Investigación
El gran secreto de Sánchez con Marruecos que ha dinamitado a España en el Sáhara
El Debate reconstruye el viaje hacia la nada del presidente desde que fue espiado por la inteligencia marroquí y dio un volantazo histórico sin explicaciones
«¿Usted sabe qué pasa con Marruecos? Yo tampoco». Alberto Núñez Feijóo dejó en El Hormiguero una demoledora frase contra Pedro Sánchez que resume la montaña rusa de volantazos, silencios y decisiones arriesgadas adoptadas por el presidente del Gobierno, de manera unilateral e inexplicable, con unas consecuencias devastadoras para la diplomacia española.
En síntesis, el líder socialista pasó en apenas un año de desafiar a Mohamed VI, honrando al líder del Frente Polisario, a entregarle el tesoro que más ansiaba: el abandono del Sáhara, a costa de una crisis con Argelia que aún perdura y no le ha servido a España para nada.
Ceuta, Melilla y hasta Canarias siguen siendo oscuros objetos de deseo de Rabat, donde siempre se vio a Pedro Sánchez con malos ojos y ahora se le percibe como un «pato cojo» del que abusar. Pero, ¿cuál es la verdadera historia del viraje gratuito del presidente del Gobierno con un país imprescindible que nunca da nada y aspira a todo?
Durante más de un año, El Debate ha investigado y documentado todo y éstas son las conclusiones, nada favorables a los intereses de España, que ha cedido su bien más preciado y no ha conseguido siquiera un respeto explícito a la soberanía nacional en las fronteras más calientes de Europa.
El comienzo de todo
Año 2011. Una delegación de observadores de una ONG acude a Marruecos a supervisar las elecciones que se celebraban allí en noviembre. Y emite un dictamen demoledor del que Mohamed VI toma buena nota. Entre los firmantes del informe, que pone de vuelta y media al régimen alauí, figura Pedro Sánchez, al que le toman, hasta hoy la matrícula.
Ahí se inicia un camino de recelo que culmina con otros dos hitos indignantes para el Rey que, con sus peculiaridades, ha logrado convertir a Rabat en un aliado indispensable de Israel y Estados Unidos, dos poderosos socios que le dan cobertura y legitimidad ante todos los agentes globales, incluida la Unión Europea.
El primero, la inclusión de Podemos en el Gobierno, un partido de corte comunista que mitifica al Frente Polisario y ataca sin piedad el régimen marroquí, una dictadora según los parámetros europeos y una avanzadilla de apertura y diálogo en el complejo mundo musulmán.
Y la segunda, la hospitalidad de Sánchez con el líder de ese movimiento, Brahim Ghali, recibido en La Rioja con todos los honores y el mayor secretismo para ser tratado de una enfermedad. Rabat tardó cinco minutos en conocer la entrada en España de su enemigo número uno. Y otros cinco en ponerle la cruz a Sánchez por ese desprecio.
Sánchez pasó en un año de desafiar a Marruecos a doblegarse, tras ser espiado en su móvil personal
Unos meses después de ese episodio, toda Europa conoció otro de formidable envergadura: Sánchez, según reveló el propio Gobierno, había sido espiado en su teléfono móvil personal, en una operación que la Unión achaca a Marruecos y dejó expuestos más de dos gigas de información y documentación privada, el equivalente a más de 15.000 documentos en formato de texto.
Y ahí es cuando Sánchez dio un giro copernicano que El Debate ha reconstruido durante meses: de honrar a Ghali pasó a arrimarse a Rabat y de ahí, saltándose al Rey y al Congreso, a decidir sin encomendarse a nadie la cesión de la ascendencia española sobre el Sáhara con una carta, supuestamente redactada por Moncloa, que fue difundida por Rabat y Sánchez ahora es incapaz de enseñar en su versión original.
¿La escribió Mohamed VI y la hizo suya Sánchez? ¿Prescindió de despachar con Felipe VI, «primo» de Mohamed VI, y de contar con el Parlamento para evitar que nadie le estropeara sus cesiones a Marruecos?
Las dos preguntas carecen de respuesta, pero tiene toda la legitimidad y encierran, probablemente, el secreto de un desenlace que ha revolucionado a todos los partidos políticos, socios o adversarios de Sánchez, y también a la diplomacia profesional.
De lo primero dan cuenta la furibunda reacción de Podemos y de Sumar, que se niegan a suscribir los pactos personales de Sánchez con un Rey tildado de dictador, y las palabras de Aznar, que pide abiertamente a Feijóo que no herede las componendas socialistas con Rabat.
Y de lo segundo son prueba de fe los testimonios en El Debate de algunos de los embajadores más legendarios de España, unánimemente escandalizados con los apaños de Sánchez.
Nadie entiende nada
«El Sáhara Occidental ha servido de freno para que se moderaran ellos con respecto a Ceuta y Melilla. Una vez que ya hemos dado todo lo que ellos querían, no tenemos ninguna otra palanca para poder proteger a Ceuta y Melilla que la fuerza del derecho y la fuerza militar. No creo que vayan a invadirlas, pero la realidad es que nosotros ya no tenemos argumentos ni palancas poderosas para impedir la política expansionista de Marruecos», explica Ramón de Miguel, secretario de Estado entre 1996 y 2004.
«Es un giro muy preocupante y dado de una manera absolutamente fuera de todas las costumbres diplomáticas al uso. Es decir, no ha sido informado el principal partido de la oposición, no ha habido el menor debate en el Parlamento y esa carta que ha aparecido, que incluso el propio Sánchez parece que elude saber cuándo, cómo y quién la redactó, deja el tema en una situación realmente muy preocupante y es una herencia que deja al próximo Gobierno muy negativa», añade Ignacio Camuñas, ministro de Relaciones con las Cortes con Adolfo Suárez y diplomático de profesión, según informa Daniel Martín.
Ceuta y Melilla, en la diana
Diplomáticos españoles creen que la cesión del Sáhara no frenará las ansias expansionistas de Marruecos
Son dos opiniones entre cien, que recalcan el halo de ocultismo inexplicable de Sánchez en un asunto en el que se lleva a la contraria a sí mismo, sin ninguna explicación, a partir de que fuera intervenido por la inteligencia marroquí, según determinó la Unión Europea.
Lo cierto es que Sánchez se saltó a la Casa Real española, con enorme ascendencia en Rabat, especialmente del «desterrado» Juan Carlos I, ignorando todo despacho formal con Felipe VI. Y pasando por encima de sus socios, con una carta que sometía a España a los caprichos de Rabat que ahora no aparece por ningún lado ni han tenido compensación.
Porque Marruecos, lejos de aflojar, ha mantenido la presión fronteriza sobre Ceuta y Melilla, ha impulsado bases militares cerca de las dos ciudades autónomas y no ha renunciado a un lenguaje invasor sobre ambas.
De todos los silencios de Sánchez en un problema de enjundia estructural, el que más le define es el relativo a la Zarzuela, tal y como ha ido desvelando este periódico desde hace más de un año.
«No existe documento o contenido» que demuestre una petición de Sánchez al Rey para que intermedie «con el Reino de Marruecos», confesó el noviembre pasado a El Debate la mismísima Secretaría General de la Presidencia, reconociendo la inexistencia de «despachos presenciales o telemáticos» en los que el presidente hiciera partícipe a Felipe VI de una crisis que afecta de lleno a la representación internacional de España, competencia del Monarca según el artículo 56.1 de la Constitución.
Moncloa no puede aportar prueba alguna de que Sánchez le informó al Rey, avalado por la Constitución en asuntos internacionales y de Estado
Sánchez no compartió con el Rey nada de lo relativo a todos los episodios con destino a Marruecos desde que abril de 2021 se desataron los peores momentos internacionales de España que se recuerdan en décadas.
No lo hizo tampoco con la entrada del líder del Frente Polisario a España, Brahim Ghali, origen de todo el conflicto con Marruecos y después con Argelia:
«No existe documento o contenido» remitido por el Gobierno a la Casa Real poniéndole al corriente de aquella entrada clandestina que, con el supuesto pretexto de tratar en un centro sanitario al dirigente saharaui considerado un terrorista por Marruecos, desató una tormenta diplomática con Rabat culminada con el asalto a la valla de Melilla que dejó 24 muertos y con una crisis migratoria destinada a presionar a España.
Tampoco Sánchez contó con el Rey a continuación, cuando la extraña pleitesía hacia Ghali, objeto aún de investigación judicial, desató la ira de Mohamed VI y provocó una presión sin precedentes comercial, política y migratoria contra Ceuta y Melilla.
«No se ha mantenido ningún despacho entre el presidente del Gobierno y el Rey Felipe VI motivado por esas causas», reza la confesión escrita de la propia Moncloa, que llega a apuntar que, en el caso de haberse producido al menos alguna «referencia verbal», tampoco se tiene constancia formal de la misma.
Y pese a todo, el Sáhara está más cerca que nunca de Marruecos y Ceuta y Melilla, tal vez, más lejos de España. El porqué de todo solo lo sabe Sánchez, que guarda el secreto y se limita a apelar a la geopolítica internacional , ese cajón de sastre que vale para un roto y un descosido.