En torno a los chiringuitos universitarios
Uno se pregunta cuál es el nivel de endogamia de algunos centros universitarios públicos, y si esto afecta a la calidad de la enseñanza
Hace ya varios lustros, en la Universidad Complutense de Madrid se creó la figura de Colaborador Honorífico. Profesores de la institución celebraron la decisión, pues pensaban que serviría para atraer a algunos pesos pesados de cada disciplina. Sin embargo, pronto se dieron de bruces con la realidad, pues se nombró como tal a Pablo Iglesias en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología.
El líder de Podemos, más adelante, tuvo que dejar dicho puesto pues era incompatible con sus cargos políticos. Pero ahora, de nuevo, tras varios intentos, forma parte del claustro de dicha facultad. El político es doctor, pero por la propia Complutense.
Hace unos días Pedro Sánchez Pérez-Castejón, dizque presidente del Gobierno y doctorado por la universidad Camilo José Cela, cargó contras aquellas universidades privadas que se han convertido en «chiringuitos educativos» y afirmó que «la universidad no puede ser una fábrica de títulos sin garantía».
De nuevo el foco se pone en un lugar equivocado. Quizás sería mejor preguntar si no hay demasiados universitarios en España. Hasta hace poco, ser Licenciado era algo importante, pero no creo que, por ejemplo, un Grado en Derecho sea hoy garantía de nada, se haya sacado el título donde se haya sacado. La implementación del plan Bolonia, unido a los nuevos modos educativos de la ESO y Bachillerato, devaluaron enormemente los Grados y, en cierto modo, dejaron la auténtica educación superior para aquellos que sí puedan pagarse un Máster.
Por supuesto, hay carreras que, en sí, siguen teniendo enorme valor. Las facultades de Medicina, privadas o no, siguen siendo, afortunadamente, tremendamente exigentes. El título de médico no se lo saca cualquiera. Y como las universidades públicas no ofertan suficientes plazas, es lógico que cada vez haya centros privados que ofrezcan dicha titulación.
Más allá de esta polémica inventada, habría que preguntarse otros factores que realmente son preocupantes. Por ejemplo, y da igual el ranking que se mire, ninguna universidad española se encuentra entre las 100 mejores del mundo.
Además, uno se pregunta cuál es el nivel de endogamia de algunos centros universitarios públicos, y si esto afecta a la calidad de la enseñanza.
Otro factor que preocupa sobremanera es lo que realmente aprenden los titulados universitarios. Por un sinfín de factores (aprobados dudosos, trabajos plagiados, chat-GPT, escasa exigencia, bajo nivel del alumnado, escasa motivación del profesorado) no hace falta hablar con muchos chavales para apercibirse de las enormes lagunas de su formación. Ahora las carreras, presuntamente, forman profesionales, pero carentes de unas mínimas capacidades de contextualización. Y hay muchísimos titulados universitarios que tienen serios problemas a la hora de escribir un texto mínimamente coherente y cohesionado.
Por otro lado, quizás haya llegado el momento de dejar de hablar de universidades como un todo y centrarse más en las facultades. Por ejemplo, en la propia Complutense las facultades de Farmacia y de Medicina siguen teniendo enorme prestigio, pero hay otras que no pasan por su mejor momento -precisamente, las más endogámicas-. Quizás porque, como dice Sánchez, tengan más de chiringuito que de centro educativo serio. Claro que, no lo olvidemos, la Complu es de titularidad pública.
De nuevo nos encontramos con una polémica creada de la nada, estéril, y que aparta la atención de lo que se antoja como importante. Como se escribió en estas mismas páginas hace pocos días, un elemento fundamental para construir una buena universidad es tener buenos estudiantes. Si salen de los colegios como salen, al final en las facultades se hace más labor escolar que educación superior.
Si a eso unimos que muchos profesores universitarios, por muy doctores que sean -el doctorado, en España, no siempre garantiza que alguien sea docto- apenas saben de lo que están hablando, que la ANECA (Agencia Nacional de Evaluación y Acreditación) se basa en unos criterios tan objetivos como manipulables, y que existen planes de estudios tan poco exigentes como escasamente formativos, nos topamos con que hay centros universitarios ciertamente mejorables, pero no precisamente por lo que denunció el Presidente.
Pero, lógicamente, es más fácil echarle la culpa a esos chiringuitos universitarios que le regalan el título a cualquiera, incluido quizás el de doctor, que ponerse a hacer un diagnóstico serio de la situación de la universidad pública española y, a partir de ahí, plantear soluciones.