Un rincón de Can Culleretes, restaurante que pertenecía a la familia de Miguel RegàsCan Culleretes

Historias de Barcelona

Miguel Regàs, el «señor» de la hostelería barcelonesa que publicaba en catalán durante el régimen franquista

Fue una de las figuras más influyentes e importantes de la restauración barcelonesa

Si Josep Pla tomó como inspiración a Rafael Puget para escribir su obra Un señor de Barcelona, a Miquel Regàs Ardèvol lo podríamos definir como «un señor de la hostelería barcelonesa». Nació el 8 de abril de 1880, encima de la chocolatería que había en la calle Cignàs, y fue una de las figuras más influyentes e importantes de la restauración barcelonesa.

Su familia era propietaria de Can Culleretes, el restaurante más antiguo de Barcelona y el segundo de España, después de Botín en Madrid. Ahí aprendió el oficio. Dio el gran salto cuando lo designaron como encargado de los hoteles y la restauración de la Exposición Internacional de Barcelona, del 20 de mayo de 1929 al 15 de enero de 1930.

Sobre este momento, dejó escrita una anécdota: «el Marqués de Casablanca murió en el hotel y su viuda reconoció las atenciones que había recibido, procurando que se perdiera de su memoria y de su conocimiento que se encontraba en un lugar forastero y en un hotel público. La cama donde murió se envió a la residencia de la señora marquesa».

Posteriormente regentó el Hotel Ritz, el restaurante de la Estación de Francia, el Hotel Colón y el Café España. Hombre de profunda fe religiosa, Regàs escribió Una generació d’hostelers (1952) y Confessions (1960). Ambos en catalán y en pleno franquismo: para aquellos que luego dicen que se prohibió la publicación de obras en catalán, aquí tienen dos ejemplos de lo contrario.

En el primero de estos dos, cita a Jean Anthelme Brillat-Savarin (1755-1826), autor del primer tratado de gastronomía: «Los animales engordan; los hombres comen. Sólo el hombre de espíritu sabe comer».

Los hijos de Miguel Regàs

Sus hijos se llamaron Xavier, Jaume y Miquel, el pequeño, que murió el 19 de agosto de 1939 en Villalba de los Arcos, siendo alférez del laureado Tercio de Nuestra Señora de Montserrat. De ahí que su padre le dedique su libro Confessions: «A mi hijo Miquel, el cual me demostró la ruta del sacrificio».

Xavier Regàs Castells, periodista y autor teatral, tuvo que exiliarse, al finalizar la guerra civil, al ser miembro de Esquerra Republicana de Catalunya. Como periodista escribió en varios medios, y como autor teatral estrenó su primera obra, Cèlia, la noia del carrer Aribau, de la mano de Enric Borràs, en 1935.

Casado con Mariona Pagès i Elías, hermana de Pere Pagès –«Víctor Català»–, tuvieron cuatro hijos: Xavier, Georgina, Rosa y Oriol. Durante la guerra civil, los niños fueron repatriados a Holanda y Francia. Formaron parte de aquello que se conoce como los niños del exilio. Ya en el exilio Mariona Pagès abandonó a Xavier Regàs y vivió el resto de su vida con Matilde.

Miguel Regàs hablaba de Mariona Pagès como «el ángel de la tinieblas». Teniendo en cuenta la trayectoria vital y política de su hijo y su nuera, «de conducta desviada», Regàs no descansó hasta que consiguió que el Tribunal Tutelar de Menores le concediera la patria potestad de sus cuatro nietos. Oriol fundó Bocaccio, Xavier se dedicó a la decoración y el interiorismo, y Georgina se dedicó a la cocina.

Rosa Regàs –fallecida hace pocos días– se convirtió en una destacada escritora, y escribía así sobre la familia de su padre:

«Los Regàs Castell que descendían de familias menestrales y del campesinado acomodado de Porrera y otros lugares del campo de Tarragona o Lleida, eran más partidarios de las creencias que de las ideas, sensatos y enemigos de aventuras y cambios que les alejasen de la tradición más inflexible y empedernida, tenían una mentalidad profundamente conservadora y presumían de un gran amor al país.

El dinero, el movimiento del dinero, era lo único que les orientaba sobre la situación y la dirección que tomaba el progreso. Ellos representan la gente del seny, del sentido común».

Miquel Regàs i Ardèvol, el señor de la hostelería barcelonesa, falleció en la ciudad que lo vio nacer un 26 de marzo de 1965. Dejó escrito el siguiente epitafio para las generaciones futuras:

«La vida es indiscutiblemente la juventud, porque es en ella donde radica, donde ha de radicar, el anhelo, la fuerza. Nosotros también fuimos jóvenes y hemos hecho cosas buenas y malas, y que nosotros creíamos, hasta ahora, dignas de elogio; es menester que vosotros, los jóvenes de hoy, hagáis cosas y podáis quejaros un día de los viejos, pero siempre produciendo, dejando, bien o mal, la huella que señale vuestro paso por la vida».