Sin alma, corazón, ni vida
Sánchez acaba de decirnos que nos ha salvado la vida a base de estados de alarma. El alma y el corazón los va a poner a partir de ahora. Yolanda Díaz le ha marcado el camino: muchos besos a la gente, mucho oído a ras de suelo, mucho cariño como el que le dio ella ayer a Unai Sordo a las puertas del Congreso, y del alma se encargará el padre Ángel, que ayer esperaba solícito al presidente a su salida del hemiciclo para darle un tutorial exprés de cómo llegar a las entretelas de la gente. Cuando ya se te ha agotado Franco, cuando le has mentido hasta al médico, cuando lo que te quedaba de alma se la has entregado al diablo Otegi, cuando hay un gallego que te ha adelantado sin despeinarse, siempre queda acercarte a las entrañas del que no puede pagar los plazos de la lavadora vendiéndole que le vas a hacer la vida imposible a los ricos (es decir, el sinónimo sanchista de las eléctricas y los bancos). Y dicho y hecho: fue reciclar el disfraz de Robin Hood y Belarra, embarazada de feminismo y revolución, se dio el gusto de decir que ellos han reorientado el rumbo del Gobierno. Que se chinche La Sexta y Yolanda, a la que le costaba aplaudir ayer al desalmado Sánchez, quizá por el peso de Sumar vestidos en su perchero y ondas al agua.
Sánchez recuperó ayer a los añorados Panchos cuando nos cantaban «oye esta canción que lleva, alma, corazón y vida, esas tres cositas nada más te doy». Y fue escucharle el Íbex 35 y las Bolsas se dieron un castañazo de hasta el 8%. Ya sabíamos que de él dependía la bolsa (vacía) pero desde hoy tiene nuestra vida en sus manos, esas manos que igual firman tesis copiadas que suscriben indultos a delincuentes. Cuando pongamos gasolina mañana y el surtidor nos pida la bolsa o la vida, ya sabemos el teléfono que le tenemos que dar, el de nuestro señor Castejón, el todopoderoso pastor que lleva a las ovejas al despeñadero, silbando mientras culpa a Putin, a la ultraderecha y a los señores con puro, a todos, menos a los que se sientan en el Consejo de Administración de Prisa. Mal, muy mal tiene que estar, y no solo en las encuestas, para que haya desenterrado la Operación Campamento, un mantra apolillado de tiempos de cuando el buen alcalde de Madrid, Álvarez del Manzano, no peinaba canas.
Como poco, le reconozco un acierto al conferenciante de ayer: tener cabreado a Gabriel Rufián le sienta bien a este indepe devoto de los chuletones madrileños con salsa de cabrales. Ayer colgó la camiseta y se puso traje y corbata, para recordarle al mundo que en el matrimonio indisoluble entre Pedro Sánchez y su ego, entre Begoña y su fantasía de primera dama , entre sus felonías y su sonrisa perdonavidas, el padrino es él, el que tiene en su mano el colchón de La Moncloa y los chapuzones veraniegos en La Mareta es él, el que reparte miel y hiel cuando le plazca, es él.
El presidente dijo que no lanza balones fuera cuando le echa la culpa de los males de España hasta al empedrado, y fue decirlo y los españoles que le oían vieron volar balones a todos los tejados posibles, sobre todo a los de los «traficantes del miedo», a los «curanderos» (gallegos, para más señas); esa necrofilia debe tener una lectura freudiana, porque quien lo decía ha sacado cadáveres de sepulcros y ha escondido muertos en un palacio de hielo para no contarlos. Siete años sin celebrar debate del estado de la nación y llegó Sánchez para pedir que no se hable mal de España fuera, cuando él lo hace dentro: dice en Cataluña que España es una nación de naciones y en Ermua que Euskadi y España son dos países libres, interviene las instituciones y esconde al Rey para que no le haga sombra. Eso no es hablar mal de España; eso es aniquilarla.
Pero las calles, sostiene Sánchez, están llenas de vida y las mascarillas ya no tapan nuestras sonrisas. Es cierto. Los pobres no llevan tapabocas mientras hacen cola en Cáritas, ni las clases medias cuando venden el coche para pagar gasolina, ni los ricos en tanto esperan la próxima llamada del presidente para que vayan a hacerle la pelota a La Moncloa mientras James Rhodes aporrea el piano como Sánchez nuestro futuro.