Entrevista
Sergi Rodríguez: «A algunos les incomoda que un religioso como el abad Oliba impulsara el parlamentarismo»
Barcelona inaugurará próximamente la placa de la nueva plaza del Abat Oliba, la antigua rotonda de Bellesguard
El abad Oliba por fin tiene su plaza en Barcelona. El célebre religioso y tratadista medieval, que vivió hace unos 1.000 años y cuya huella aún puede sentirse hoy, está ya inscrito en el callejero de la capital catalana: en concreto, en la rotonda junto a la Universidad Abat Oliba CEU, herederos de su legado e impulsores del homenaje.
Próximamente tendrá lugar el acto de inauguración de la nueva placa, con la presencia del alcalde de Barcelona, Jaume Collboni, y otras autoridades. Mientras tanto, el historiador y vicerrector de Relaciones Institucionales de la UAO CEU, Sergi Rodríguez López-Ros, atiende a El Debate para glosar la figura del abad Oliba y cómo su influencia sigue viva hoy en día.
—Empecemos situándonos: ¿quién era el abad Oliba?
—Es un personaje clave de la historia de Cataluña. Fue el tercer hijo del conde de Cerdaña y Besalú, y se dedicó a la vida eclesial. Se hizo monje benedictino y fue abad en varios monasterios, como Santa Maria de Ripoll. También fue obispo de Vic y fundó la abadía de Montserrat. Oliba combinaba tres facetas: una profunda espiritualidad como monje, una actividad intelectual como tratadista y una dimensión de gobierno como obispo.
—¿Logró encontrar una armonía entre estas tres facetas?
—Oliba ve una armonía entre lo trascendente, lo inmanente y lo personal, ve cómo se reproduce la estructura trinitaria entre Dios, los hombres y la sociedad. Era muy consciente de que todo lo hacía en nombre de Dios. De ahí nace, de hecho, uno de sus mayores logros: las asambleas de paz y tregua, uno de los primeros parlamentos contemporáneos.
—Hay una disputa historiográfica al respecto...
—Hay una larga disputa sobre quién inventó el parlamentarismo, porque los británicos dicen que fueron ellos… pero ya en 2013 la Unesco consideró que las primeras Cortes de la historia tuvieron lugar en León en 1188. Las asambleas de paz y tregua no fueron unas Cortes pero sí un movimiento pacifista, mucho antes de que existiese la ONU. En el 1027, Oliba reúne en Toulouges a miembros de todos los estamentos sociales –no solo el brazo militar y el eclesiástico– para crear unos espacios y unos tiempos libres de guerra. También se estableció la prohibición del poder civil de entrar en espacio sagrado.
—¿Qué deberíamos tener en cuenta, desde la mentalidad de un siglo XXI muy secularizado, para abordar la figura del abad Oliba?
—Primero, que la Iglesia es esencial en la vida pública, donde ha tenido, tiene y tendrá un papel clave, guste a quien guste. La del abad Oliba era una «iglesia en misión», como dice el papa Francisco, dedicada al pueblo de Dios. La Iglesia tiene derecho a estar en la vida pública, no solo en las sacristías y las conciencias. Y una segunda consideración es que el abat Oliba nunca quiso ser conde, ni duque, ni profesionalizar su carrera política. Su iniciativa parlamentaria fue algo realmente útil: buscaba la paz, convencido de la dignidad de cada persona y la igualdad de todos ante Dios.
—Recientemente se hizo pública una investigación del profesor Jesús Alturo que aseguraba haber descubierto que el abad Oliba tenía un «negro literario» que le escribió buena parte de su obra.
—Niego la mayor. Y lo hago como académico de la Real Academia de la Historia: no existe ninguna traza de estilo que demuestre que haya autores que no sean Oliba. Toda su obra es coherente, por las categorías que usa, por el tipo de latín… No creo que nadie pueda demostrar que hay manos distintas a la suya empleando un método científico. Lo atribuyo a un nuevo ataque al abat Oliba.
—¿Por qué cree que Barcelona no le había dedicado todavía un homenaje público a un personaje histórico de esta importancia?
–Por varios motivos. Primero, que es un personaje que cayó en el olvido durante siglos, y que ha ido recuperando su estatus poco a poco. Otro motivo es la poca formación histórica que hay en los sistemas auditivos de España, que tienden a ponderar a unos personajes frente a otros. A alguno puede no serle cómodo reconocer que un religioso impulsa el parlamentarismo. Y, por otra parte, también pienso que a ciertos partidos políticos no les interesa poner en evidencia que un hombre de Iglesia impulsa unas cortes sin partitocracia, que parten del ciudadano y ponen a la persona en el centro de la vida pública.
—¿Cómo ha sido el camino hasta llegar a la inminente inauguración de la nueva plaza del Abat Oliba?
—Nuestra universidad decidió que era muy triste que en toda Cataluña sólo hubiese un espacio dedicado a un personaje de esa altura. Se habló con todos los vecinos de la plaza anexa a la universidad, y también con los ayuntamientos de Ripoll y Vic, para que hicieran declaraciones de pleno formales y solemnes instando al ayuntamiento de Barcelona a este reconocimiento público. Así pasó de ser una iniciativa privada al distrito municipal de Sarrià-Sant Gervasi, donde obtuvo el visto bueno de todos los partidos… menos los Comunes, el partido de la entonces alcaldesa Ada Colau. Es escandaloso: el Ayuntamiento lo desestimó por el hecho de que Oliba fuera un hombre y fuera católico. Con el siguiente consistorio [el actual] se logró un consenso sobre lo que era evidente: que el abat Oliba es un personaje histórico de primer nivel, a nivel español e internacional.
—Por último, conseguida la plaza para el abad Oliba, ¿qué personaje falta por reconocer en el callejero de Barcelona?
—Te diré al cardenal Joan Margarit, sobre quién estoy a punto de publicar un libro. Nacido en Gerona, estuvo a punto de ser papa y es uno de los mayores tratadistas de su época: le conocemos como el «anti-Maquiavelo». Aconsejó a Fernando el Católico unir la corona de Aragón a la de Castilla. Que este personaje no tenga un espacio dedicado y no sea objeto de reflexión en los foros académicos es una tragedia.