El empresario del aguacate secuestrado durante más de 500 kilómetros por Pini, su empleado
«Pensé que iba a morir. No podía respirar» narra la víctima del suceso
El relato de la víctima es angustioso. Leído sobre un papel apenas refleja el miedo, la ansiedad y la frustración que vivió Emérito. Lo cierto es que se acerca el juicio donde tendrá que volver a repetir lo que le ocurrió. El Debate ha accedido a su testimonio.
Dice así: «Soy gerente de una explotación agrícola de aguacates en Málaga. Allí trabajaba uno al que llamamos Pini. Había tenido varios problemas con él, pero nada me hacía imaginar lo que pasó», cuenta Emérito. Se refiere a un día de febrero de 2023. «Cuando terminamos la jornada laboral, sobre las 18.30, Pini me pide que le lleve a casa. Me dijo que no tenía vehículo y tenía que trasladar una moto sierra muy pesada».
Emérito aceptó sin saber que su amabilidad le iba a costar un viaje a los infiernos. «De repente, le estoy llevando a casa y me suelta dos puñetazos en la cara sin mediar palabra. Después va y me estrangula. Pensé que iba a morir. No podía respirar. Al final aflojó un poco, frené el coche y me escapé. Me persiguió. Me hizo la zancadilla y caí. Luego me puso la rodilla en el cuello y empezó a pegarme puñetazos en el rostro».
Hasta el lugar llegó un coche de alguien que saludó a Pini. Emérito no pudo verle la cara. Pini lo agarró y lo metió en el coche, en el sitio del copiloto. Así comenzó un trayecto de más de 500 kilómetros. «Al principio abrí la puerta y me tiré del coche en marcha, al poco de arrancar. Entre el golpe y que estaba desorientado y no sabía dónde correr, Pini me volvió a capturar», cuenta el empresario.
El buen hombre estaba aterrado porque Pini conducía mirando hacia delante con los ojos inyectados en sangre y sin hablar. De repente a Emérito le suena el teléfono. Es su esposa preocupada. Su secuestrador le ordena que no lo coja. Es más le quita el aparato a la altura de Motril y lo arroja por la ventana.
El coche iba comiendo kilómetros hasta que se quedó sin gasolina. «Me pidió dinero en tono amenazante. Lo quería para repostar. No aproveché para huir porque estaba muerto de miedo». Sin embargo, esa parada le dio una idea. Acercándose a Benidorm se buscó una excusa. «Me encuentro mal», le dijo a Pini. «Necesito beber agua que me mareo». Extrañamente el secuestrador se apiadó, paró en una gasolinera y bajo él mismo a por agua. En ese momento Emérito, salió del coche y corrió hasta una comisaría como si le persiguiera el diablo.
Poco después la Policía detenía al Pini en la misma estación de servicio de la que se había escapado el empresario. Todavía hoy Emérito no sabe la razón ni de los golpes ni del secuestro. Quizá en el próximo juicio contra su asaltante acabe enterándose.