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Paula Andrade

Tito Berni, el sanchismo al desnudo

Tito Berni, el feliz apodo que le pusieron sus compinches al diputado socialista Fuentes Curbelo, aunque su perfil es lo más parecido a nuestro producto nacional burdo: Torrente

Juan Bernardo Fuentes Curbelo quiere ser llamado Juanbe, como le apela su mujer. Pero todos le llaman ya Tito Berni, el feliz apodo que le pusieron sus compinches para elevarlo a la categoría de Tito Riina o El Padrino, aunque su perfil es lo más parecido a nuestro producto nacional burdo: Torrente. El apodo de Juanbe era demasiado familiar para despachar presuntas mordidas, drogas y prostitutas. Juanbe dejó de ser Juanbe el día que el azar lo llevó de su cargo de director general de Ganadería del Gobierno socialista de Canarias al Congreso de los Diputados en 2020. Curiosamente comparte con su jefe de filas, Pedro Sánchez, la carambola que lo sentó en uno de los 350 escaños del hemiciclo: el presidente consiguió ser diputado en 2009 al correr la lista tras la marcha a Europa de Pedro Solbes, y Fuentes Curbelo obtuvo su acta por Las Palmas cuando Sánchez trajo de ministra de Sanidad a Carolina Darias. De rebote recibieron ambos el escaño que no consiguieron en las urnas. Y cuando el tío dejó la gestión de la ganadería canaria vino su sobrino a ocupar su puesto, una sucesión dinástica, una lógica de clanes, sobre las que el socialismo canario todavía no ha dado explicaciones.

Cuando nació Tito Berni, en Puerto del Rosario, hace 61 años, sus padres nunca imaginaron que allí vendría la Policía Nacional a detenerlo cuando en Fuerteventura empezaba a despuntar prematuramente la primavera. Él no fue apresado el 14 de febrero como el resto de los implicados, sino una semana después, porque era aforado. Para vergüenza de su familia, registraron en su presencia la casa que compartía con su mujer, una granja que gestiona ella, pero ya sabía la policía que gran parte de la documentación estaba en su ordenador del Congreso de los Diputados, el centro logístico de sus reuniones con empresarios poco aconsejables.

Después fue llevado a la Comisaría de la Avenida Tres de Mayo de Santa Cruz de Tenerife e inmediatamente puesto en libertad porque la fiscalía no pidió la acusación personada, por lo que se libró de la prisión que la juez del caso Mediador solicitaba presagiando riesgo de fuga y peligro de destrucción de pruebas. Controvertida decisión que hizo recordar a más de uno aquella pregunta retórica de Pedro Sánchez: ¿de quién depende la fiscalía? El mismo Ministerio Público que ahora pone pegas a que se registre el despacho parlamentario de Tito, precintado, sin alterar nada, según los socialistas del Congreso, desde que su garbanzo negro fue sacado de la cesta. Sin embargo, el iPad del imputado, que los diputados reciben con su acta, no ha aparecido todavía.

Tito Berni

Ese cubículo de 27 metros cuadrados, sito en la Carrera de San Jerónimo, era la zona cero donde se cocinaban los enjuagues con empresarios a los que el mediador, Navarro Taraconte y hoy garganta profunda de la juez, llevaba a empresarios ventajistas para conocer al diputado en Cortes; una suerte de conseguidor, de reclamo turístico, como la mismísima Cibeles o el Thyssen, para pedirle favores y luego rematar el business en la amplia oferta nocturna de Madrid, que muchas veces incluía cenas en elegantes restaurantes rematadas por un servicio de catering administrado por prostitutas, contra cuyo comercio carnal votaba el autollamado Juanbe, causa feminista que abandonaba en cuanto se despojaba de la mascarilla, la corbata y la vergüenza.

El sobrinísimo de Tito Berni, Taishet Fuentes, dice que no había catálogo de meretrices para elegir y su tío ha negado incluso que fueran prostitutas sino amigas de los empresarios. Las fotos que obran en el sumario han requerido más de una explicación de Fuentes a su familia para justificar los gestos tan cariñosos que repartió el diputado socialista con las amigas de sus amigos, empatía que llevó a «tito» y «sobri» a gozar también de subvenciones empresariales para el club de fútbol que preside el exparlamentario, la Asociación Deportiva la Vega de Tetir. Ese modesto club recibió pagos de un quesero en apuros, al que le prometieron gestiones, por valor de 5.000 euros, 5.000 «bolígrafos», en la jerga de los Fuentes. Y otros 5.000 de unos empresarios marbellíes para, a cambio, obtener fondos europeos.

Berni tenía un perfil bajo en los pasillos del Congreso, pero cuando más simpatía derrochaba era cuando recibía a los ahora investigados en la cafetería del Parlamento. Uno de ellos, Raúl Gómez Rojo, ha declarado ante la juez que se dio un paseo por el ala socialista acompañado por el perejil de todas las salsas, con el que luego hablo en el bar del Congreso «de tonterías que veíamos en la tele». El encuentro fue inmortalizado en una foto, que se incluye en la instrucción. Pero es que el diputado socialista era un amante de las fotos: una con Pedro Sánchez por aquí, otra con Reyes Maroto, por allá. Un buen book para demostrar que cualquier negocio que se quisiera hacer en Canarias pasaba por él.

Tito tenía método: cada dos semanas se reunía con el Mediador en el hotel Victoria 4, junto al Congreso, donde seguía de primera mano las operaciones en marcha y buscaba nuevos «mecenas» para su cuenta bancaria. Como aquel 21 de octubre de 2020, cuando Sánchez le impuso un estado de alarma a Isabel Díaz Ayuso, y Curbelo se fue en plenas restricciones por la Covid al restaurante Ramsés, en la Puerta de Alcalá, justo después de la moción de censura de Vox. Lo hizo acompañado de Taraconte, un empresario de placas solares, y 12 compañeros de bancada. A las nueve en punto, y con dos horas por delante en un reservado puesto que Madrid estaba perimetrado y la hostelería, obligada a cerrar a las 23,00, los quince agraciados cenaron tranquilamente y parte de la cuenta la pagó el negociante de las placas. El ágape costó 60 euros por persona, pero los comensales solo pagaron 40, de los otros 20 se ocupaba la empresa. El descuento lo disfrutaron también las doce señorías socialistas, cuya identidad guarda como un tesoro Pedro Sánchez, mientras comprueba cómo el sanchismo ha quedado al desnudo: haz lo que digo, no lo que hago.

Luego vendrían visitas a La Tintorería, La Abacería del Príncipe, el Ocafú y todos los grandes comedores de la zona centro, que tanto gustaban a Tito, un experto en quesos y cabras, pero al que no le amargaban los dulces caros de la oferta gastronómica de la capital. Sobre todo, si pagaban otros. Descacharrante es escuchar su intervención en una comisión parlamentaria (él formaba parte de la de RTVE) en plena pandemia echándole una buena bronca a Díaz Ayuso por tener abierta la hostelería, mientras preparaba sus juergas nocturnas en los templos gastronómicos a los que quería chapar.

En la primera entrevista que concedió el diputado canario a El Debate, negó consumir cocaína ni ninguna otra droga, incompatible con las muchas pastillas prescritas por el médico, tras sufrir varios infartos e ictus. Tampoco dijo conocer al general de división de la Guardia Civil, Francisco Espinosa Navas, que está encarcelado. No sabía quién era nadie, ni se reconoce como un político corrupto, ni tiene problemas de conciencia, ni admite haber visitado locales de alterne, ni disfrutado de servicios de prostitución pagados con la tarjeta de empresarios a los que favorecía con sus gestiones en el Congreso. Él sueña con volver a ser lo que era, un cabrero, que de vez en cuando mata un chivo en su granja canaria para asarlo entre amigos. Por eso, escribió un mensaje a sus compañeros diputados cuando el 14 de febrero el secretario de Organización socialista, Santos Cerdán, le obligó a dejar el escaño. «Nos han dicho que hay fotos y sales, Juan Bernardo. Y tú sabes que hay fotos. No te han detenido todavía porque eres diputado», le gritó. Habló con su abogado y finalmente entregó el acta. Pero dejó su carta fundacional: «Me tienen en Fuerteventura para lo que necesiten. Un abrazo enorme».