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Ilustración de la ex vicesecretaria general del PSOE, Adriana Lastra

Ilustración de la ex vicesecretaria general del PSOE, Adriana LastraLu Tolstova

El perfil

Adriana Lastra, el último cadáver de Sánchez que se creía Margarita Nelken

La ya exvicesecretaria general engrosa el mausoleo de víctimas ilustres del sanchismo, con un nicho al lado de los de Ábalos, Redondo o Calvo

Adriana Lastra (Oviedo, 1979) se siente Margarita Nelken cuando habla, pero tiene un parecido mayor con una candidata enojada a Miss Asturias, con ese verbo ligero que solventa la paz en el mundo en tres sintagmas mientras delata con el pestañeo que solo quiere salir en televisión.

Los excesos épicos de la ya ex vicesecretaria general y ex portavoz parlamentaria compensan la falta de fondo de armario de quien, tras serlo todo con, por y para Sánchez, ha terminado en el mismo baúl que tantos otros cadáveres gloriosos del sanchismo germinal: Ábalos, Calvo, Redondo y ahora ella conforman el Valle de los Caídos del caudillo de Ferraz, que no hace prisioneros y dispara a los propios si flaquean en el cumplimiento de sus órdenes.

Todo en Lastra ha sido excesivo menos su currículo académico y su hoja de cotizaciones a la Seguridad Social, que tienen el mismo grosor que un telegrama imaginario de Moncloa comunicándole la mala nueva a los infortunados íntimos del presidente.

Hija de taxista y peluquera y hermana de panaderas, se afilió al PSOE recién cumplidos los 18 años, apeló al recuerdo de su abuelo republicano, conspiró contra el bueno de Javier Fernández para aupar a Sánchez y con tan escaso bagaje lo fue casi todo en un partido al servicio del señorito: irse o que te dejen ir por un embarazo delicado retrata como nada los excelsos valores ornamentales del sanchismo y sus corifeos en contraste con su nula aplicación práctica.

Pero si el bebé de Lastra ayuda a entender a Sánchez, mucho más lo hace para radiografiar a Adriana: que ella se haya prestado al montaje, probablemente a cambio de mantener su acta de diputada y quién sabe si encabezar a su partido en Asturias cuando a Barbón le ajusticien las urnas o las conspiraciones internas, coloca sus valores feministas a la altura de los expresados socarronamente por Marx, Groucho: «Estos son mis principios, si no le gustan tengo otros».

Adriana se relame ahora las heridas en las esquinas, donde también se escondían esos franquistas imaginarios que tanto persiguió por instrucciones directas de su patrón

De Adriana Lastra se ha llegado a decir que se ofreció de relevo a Sánchez si Sánchez decidía no presentarse, un rumor extendido antes de la cumbre de la OTAN, de la que el presidente salió reforzado ante sí mismo y dispuesto a desmontar su propia obra: hace un año cambió el Gobierno y hace nueve meses celebró un Congreso Federal con aroma a Bulgaria, pero ahora necesita otra pequeña revolución por culpa de quienes solo obedecían sus órdenes.

Devota de AC/DC, lectora al parecer de Stendhal y fan de la saga de «La guerra de las galaxias», Adriana se relame ahora las heridas en las esquinas, donde también se escondían esos franquistas imaginarios que tanto persiguió por instrucciones directas de su patrón.

Ahora que Sánchez ha descubierto que la dialéctica de rojos y azules provoca más risas que votos, va a intentarlo con un binomio rupturista más vendible en plena crisis: el que enfrente a ricos y pobres, con el señalamiento a bancos y eléctricas como primera entrega de una serie que solo acaba de empezar, con guion original de Hugo Chávez, versión adaptada de Pablo Iglesias y papel principal de María Jesús Montero, que intentará convertir la Hacienda pública en la mayor arma del populismo sanchista en ciernes.

Esa secuela de la España de los bandos que Sánchez ha convertido en su única bandera la va a vivir Lastra en la distancia, desde un escaño menor al fondo del Congreso, pero con Adriancito o Adriancita calentito en casa: ella, que estaba dispuesta a encabezar a la famélica legión, acepta el castigo con ese heroico sacrificio de quien se ve obligado a comer un buen puñado de langostinos en Ferraz o en San Jerónimo para llevar un trozo de pan a casa.

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