambios tecnológicos y socioeconómicos acaecidos desde entonces, han hecho que el mercado energético global resulte absolutamente irreconocible.
Los argumentos de los antinucleares, sin embargo, no han cambiado un ápice. Siguen recurriendo al infausto recuerdo de Chernobyl en el 86 –luego llegaría Fukushima en 2011–, y desconfiando de la gestión de los residuos. «Esas peligrosas sustancias que mantienen su letal radiactividad durante milenios», recitan de carrerilla, obviando que su almacenamiento se ha probado seguro y que ya hay incluso países donde se recicla una parte de ellos para dedicarlos a producir electricidad.
¡Ay, Almaraz! Faltan tres años para su cese de actividad pero la planificación ha de comenzar ya, asumiendo que se perderán los 3.000 empleos y los casi 100 millones de euros de contribución a la comarca. «¿No decía este Gobierno que venía a acabar con la España vaciada? Pues no hay nada que fije más población en Campo Arañuelo que la central», explicaron a la prensa algunos de los miles de vecinos que acudieron a la manifestación del sábado. Llevan toda la razón. Igual que la tienen quienes rememoran las circunstancias en que Endesa, Iberdrola, Naturgy y EDP acordaron el cierre escalonado con la empresa pública Enresa.
En el Ministerio para la Transición Ecológica les encanta repetir que fue un acuerdo entre todas las partes, olvidando mencionar que la alternativa que ofrecía el Gobierno de coalición de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias a las propietarias de las cinco centrales, era un desmantelamiento mucho más precipitado. «En esa tesitura hubo que llegar a un pacto para seguir funcionando». Hace bien Foro Nuclear en recordarlo.
Solo la última actualización de laTasa Enresa supone un incremento fiscal del 30 %, equivalente a más de 1.500 millones de euros
Y luego están los impuestos, claro, que han convertido en inviable el negocio nuclear en España. Porque muchos de ellos se determinan sobre la producción de electricidad y no sobre los beneficios de las plantas, lo que ha dejado el parque nuclear hasta en números rojos, como pasó en 2020. Sólo la última actualización de la llamada Tasa Enresa supone un incremento del 30 %, equivalente a más de 1.500 millones de euros. Poco se parece la carga fiscal que soporta la nuclear a la del resto de componentes del mix eléctrico. Nada tiene que ver en realidad.
Así que entre una cosa y la otra, nos vemos en éstas: siguiendo los erráticos pasos de Alemania, cuya determinación a la hora de apagar los reactores le ha llevado a depender del gas ruso y a reactivar las centrales de carbón, con el consiguiente aumento de la contaminación. La catástrofe de Fukushima —provocada por un tsunami, no se nos olvide—, llevó a la canciller Angela Merkel a ratificar el cierre de todas las plantas en 2022. La decisión la había tomado su antecesor, el socialdemócrata Gerhard Schröder, que se convirtió en el gran lobista de la industria gasística rusa nada más abandonar el cargo. De vergüenza.
La cuestión es que son cada día más los expertos que advierten que la descarbonización de la industria y la lucha contra el cambio climático tendrán que hacerse con la nuclear sí o sí. En un contexto de emergencia climática, según señalan, declararle la guerra a una tecnología que asegura el suministro eléctrico a bajo coste y sin emitir gases de efecto invernadero, resulta incoherente. Eso es lo que explica que se estén construyendo más de 50 centrales nucleares en el mundo en este momento. Y eso es lo que alegó la Comisión Europea en 2022 a la hora de incluirla en su lista de energías verdes, por mucho que la decisión tuviera bastante más que ver con la crisis energética que provocó la invasión de Ucrania por Rusia.
Llegados a este punto, ¿defender la nuclear implica denostar las renovables? Ni mucho menos. Nadie cuestiona que deben dominar la transición energética, pero la eólica y la solar fotovoltaica, las dos con mayor potencial de crecimiento, son energías variables que dependen de las condiciones meteorológicas y hoy por hoy, no pueden almacenarse. Por eso necesitan otra energía que las complemente, y por muchas razones, la elección más adecuada parece ser la nuclear. El problema es que la izquierda lleva demasiado tiempo anclada en el trasnochado «¿Nuclear? No, gracias». Se dicen progresistas, pero viven en el pasado. He aquí un ejemplo más.