Solo contra todos
Sánchez quema a su segundo ministro de Exteriores tras menos de ocho meses en el cargo
«Aquí no hay un giro de 180 grados», insistió Albares en una comparecencia en la que no respondió a ninguna de las preguntas de la oposición sobre el cambio de postura con el Sáhara Occidental
El Ministerio de Asuntos Exteriores se ha convertido en una silla eléctrica en el Gobierno de Pedro Sánchez. El presidente entregó la cabeza de su anterior ocupante, Arancha González Laya, a Marruecos para ver si así se le pasaba el enfado por el caso Ghali, y ésta acabó imputada por un juez de Zaragoza por la entrada posiblemente irregular en España del líder del Frente Polisario. Lo sigue estando a día de hoy.
Su sucesor, José Manuel Albares, se había defendido bien durante los siete primeros meses en el cargo. Hasta que el pasado viernes Marruecos filtró la carta de Pedro Sánchez a Mohamed VI bendiciendo su plan de autonomía para el Sáhara Occidental.
Desde entonces, Albares ha cargado a sus espaldas con la cruz y el desgaste de una decisión enteramente de Sánchez. Hasta el punto de que, durante la sesión de control al Gobierno en el Congreso de este miércoles por la mañana, dejó caer: «Hoy he visto publicada en un medio de comunicación la famosa carta», en alusión a la misiva de Sánchez, publicada por El País.
Algunas fuentes diplomáticas señalan que Albares no estuvo en la redacción de la carta, lo cual evidenciaría un distanciamiento con el presidente socialista; quien, antes que como ministro, lo tuvo a su lado como «sherpa» (como su principal asesor de Exteriores en La Moncloa). Pero desde el entorno de Albares afirman que por supuesto ha estado en toda la operación.
Solo contra todos
Sea como fuere, al ministro le tocó ayer miércoles enfrentarse al enfado de todo el arco parlamentario. Sabiendo, además, que no era a él a quien esperaban los portavoces de los partidos. «Aquí se vienen antes, no después. Además debería estar aquí el presidente, no usted», le recriminó el del PNV, Aitor Esteban, que protagonizó las intervenciones más encendidas. Albares llegó a recordar en el transcurso de la comisión que José María Aznar no compareció en sede parlamentaria durante la crisis del islote de Perejil.
El titular de Exteriores se cerró en banda y no respondió ni a una sola de las preguntas concretas de los grupos. A pesar de que, un día antes, la portavoz del Gobierno remitió a la comparecencia de Albares en el Congreso para aclarar todas las dudas. Eso sí, adelantó que el 1 de abril viajará a Rabat para oficializar la nueva normalidad con Marruecos. Incluida la reactivación de la operación Paso del Estrecho.
El ministro se limitó a repetir machaconamente que España no ha cambiado de postura, sino que sigue apostando por una solución en el marco de la ONU que satisfaga a las partes. Y, pese a ese «no cambio de postura», se felicitó de haber tenido la valentía de acabar con 46 años de callejón sin salida e iniciar un tiempo nuevo en las relaciones con Marruecos.
Entre otras cosas, para «terminar con las mafias que trafican con seres humanos». Como desveló El Debate el lunes, el presidente había sido alertado por los servicios de inteligencia de que Mohamed VI podía iniciar otra avalancha como la de mayo de 2021 para presionarle.
«Aquí no hay un giro de 180 grados», sostuvo, y se declaró «indignado» con las que llamó «ciertas manipulaciones». «No ocultamos nada». A lo que el portavoz de Vox, Iván Espinosa de los Monteros, le replicó: «Si no hay un cambio de postura, ¿para qué enviar una carta?». Y la del PP, Valentina Martínez: «Si usted no fue quien negoció todo esto, ¿quién lo hizo?, ¿El presidente directamente?».
El portavoz de Bildu, Jon Iñarritu, pidió en vano el original de la carta enviada por Sánchez al rey alauita. Y el de Unidas Podemos, Gerardo Pisarello, le reprochó que la embajadora de Estados Unidos en España conociera el giro de Sánchez antes que ellos, que son sus socios de Gobierno. Eso sí lo negó con rotundidad Albares. Y de hecho le preguntó que de dónde había sacado tal teoría, por «curiosidad personal».
Después de dos horas dándose con el muro del ministro, los portavoces empezaron a impacientarse. El de la CUP, Albert Botran, abandonó la comisión antes de tiempo, cansado de escuchar las evasivas del compareciente. Los demás se quedaron, pero no sacaron al ministro nada más.
Todos, salvo el PSOE, constataron algo: que si al término de la Comisión de Asuntos Exteriores se hubiera producido una votación a mano alzada sobre el volantazo en el Sáhara Occidental, los socialistas se habrían quedado en la más absoluta soledad.