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Marina Fernández Andújar, en las instalaciones de la universidad

Marina Fernández Andújar, en las instalaciones de la universidad

Entrevista

Marina Fernández: «Hay alumnos que usan el móvil hasta en clase, lo que demuestra lo adictivo que es»

La doctora en Neuropsicología y profesora universitaria en la Universidad Abat Oliba CEU reflexiona para El Debate sobre la problemática de la actual presencia continuada de los teléfonos en las aulas

Es una de las grandes preocupaciones de padres y profesores en este inicio de curso. El debate sobre el uso y el abuso de los móviles por parte de los más jóvenes, y los efectos de las pantallas sobre su salud mental y también sobre su capacidad de concentración y aprendizaje, ha puesto en guardia a la comunidad educativa.

En Barcelona, era noticia recientemente un movimiento, que agrupado y organizado en torno a grupos de mensajería instantánea, aglutinaba la protesta de las familias con el objetivo de frenar «la normalización» de entregar un móvil a los niños de 12 años, coincidiendo con su entrada en el instituto.

En nuestros días, es común que los alumnos de secundaria tengan su teléfono inteligente. Son los propios padres los que entienden que su presencia a edades tempranas afecta a sus problemas relaciones y de concentración y atención.

En comunidades como Cataluña, donde nace esta iniciativa, la postura de la Consejería de la Educación es de permitir que cada centro educativo regule el uso del móvil en las aulas y otros espacios comunes. Así sucede también en la mayoría de comunidades autónomas.

El Debate ha contactado con Marina Fernández Andújar, madre de dos niños, doctora en Neuropsicología y profesora universitaria en la Universidad Abat Oliba CEU, para conocer su visión sobre esta problemática.

–¿Estamos ante una situación de no retorno en la guerra en las aulas contra los móviles?

–Los dispositivos tecnológicos –en este término incluyo todos– estaban ya al alcance de la infancia y la adolescencia desde hacía años. Ahora tenemos cada vez más datos científicos que si bien no pueden asegurar cuál es la edad óptima para introducirlos, sí que sugieren una serie de riesgos potenciales asociados a estas plataformas tal y como están ahora.

Hay una preocupación creciente que sale a la luz al hilo de esos estudios ante la potencialidad que va a tener en la salud de nuestros hijos dentro de 15 o 20 años, sin esperar ya a que la ciencia lo demuestre, sino para empezar a ocuparnos de esta preocupación.

–¿Cuál es son los efectos más dañinos para niños y adolescentes a nivel de rendimiento escolar?

–La Asociación de Psicología Americana (APA, en sus siglas en inglés) revisó la evidencia existente. Si bien nunca se puede determinar la edad ideal para iniciarse en estas plataformas, porque ello dependerá de cada niño, y de otro aspecto del que poco se habla, es decir, no tanto del tiempo de uso, como del contenido, sí sabemos los efectos sobre su cerebro.

En general, la APA habla de que las redes sociales provocan peor salud mental y más conductas de riesgo en la vida real (ciberacoso, sexting). El aprendizaje se ve resentido en cuanto a un descenso del tiempo de atención y el tipo de memorización es más vaga. El reto de la ciencia ahora es demostrar esta asociación de variables. Me gusta insistir en que en conducta nunca podemos hablar de causalidad, sino de relación entre ellas. No podemos basarnos solo en datos para tomar cartas en el asunto.

A vueltas con la prohibición

Ante esta inquietud, en algunos sitios no han esperado a la intervención de las instituciones y han entrado directamente a la raíz del problema.

Es el caso de un instituto de Ejea de los Caballeros, en Zaragoza. Allí, el IES Reyes Católicos se convirtió en un espacio libre de móviles –es decir, incluso en el patio, comedor y otros espacios comunes–tras una votación en el que participaron dirección, profesorado, trabajadores del centro y familias.

Tras esta decisión, hay quien aboga por prohibir la presencia de los dispositivos en los centros educativos durante el horario lectivo, aunque no se esté en clase.

–¿Te has encontrado en tus clases a alumnos mirando el móvil descaradamente?

–La tecnología está en nuestras vidas, y en concreto durante la pandemia fueron esenciales a nivel educativo. Pero después de ella, esa digitalización se ha mantenido. En mi experiencia personal, sí, sí los he visto, pero ahora parece ser que la tendencia no es tan exagerada, aunque yo me he llegado a encontrar a alumnos viendo una película en clase. Pero no debemos situar solo la culpa en ellos. El móvil es una poderosa herramienta que interfiere y debemos ser capaces de explicarles por qué estos dispositivos son tan adictivos.

–¿Eres partidaria de prohibirlos en los centros educativos?

–Madrid y Galicia ya tienen una regulación para que los espacios educativos sean libres de dispositivos móviles. Aquí en Cataluña, la mayoría de institutos lo tienen regulado, pero otra cosa son los espacios lúdicos (patio, comedor), donde se siguen utilizando. Por eso opino que debe de haber una regulación general para no dejarlo todo en manos de las escuelas. Y a partir de ahí, cada centro que afine en función de sus características y sus necesidades.

El hecho central no va de prohibir o no prohibir, sino de coger el toro por los cuernos y maniobrar para retrasar la entrada de estos dispositivos en la vida de los niños al suponer un abanico de posibilidades distractoras. Si todos los padres y madres nos comprometemos a comprar lo más tarde posible un teléfono inteligente, se reduce la presión social, ya que ese adolescente no podrá agarrarse al mantra de que es el único de clase en no tenerlo.

–¿Deberíamos volver a la tiza, al papel y al lápiz?

–Hemos pasado de cero a 100 y los adolescentes más vulnerables han sufrido esa transformación. No podemos decir que la exposición a las pantallas sea la causa de sus trastornos, pero estos han crecido muchísimo. Yo insisto en no ir en contra de la tecnología, porque eso sería ir en contra de una realidad donde todos estamos sumergidos, pero a nivel educativo, no es lo mismo un cerebro en desarrollo que más allá de los 18 años, donde el impacto de los dispositivos es diferente. Se puede buscar una situación intermedia donde se tenga muy claro por qué introducimos un dispositivo y por qué no. En la universidad se utilizan estas herramientas cuando ayudan, pero no basamos todo el aprendizaje en ello.

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