La Armada ya es española
De la misma forma que ocurrió en el siglo XVIII, normalizar el nombre de esa gran institución que es la Armada sigue siendo una tarea pendiente
Por más que Shakespeare insistiera en que nada importa como queramos llamar a una rosa, los nombres, y en particular los nombres históricos, tienen la capacidad de influir sobre nosotros, y en este nosotros quisiera sumar a todos los miembros de la Armada, los que son y los que fuimos.
En días de polémica, notará el lector que he dicho Armada y he dicho bien. El nombre de Armada, hasta donde yo sé, aparece en el siglo XIII. El Código de las Partidas, la gran obra legislativa de Alfonso X, lo usaba para designar a un grupo de navíos armados para la guerra. Para el Rey Sabio, era la cantidad de buques la que hacía la diferencia: el almirante era «el caudillo de todos los navíos que son para guerrear, tanto cuando son muchos ayuntados en uno, a que llaman flota, como cuando son pocos, a que dicen armada».
El tiempo iría cambiando el significado de armada y flota. Así, en la época de los Austrias, cuando la Carrera de Indias pesaba enormemente en el pensamiento estratégico de los monarcas, la palabra Armada quedó reservada para los navíos de guerra. El término Flota se utilizaba para designar a los convoyes de buques mercantes, normalmente también armados para la defensa contra los corsarios franceses, holandeses o ingleses.
Los monarcas de la casa de Austria contaban con numerosas armadas. Algunas de ellas, de evocadores nombres como la Armada del Mar Océano, la de la Guarda del Estrecho o la de Barlovento, existían para misiones concretas. Otras, como la de Flandes o la de Portugal, llevaban el nombre del reino que las sostenía. Todo ello cambió cuando, en el año 1714, buscando mejorar la eficacia, se creó la Real Armada integrando la práctica totalidad de las fuerzas navales de la monarquía.
La creación de la Real Armada supuso un importante hito organizativo, pero en absoluto logró uniformar la denominación de la institución. Escritos de la época usaban indistintamente los nombres de Armada, Real Armada o Armada Real. Por si eso fuera poco, Mazarredo, en un documento de la importancia de las Ordenanzas Generales de 1793, prefirió usar Armada Naval. Sorprende aún más leer de la pluma del marqués de la Ensenada, el gran estadista que llevó a la Armada a uno de sus mejores momentos históricos, que «sin Marina no puede ser respetada la monarquía española».
Poco a poco, el tiempo fue decantando el nombre que hoy oficialmente tiene la institución. Así, el Estado Mayor de la Armada se creó hace más de un siglo, en 1895, y el nombre de Armada fue el utilizado en toda la legislación posterior, entre la que, además de la Constitución de 1978, cabe destacar por su enorme influencia doctrinal la Ley Orgánica de la Armada de 1970; y por su valor como código ético de los marinos, las Reales Ordenanzas de la Armada de 1984, hoy derogadas.
De la misma forma que ocurrió en el siglo XVIII, normalizar el nombre de esa gran institución que es la Armada sigue siendo una tarea pendiente. A principios del siglo pasado, quizá por la influencia del Ministerio de Marina al que también estaba adscrita la marina mercante, se empleó profusamente el término Marina de Guerra, hoy en desuso. Más recientemente, somos muchos los que en documentos no oficiales y, muy particularmente, en redes sociales, hemos caído en el error de convertir el adjetivo española en una parte del sustantivo Armada.
Con ello, hemos cometido un error gramatical –el adjetivo debería ir en minúscula– y, además, una falta de respeto a nuestra historia que no nos perdonarían nuestros predecesores de hace algunas décadas. Todos los marinos que ya peinamos canas hemos sido educados en la convicción de que, por haber sido la primera, la Armada no necesita adjetivos nacionales que la definan, como tampoco los necesita la Marinha de Portugal o la Royal Navy. Y esto no es solo una elucubración histórica: aún hoy, la palabra Armada no necesita traducción al inglés y, cuando se hace, se traduce por Spanish Navy.
Los marinos de hoy no necesitamos que se nos recuerde lo que somos: servidores de España y de sus intereses sobre la mar. No está mal, sin embargo, que se nos invite a recordar cómo nos llamamos. Seguramente el Rey Sabio, desde donde quiera que esté, agradecerá que el nombre de Armada, histórico y evocador, continúe siendo parte de su legado.