La portavoz de Junts en el Congreso, Miriam Nogueras

La portavoz de Junts en el Congreso, Miriam NoguerasEuropa Press

Análisis

La amnistía deja al descubierto la profunda grieta de fondo que atraviesa al independentismo catalán

La pugna soterrada entre 'procesistas' y secesionistas emerge tras la aprobación en el Congreso de la polémica ley socialista

Este jueves, el patio del Congreso de los Diputados vivía una escena insólita: dirigentes de Junts y de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) se abrazaban, felicitándose por la aprobación definitiva de la Ley de Amnistía. En sus declaraciones posteriores con los periodistas, euforia y palmadas en la espalda.

«Es una gran victoria para el independentismo», decía el secretario general de Junts, Jordi Turull, mientras el presidente de ERC, Oriol Junqueras, hablaba de un triunfo «para Cataluña y para los demócratas de todo el mundo». Ambas formaciones coincidían en insistir que la amnistía no era el final de la partida, sino un punto y seguido: hacia el referéndum, según ERC, o la declaración unilateral de independencia, según Junts.

También desde la CUP se celebraba la aprobación de la Ley de Amnistía. Desde la formación anticapitalista, no obstante, lamentaban que –tal y como está redactado– el texto no abre la puerta a que la amnistía “pueda convertirse en un acuerdo político para abrir un futuro democrático, un referéndum que reconozca el derecho a la autodeterminación«. Así, la CUP criticaba que la norma »se ha hecho con un discurso de pacificación".

Esta discrepancia entre el triunfalismo de ERC y Junts y la ceja levantada de la CUP es solo la punta del iceberg de una grieta mucho más profunda en el movimiento independentista catalán. Más allá del espejismo de unidad escenificado por los partidos independentistas en Madrid, lo cierto es que no todos los independentistas están contentos por lo ocurrido el jueves en el Congreso de los Diputados.

Una grieta en la base

Mientras el discurso del «oficialismo independentista» insiste en vender la amnistía como un triunfo y un impulso para las pretensiones separatistas, un sector del independentismo de base –parcialmente representado en la CUP, pero en general fuera de los partidos políticos con representación– considera la amnistía una claudicación ante España.

Un ejemplo son las posiciones del co-fundador de Alhora Jordi Graupera, o el manifiesto de la Asamblea Nacional Catalana (ANC) publicado tras la votación en el Congreso, que considera que la amnistía «quita responsabilidad al Estado español respecto a toda la represión volcada contra el independentismo» y que «quiere cerrar en falso el proceso político independentista».

Más virulencia encontrábamos en algunos perfiles de opinadores en redes sociales o en foros independentistas como Racó Català. En estas plataformas se podían leer opiniones como «cuando España perdona, lo hace con condiciones. Los partidos están ligados siempre a España», o «decir que has forzado al Estado a aprobar una ley que se llama Ley orgánica de amnistía para la normalización institucional, política y social de Cataluña no parece muy indepe, ¿verdad?».

En esta línea, el ex diputado Josep Costa señalaba que ayer llegó el día «en que el pacto de la amnistía será exhibido por el PSOE como símbolo de la derrota de los partidos independentistas, justo en medio de la campaña electoral». «Que los partidos independentistas –concluía en paralelo la columnista Montserrat Dameson– hayan de repetir tantas veces que la ley de amnistía es una victoria es la muestra más clara de que es una derrota».

¿Procesistas o independentistas?

Todo ello se enmarca en un sector del independentismo que considera que la labor de Junts, ERC o –en menor medida– la CUP no acerca realmente a Cataluña a su objetivo final, sino que se enmarca en una mentalidad «procesista»; esto es, más preocupada por el procès y los acuerdos que por avanzar con contundencia y sin medias tintas hacia el resultado final.

Para ellos, la aprobación de la Ley de Amnistía no es la estocada final al Gobierno español, sino una magra victoria que llega tras una larga década de derrotas y de luchas intestinas entre ERC y Junts –en sus diversas encarnaciones– por controlar el movimiento independentista. En palabras de la columna de 2023 que el citado Costa recuperaba el jueves: «No quiero reconciliarme con España; me quiero independizar».

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