Obliga a una menor de 12 años a firmar un contrato para mantener sexo 3 veces al día y la esclaviza
La Guardia Civil de Mallorca detiene a José L. L, de 48 años: sometió a la menor mientras iba a la escuela
Hay veces en las que las palabras son incapaces de definir todas las aristas del horror. El testimonio de María (nombre ficticio) de 17 años taladra el corazón. Está lleno de dolor, tristeza y miedo. Desgraciadamente demuestra que entre nosotros viven auténticas alimañas, psicópatas perversos, para los que no hay condena que haga justicia.
María nació en 2007 en Nigeria. «Conocí a José en 2014, cuando yo tenía 7 años», ha logrado contar la menor en su entorno de confianza. «Vino a mi casa de Nigeria. Fue la primera vez que vi a una persona de piel blanca. Acompañaba a mi tía, decía que eran amigos. Desde entonces regresaba todos los años, me enseñaba fotos de Mallorca y me traía regalos». La bondad no era gratis. María lo descubrió con 10 años.
«Empecé a sospechar que las intenciones de José eran de índole sexual. Me sentaba en sus rodillas y me hacía tocarle su cosa por encima del pantalón. Él me metía la mano por debajo de la ropa y hacía lo mismo», cuenta. María sólo tenía 10 años. José, el depredador sexual de piel blanca, quería más. Deseaba poseer a la niña a su antojo. No le quedó otra que casarse con la madre con establece la ley nigeriana para así poderse traer a las dos a España.
En Nigeria se quedaron las hermanas menores de María. La pequeña llegó a nuestro país en diciembre de 2018. Tenía 12 años. José mandó a la madre de maría a vivir lejos y la convenció de que se quedaba con la niña para ejercer de padre. Mejor con él porque su domicilio de Mallorca estaba más cerca del instituto. Quizá la madre no quiso ver, quizá tuvo miedo a que José las devolviera a la pobreza de Nigeria, quizá fuera la dificultad del idioma o que simplemente la engañó, pero José y María se quedaron solos en la casa.
«Me convirtió en su esclava sexual. Me obligó a firmar un documento en el que me comprometía a mantener relaciones sexuales con él todas las mañanas, las tardes y las noches. Tres veces al día tenía que estar dispuesta para que me penetrase». La niña era tan pequeña que pensó que tenía un contrato legal que cumplir. De lo contrario habría represalias. «Si me negaba a acostarme con él, me encerraba, o al volver del colegio me dejaba tirada en la calle sin abrirme la puerta».
José ejercía un control absoluto sobre la menor. Tenía una copia de su WhatsApp, las contraseñas de sus redes sociales y vigilaba toda forma de comunicación. Si veía algo que no le gustaba amenazaba con mandarla a ella y a su madre de regreso a la pobreza. Además, amenazaba con no traer a sus hermanas pequeñas a España. O se portaba bien o no cumpliría la promesa.
A María la obligó a madurar la esclavitud. Comprendió rápido que a sus hermanas no las iba a traer nuca, así que, en venganza, se negaba a mantener relaciones sexuales. Eso generaba gritos, amenazas y violencia verbal. Tanta que María empezó a tener ideas suicidas: se cortaba las muñecas, tenía ataques de ansiedad, de pánico, falta de sueño...
Hubo un momento que María no aguantó más y decidió denunciar. Quería huir del horror y de la esclavitud y encontró a la Guardia Civil para ayudarla. Fueron sus ángeles, los que lograron alejarla de un depredador sexual y han logrado que normalice su vida, aunque las cicatrices de lo vivido quizá nunca desaparezcan. José ha ingresado en prisión provisional. En su casa encontraron decenas de discos duros de pornografía infantil. En la cárcel no podrá seguir esclavizando menores de edad. María empieza a vivir si la dejan.