Semana Santa
Así fue cómo se escondió a La Macarena durante la persecución religiosa de la Segunda República
Los turbulentos años 30 y el estallido de la guerra civil provocaron que las imágenes más veneradas no estuvieran seguras en sus respectivos templos, por lo que hubo que buscar soluciones
Sevilla vivió una época muy agitada durante la Segunda República y en las postrimerías de la guerra civil.
Eran los años de la persecución religiosa, la quema de iglesias y la tensión social. Ese fue el contexto en el que se produjo una Semana Santa, la de 1932, inédita, ya que las cofradías se quedaron sin salir. Tan solo La Estrella rompió con esa decisión casi unánime, aunque la arriesgada decisión casi cuesta una tragedia porque la procesión recibió varios disparos.
Las imágenes religiosas eran motivo de preocupación. Los cofrades entendían que, de permanecer en los templos, podían ser objeto del vandalismo por motivos ideológicos o directamente del pillaje, que también lo había.
En agosto de ese año había fracaso el golpe del general Sanjurjo contra el Gobierno republicano. El miedo entre las cofradías creció y con Virgen de la Macarena se pensó en un plan de protección.
Dos días después del levantamiento de Sanjurjo, se decide en la junta que hay que llevársela para evitar riesgos. Francisco Pareja Muñoz, devoto secretario de la virgen, la carga con ayuda de su hermano en una caja de sombreros y se la lleva a su casa, no sin antes invitar a su propia mujer e hijos a que se fueran al cine. No quería testigos.
Pareja Muñoz y su hermano la colocaron en un armario y envuelta en paños negros, los mismos que se utilizaron el día que la Macarena guardó luto tras la muerte del torero Joselito El Gallo.
Por espacio de cuatro meses, la Macarena estuvo oculta en ese armario sin que nadie más lo supiese. Una vez la tensión en la capital hispalense pareció apaciguada, regresó a su lugar de origen, la iglesia de San Gil.
Más aventuras
Si en 1932 la Macarena acabó oculta en un armario de un domicilio particular, en 1936 lo hizo pero esta vez en un cajón de la calle Orfila.
Y es que el inicio de la contienda volvió a llenar de preocupación a cofrades y devotos, que optaron por proyectar un sótano en la propia iglesia de San Gil pero cuya consecución desecharon al no ofrecerles la seguridad necesaria.
En los días de las crisis más violentas, la Junta de Gobierno decidió ocultar la imagen de Nuestra Señora en lugares secretos. Fue el año donde era habitual ver a los combatientes utilizando como parapetos en las barricadas las propias imágenes religiosas.
Así que la Macarena volvió a salir del templo. Y quienes se temían lo peor acertaron, porque la propia iglesia de San Gil fue saqueada y quemada.
En el más absoluto de los secretos, y dando varias vueltas por la ciudad para asegurarse que nadie la seguía, acabó en la citada calle Orfila, domicilio de Antonio Román Villa.
La habitación donde descansó se convirtió en un oratorio , en el que estaba la Virgen vestida de forma muy humilde , con un tocado monjil, con la saya morada.