Leyendas de Barcelona
La leyenda de la monja enterrada viva en Barcelona y la verdad tras la truculenta historia
El Convento de las Jerónimas oculta una leyenda que capturó durante años la imaginación de los barceloneses
En la actual calle del Carmen de Barcelona funcionaban dos hospitales. El de Santa María dels Malalts, también conocido como Santa Margarida dels Mesells o Sant Llàtzer, fundado por el obispo Guillem de Torroja en el siglo XII, y el de Sant Macià o del Vilar, fundado en la misma época. En 1401, las dos instituciones, además de los hospitales de Marcús, Colón, Desvilar, Vilar y Santa Eulalia, se fusionaron dando paso al Hospital de la Santa Creu, que hoy en día es la Biblioteca de Cataluña.
Subiendo la calle, en la actual Plaza del Pedró, vivían las voluntarias que trabajaban en estos hospitales, sobre todo en el de Santa Margarida. En ellos se trataban tanto enfermedades comunes como a los enfermos de lepra. Por eso al de Santa Margarita se le conocía como mesells, «leprosos» en catalán.
Esta comunidad de mujeres, bajo la advocación de San Lázaro, empezó a tener una cierta importancia social, sobre todo con la llegada de Brígida Terrera, que gastaba su renta anual, 36 libras barcelonesas, para mantenerla. Además de cuidar a enfermos y leprosos, se encargaban de enterrar a los colgados en la horca y enseñaban a las niñas pobres y a los expósitos del Hospital de la Santa Creu.
Aquella comunidad de mujeres adoptó las normas del tercer orden franciscano. Es decir, eran laicas sin ordenar. A esta comunidad se la conocía como terreras, por Brígida Terrera, o beguinas. Esto último definía a mujeres, de diferentes estamentos, contemplativas y activas, que dedicaban su vida a la ayuda a los desamparados, enfermos, mujeres, niños y ancianos, y también a labores intelectuales.
El monasterio de San Matías
Brígida Terrera falleció en 1471, y cuatro años después las mujeres profesaron, integrándose en la Orden de San Jerónimo. El primer monasterio tomó el nombre de Santa Margarida, aunque en 1484 lo cambiaron por San Matías. Fueron abandonando sus tareas asistenciales para dedicarse exclusivamente a la vida contemplativa. Después del Concilio de Trento adoptaron la clausura.
Estaba muy vinculado a este monasterio san José Oriol, pues allí profesó una prima suya. También Ignacia de Masdeu, que protagonizó uno de los milagros atribuidos al santo y que permitieron su beatificación, formó parte de esta comunidad. El monasterio sufrió dificultades durante la guerra de Sucesión, siendo exclaustradas las hermanas temporalmente.
También sufrieron durante el Trienio Liberal (1821-1823) y con la exclausuración de Mendizábal de 1835, teniendo que abandonarlo. Regresaron en el 1845. Durante la Semana Trágica de 1909 fue asaltado, saqueado e incendiado. Quedó completamente en ruinas. Las monjas se trasladaron a la calle Iradier y, desde 1987, están en la calle Mercè Rodoreda 7, en el barrio de Sant Gervasi.
La leyenda oscura
Más allá de los hechos históricos, este monasterio tiene una leyenda oscura, vinculada más bien a la ignorancia con la ayuda de la imaginación. Teniendo en cuenta la clausura de las monjas, la curiosidad popular hacía suponer que ahí dentro ocurrían cosas extraordinarias. A mediados del siglo XIX se dio a conocer un relato fantástico vinculado con las Jerónimas, y con el tiempo se fueron añadiendo cosas e incrementaron la fantasía. El relato decía así:
La leyenda de la monja enterrada viva
Mientras estaba subido a uno de los naranjos, vio salir una procesión de monjas acompañando a una de ellas, de aspecto cadavérico, dirigiéndose al cementerio de la comunidad, que estaba en la parte trasera.
Allí la monja fue enterrada viva, atada de pies y manos. Cuando las monjas volvieron al interior, bajó del naranjo, desenterró a la monja y le salvó la vida. Al día siguiente explicó lo que había vivido la noche anterior, extendiéndose el relato por la ciudad que, al final del día, quedó magnificada.
En 1858, García-Sánchez del Pinar publicó un relato titulado Los misterios de un convento o la monja enterrada viva. Treinta años después, Jaime Piquet, propietario del Teatro Odeón, situado en la calle Hospital número 45, estrenó una obra teatral basándose en este suceso. Con lo cual aquel relato quedó grabado en la memoria colectiva de muchos barceloneses.
El misterio de lo que ocurría detrás de los muros del cementerio, más este relato de la monja enterrado viva, daban como resultado una intriga y ganas de conocer los misterios de las jerónimas. El misterio se resolvió durante la Semana Trágica. Los exaltados que profanaron y quemaron el monasterio, no pudieron resistir la tentación y profanaron las tumbas de las monjas.
Al sacar a los cadáveres se sorprendieron de que estos tenían las manos y los pies atados. Los revolucionarios cogieron los cadáveres y los pasearon por las calles de Barcelona, para que todo el mundo viera que era cierto, las monjas habían sido enterradas vivas atadas de pies y manos. Llevaron varios ataúdes ante la puerta del Ayuntamiento.
Otras fueron abandonadas en medio de la calle cuando los porteadores eran interceptados por la policía. E, incluso, dejaron alguna delante de la casa del marqués de Comillas. Un joven de 22 años, Ramón Clemente Garci, carbonero y discapacitado, bailó una danza con una de aquellas monjas. Eso le valdría la pena de muerte.
La verdad tras la leyenda
Hablábamos de ignorancia, de una procesión de cadáveres para ver cómo se enterraban vivas a las monjas, de unas manos y pies atados. ¿Qué pasó realmente? Desde la Edad Media, era una costumbre en Cataluña, atar las manos y los pies de los cadáveres apenas acababan de morir. En algunos casos solo los dedos gordos de los pies y de manos con un cordel o un rosario.
El motivo es doble. Por una parte, se imposibilitaba el regreso del alma a su cuerpo terrenal. La otra para que no arrastrara a nadie más a la muerte. Con lo cual, a pesar de relatos, libros y obras teatrales, lo ocurrido en el monasterio de las Jerónimas forma parte más de la superstición y tradición ritual en torno a la muerte, que de macabros rituales y monjas enterradas vivas.