La crónica política
Sánchez vuelve al lugar del «crimen»: busca a la desesperada algún nexo entre Feijóo y la corrupción
El presidente pretende encontrar algún esqueleto en el armario del líder del PP para acabar con él, como hizo con Rajoy. Pero su estrategia ya le está resultando contraproducente
Se abrió el telón del Congreso y apareció Pedro Sánchez hablando de corrupción y de la «famosa libretita» de Luis Bárcenas: «Le diré una cosa, señoría. Pese a los villarejos, pese a la destrucción de ordenadores, ustedes fueron condenados por corrupción por la Audiencia Nacional, señora (Cuca) Gamarra, por corrupción», afirmó el presidente el miércoles durante la sesión del control a su Ejecutivo.
Pareciera como si el reloj hubiera retrocedido años. Pero no, no era el año 2016. Ni tampoco el 2018. Entre otras cosas, porque después de aquello han pasado cosas. Cosas como que, en octubre de 2019, el Pleno de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional censuró al juez Ricardo de Prada por haberse extralimitado en sus apreciaciones en la sentencia del caso Gürtel, la que desencadenó la moción de censura con la que Sánchez derribó el Gobierno de Mariano Rajoy. «Se deduce con claridad la toma de postura ya de este magistrado respecto de varias de las cuestiones relevantes, que no eran objeto estrictamente de enjuiciamiento», le recriminaron sus compañeros togados.
Cosas como que, en el verano de 2020, la Audiencia Provincial de Madrid absolvió al el PP y los trabajadores supuestamente implicados en el borrado del disco duro del ordenador del ex tesorero porque los consideró «hechos no acreditados».
Cosas como que, en julio de 2021, el juez de la Audiencia Nacional Manuel García Castellón, instructor del caso Kitchen, desimputó a María Dolores de Cospedal y a su marido en un auto durísimo contra el PSOE y Podemos, personados como acusación popular. «La actividad instructora no puede concebirse como una suerte de soltar la red en fondeo por si se encuentra el delito, sino todo lo contrario», reprochó a ambos partidos.
Una red que ahora amenaza con echar de nuevo el PSOE para pedir que la Audiencia Nacional reabra la causa contra la ex secretaria general de los populares al calor de unos audios publicados por El País que datan de 2013.
Da que pensar. Cospedal ha pasado años alejada del PP. Ni siquiera acudió al Congreso extraordinario en el que fue proclamado Alberto Núñez Feijóo, el pasado mes de abril. Pero justo después de que Cospedal reapareciera junto al nuevo líder del partido en un Foro organizado por El Debate –el 4 de mayo–, el diario de Prisa se acuerda de ella.
Es evidente, pues, que el objetivo no es la ex número dos de Rajoy, sino Feijóo, al que el PSOE está tratando de buscar esqueletos en el armario para frenar su ascenso en las encuestas. Hasta el CIS ha acabado reconociendo esta semana que, en estos momentos, la suma del PP y Vox es 5,5 puntos más que la del PSOE y Unidas Podemos. En buena medida por ese efecto Feijóo.
En las dos últimas semanas, Sánchez ha vuelto a convertir la corrupción del PP en el eje central de su discurso, en un viaje al pasado de dudoso éxito. Porque ni el Pedro Sánchez de ahora es el de entonces –antes era el líder de la oposición, ahora es el presidente– ni el PP de ahora es el de entonces. De hecho, el partido ha mudado la piel por dos veces. Lo que no ha hecho –ni hará– es cambiar de sede, como había sido la intención de Pablo Casado.
Ni Pedro Sánchez es el de 2018 ni el PP es el de entonces
«Estamos ante el PP de siempre, el PP de la corrupción, de la Kitchen, de la Púnica. Ni Feijóo ni Moreno Bonilla son nuevos. Quien formó parte del problema, no puede formar parte de la solución», sostuvo el viernes el portavoz del PSOE, Felipe Sicilia, replicando el discurso de su secretario general con obediencia ciega.
Pero hasta los propios socialistas dudan de la estrategia desplegada por su plenipotenciario jefe de filas. Y más aún en mitad de la precampaña en Andalucía, donde escuchar a los socialistas hablar de corrupción es mencionar la soga en casa del ahorcado.
No es que sea ineficaz. Es que puede resultar contraproducente. Sánchez continuó su intervención del miércoles en la Cámara Baja con un autoelogio de su gestión: «Ustedes, mientras están más pendientes de parar esa famosa libretita sea como sea, el Gobierno de España está en lo que importa a los ciudadanos españoles: en que haya 20 millones de afiliados a la Seguridad Social; un salario mínimo interprofesional de 1.000 euros; en que uno de cada dos contratos, gracias a la reforma laboral que acordamos con los agentes sociales, sean indefinidos; en que se haya aprobado un ingreso mínimo vital; en que se haya aprobado una ley de Formación Profesional con 5.500 millones de euros para mejorar la empleabilidad de nuestros jóvenes o en que hayamos fijado un precio de referencia al gas que produce electricidad». Pero pasó totalmente desapercibido porque él mismo se hizo sombra al hablar de la «libretita». Y en un tono muy mitinero.
El largo final de curso
La realidad es que Sánchez no encuentra la tecla con la que resintonizar con el electorado de izquierdas, reactivarlo. Al presidente se le está haciendo muy largo este final de curso, y más que lo va a ser. El próximo jueves comparecerá en el Congreso por el caso Pegasus, con el único apoyo de su grupo parlamentario. Ni siquiera el de Unidas Podemos, que ha tomado partido por los independentistas en esta crisis, exigiendo la creación de una comisión parlamentaria de investigación a la que los socialistas se han resistido hasta ahora. Eso en el corto plazo, porque en el medio se le vienen encima las temidas –para la izquierda– elecciones en Andalucía.
Tan mermado de fuerzas llega Sánchez a esta evaluación final que hasta una ministra a la que menosprecia y da por amortizada como lo es Irene Montero se ha permitido el lujo de lanzarle un órdago esta semana. Y ganarlo, al obligar al PSOE a retirar las enmiendas que había presentado al proyecto de ley del solo sí es sí en contra de la prostitución. Una de las leyes señeras del presidente ha estado a punto de ahogarse en la orilla por el empeño de Sánchez de fingir que no necesita flotador para nadar en las aguas bravas de esta legislatura.