Entrevista
Leire Navaridas, activista provida: «Fui víctima de un sistema enfermo que justifica la violencia contra la maternidad»
Abortó con 26 años y, con el paso del tiempo, ha podido procesar el dolor que le causó
Ha creado una asociación para acoger y acompañar a personas –mujeres y hombres– que han pasado por la pérdida de un hijo en esas mismas circunstancias
Dicen que la perversión del lenguaje es uno de los principales peligros de la sociedad de hoy en día. Las palabras permiten reflejar y expresar una realidad que, en demasiadas ocasiones en los últimos tiempos, no se corresponde con la verdad, sino más bien con la propia percepción de cada uno.
Por eso, voces como la de Leire Navaridas tienen tanto valor, porque llama a las cosas por su nombre tras haber experimentado en primera persona lo que supone el aborto. Ella corrige siempre que puede las manidas siglas IVE –Interrupción Voluntaria del Embarazo– para referirse a Interrupción Violenta del Embarazo. Habla de sufrimiento, de vulnerabilidad, de manipulación y de negocio para definir un trance traumático, al que muchos se empeñan en restar dolor o gravedad. Nadie se lo contó, ella misma lo vivió.
–¿Cuáles eran sus circunstancias cuando se quedó embarazada por primera vez?
–Estaba recién casada. Eso sí, por papeles, como recalcaba yo siempre en mi círculo de amigas, no se fueran a pensar que me había sometido al romanticismo, algo prohibido en la guerra de género en la que me habían metido. Manteníamos relaciones sin pensar nunca en que sexo y reproducción son las dos caras de una misma «moneda», sin calibrar las consecuencias. Al saber que estaba embarazada, la reacción del padre para mí no era importante porque yo tenía claro que iba a abortar. Él ni se ilusionó, ni me presionó. Simplemente, asumió que eso no iba con él y que la decisión era mía.
–Una vez que aborta, ¿cuál fue su estado físico y psicológico?
–Yo entré fría y salí fría. Tanto yo como mi entorno inmediato corrimos un tupido velo y seguimos fingiendo que nada había pasado para no tener que asumir responsabilidades.
Primero tuve que atreverme a conectar con todo el dolor que llevaba oculto y reprimido para sentirlo, llorarlo y liberarlo
–Pasado el tiempo, vuelve a quedarse embarazada, pero en esta ocasión el desenlace fue distinto, ¿cómo ocurrió todo?
–Sí, al año. Es algo muy común en madres que hemos perdido la vida de nuestros hijos por un aborto inducido; inconscientemente, buscamos recuperar esas vidas. Aunque en esos momentos, mis circunstancias no eran muy diferentes: la falta de unión verdadera en la pareja seguía marcándonos y mi esquema mental frente a la maternidad, entendida como un marrón y una condena para la mujer, seguía intacta.
–Entonces, ¿qué fue lo que le hizo cambiar de mentalidad?
–Fue muy definitoria la atención del psicoterapeuta con el que había empezado terapia por unos vértigos, ya que me hizo entender que una mujer cuando está embarazada lo que lleva dentro es la vida de su hijo. Él, mirándome a los ojos fijamente, me dijo una frase que me marcó: «Leire deja de destruir y ponte a construir». Gracias a esas palabras, entendí mi oscuro pasado de drogas, de promiscuidad y de falta de amor. A partir de entonces, vi con esperanza mi futuro: hacer feliz a mi hijo me llenaba de ilusión. Sin embargo, durante el primer trimestre perdí de forma espontánea la vida de mi segundo hijo, algo muy común en siguientes embarazos a una IVE.
–¿Cómo avanzó en la terapia para completar su propia transformación?
–A medida que iba avanzando, iba desmontando mentiras y muros que me había construido como formas de supervivencia e iban saliendo a la luz mis heridas y traumas, además de la verdad sobre mí, mi vida y mis relaciones. En algún momento, tuve que enfrentar que era madre de dos hijos muertos y uno de ellos por muerte violenta en la que yo estaba implicada. Aquello me sumió por completo en la culpa, a lo que le siguió el castigo.
–¿Y cómo comenzó el proceso de superación para aprender a vivir con ello?
–Primero tuve que atreverme a conectar con todo el dolor que llevaba oculto y reprimido para sentirlo, llorarlo y liberarlo. Fruto de esa conexión con mi interior y con la herida, pude sacar el dolor y tras ello fui capaz de sentir todo el amor profundo que sentía por mis hijos no nacidos. Eso me permitió reconocerme como una mujer con corazón latente que ama. A partir de ahí fue más fácil perdonarme, entendiendo que había sido una víctima de un sistema social-político-sanitario enfermo que justifica la violencia sistematizada contra la mujer y su maternidad. Identificar esa injusticia social, me hizo indignarme y movilizarme para que ninguna mujer pasara por lo mismo. Al mismo tiempo que, amando a mis hijos, restablecía mi vínculo con ellos y eso me permitía recuperar mi capacidad de amar y, por lo tanto, mi integridad como mujer y madre. Mi terapeuta, Adolfo Herrero de la Escosura, y todo su entorno terapéutico –entre ellos, el que ahora es el padre de mi tercer hijo, que me amó desde el inicio con todo mi pasado– han sido claves para avanzar en este camino.
–¿Qué le diría a quienes piensan que el niño no es una vida hasta que pasan un número de meses de embarazo o incluso nace?
–Que se documenten, porque la ciencia eso hace tiempo que lo tiene resuelto. En cualquier caso, el hecho de reconocer que hay una vida no es suficiente para quienes defienden el aborto. El fin justifica los medios: la supuesta liberación de la mujer justifica el sacrificio de su descendiente. Por eso, a nivel estratégico, yo invito al movimiento provida a dejar en un segundo plano al no nacido y centrarse en la mujer, en la madre gestante. Poner sobre la mesa que la IVE es una Intervención Violenta del Embarazo y que por violenta es traumática siempre. Los síntomas acaban por aparecer tarde o temprano: en el cuerpo (esterilidad, perforación del útero, …); en lo emocional (pena, culpa, ira, …) y en lo psicológico (depresión, ataques de ansiedad, –intentos de– suicidios…).
Tuve que enfrentar que era madre de dos hijos muertos y uno de ellos por muerte violenta en la que yo estaba implicada
Una asociación necesaria
Leire lleva mucho tiempo atendiendo a madres y padres que buscan enfrentar y sanar el trauma postaborto de manera individual, especialmente a través de las redes sociales. Recientemente, ha creado la asociación AMASUVE (Acompañamiento y Visibilización del postaborto). «Animo a todos los lectores a seguir a AMASUVE y @unabortodespues en redes y apoyarnos en todo lo posible para que el trauma postaborto quede bien retratado y toda persona que requiera nuestro apoyo sepa que existimos».
Una sociedad que justifica e incluso facilita la eliminación del más débil debe replantearse sus principios y eso es lo que hace ella a diario: remover cimientos, despertar conciencias y callar bocas con su inapelable testimonio, porque la verdad solo tiene un camino. Su compromiso con la vida es auténtico e incondicional, su valor para enfrentarse a lo políticamente correcto, inconmensurable.