Dos cínicos en Ermua
El lehendakari, Iñigo Urkullu, es el sostén de Sánchez y el dirigente de un partido que durante muchos años recogió las nueces (y probablemente más de una gota de sangre inocente) que caían del árbol que sacudían «los chicos» de ETA
Miguel era el padre y Charo la madre de Miguel Ángel Blanco. Hoy descansan los tres juntos en un cementerio gallego, al que tuvieron que llevar los restos del hijo porque los que le habían pegado un tiro continuaron asesinándole durante largos años profanando su tumba en Ermua. Por esos imponderables de la muerte, ni Miguel ni Charo pudieron asistir ayer al mayor ejercicio de cinismo que se recuerda. En el acto de homenaje que el Estado había preparado al que fuera concejal del PP, vilmente secuestrado y asesinado por ETA, vimos cómo el actual jefe del Gobierno derrochaba indignidad asistiendo, a la derecha del Rey, al resarcimiento a un chico de 29 años al que asesinaron los compinches de aquellos a los que él ha entregado su Gobierno y la memoria democrática de España. Y a la derecha de ese presidente, un lehendakari, Iñigo Urkullu, sostén de Sánchez y dirigente de un partido que durante muchos años, como reconoció Xabier Arzalluz, recogió las nueces (y probablemente más de una gota de sangre inocente) que caían del árbol que sacudían «los chicos» de ETA.
En la vida, por encima de todo, está la decencia. Y si Urkullu y Sánchez tuvieran algo de esa cualidad del ser, no debieron aparecer ayer por Ermua. Daba cierta tristeza ver a Felipe VI y a Marimar Blanco tener que verse acompañados por quienes han demostrado con largueza respetar más a los verdugos que a los asesinados. Ahora que se cumplen 25 años de aquella vil cobardía, la pregunta es plantearse qué hubiera sido de nosotros si en lugar de Aznar hubiera sido Sánchez el encargado de dar respuesta al chantaje. Aznar y Mayor Oreja no lo dudaron, a pesar del desgarro humano: ni un milímetro de cesión a los monstruos. No tengo nada claro (o sí) lo que hubiera hecho el actual presidente, capaz de entregar, sin más presión que su ambición de poder, a un puñado de indeseables la gobernabilidad de España sin reclamarles ni la mínima contrapartida de una simple condena y la colaboración para esclarecer más de 350 asesinatos sin resolver.
Y si no tengo nada segura la respuesta de Sánchez lo que sí tengo fresco es el comportamiento que tuvo el PNV. Ya con el secuestro semanas antes de Ortega Lara, ese partido presionó a Mayor Oreja para que acercara presos al País Vasco, justo la misma reivindicación que ETA usó para chantajear al Estado días después. O sea, una vez más, los de Urkullu compartiendo objetivos con las bestias. Y cuando mataron a Miguel Ángel en Lasarte, Ardanza se asustó tanto por lo que significó el espíritu de Ermua, que podía derrotarles moral y electoralmente, que corrió a entregarse a los etarras en el pacto de Estella. PNV en estado puro.
Por eso, y por todo el historial que tienen Sánchez y Urkullu, no deberían haber asistido con cara de compungidos al acto de ayer; mejor que hubieran pasado la tarde leyendo a Oscar Wilde, que los retrata al milímetro: un cínico es aquel hombre que sabe el precio de todo y el valor de nada.