Javier Bausili Morenza, el día de su ordenación sacerdotal

Javier Bausili Morenza, el día de su ordenación sacerdotalEl Patio Visual / Cedida

Entrevista

El cura más joven de Cataluña: «Ser sacerdote no entraba en mis planes, pero Dios da el ciento por uno»

Javier Bausili Morenza fue ordenado hace dos semanas, y ahora ejerce a sus 26 años como vicario en el monasterio de Sant Cugat del Vallès

Hace dos semanas, el igualadino Javier Bausili Morenza se convertía en el sacerdote más joven de Cataluña, con 26 años. Fue ordenado el 29 de septiembre por el obispo de Terrassa, Salvador Cristau, y ahora ejerce de vicario en la parroquia de Sant Pere d'Octavià, más conocido como el monasterio de Sant Cugat del Vallès (Barcelona).

— ¿Desde niño quería ser sacerdote?

— Yo soy el cuarto de cinco hermanos, de una familia cristiana: en casa, la fe nunca ha sido una simple tradición de bodas, bautizos y comuniones, sino una presencia viva. La fe de mis padres pasó a ser mía de una manera muy fluida, muy natural. Pero la verdad es que, aunque nunca había cerrado la puerta a ser sacerdote, no entraba en mis planes.

¿Qué ocurrió para que sus planes cambiaran?

— En el verano posterior a primero de bachillerato, la diócesis organizó una peregrinación a Ávila por el quinto centenario de santa Teresa. La última noche, viendo la adoración eucarística desde lejos, sentí una presencia del Señor que transformó mi vida. Fue un antes y un después, y ahí intuí un principio de vocación. Hoy veo que era evidente lo que me pedía, pero en aquel momento lo que me quedó claro era que me tenía que acercar más a Él.

¿Lo hizo?

— Cursé segundo de Bachillerato, empecé a estudiar Farmacia y me hice catequista en la parroquia de Sant Cebrià, en Valldoreix. En una excursión con los chavales, el coordinador me dijo: «Javi, he estado rezando por todos los catequistas, y me ha parecido entender que el Señor te llama al sacerdocio». Y le dije que llevaba un año y medio planteándomelo, efectivamente. Me recomendó que me cogiese un director espiritual, y le hice caso. Pero el último empujón ocurrió aquel verano, en Fátima: allí le pedí a Dios que me diera el valor para entrar al seminario. «Pedid y se os dará»: a los dos días entraba al seminario.

¿Ese miedo que sentía estaba justificado? ¿Cómo ha sido su paso por el seminario?

—Estoy muy contento, y muy agradecido. Me he sentido muy acompañado en todos los niveles: espiritual, humano… La comunidad del seminario ha sido increíble. Y sobre el miedo… No sé en qué momento dejé de sentirlo, pero otras veces, cuando he sentido algo parecido en relación con el Señor, es porque me he fijado más en la renuncia que en el «sí». La renuncia a un matrimonio, a una familia, a una vida ordinaria... en lugar del «sí» a la vida con el Señor, a una familia en un sentido diferente, como es la comunidad parroquial.

Un momento de la ordenación sacerdotal de Javier

Un momento de la ordenación sacerdotal de JavierEl Patio Visual / Cedida

¿Cómo fue su primera Eucaristía?

— Estaba más pendiente de los gestos y las palabras que de procesar lo que estaba viviendo. En la consagración del vino pensé: «Tío, céntrate, estás más pendiente de las formas que del fondo». Lo bonito es que sigue haciendo falta un acto de fe: creer que ahora estos gestos y palabras que hago transforman este pan y este vino en cuerpo y sangre es un acto de fe, porque uno no siente ningún fueguecito en las manos, ni el Señor te mueve como un avatar.

¿Cómo reaccionaron a su vocación sus familiares y amigos que no son cristianos?

— Gracias a Dios, he tenido una experiencia muy sencilla, porque creo que nadie me ha puesto ningún «pero» de ningún tipo. Incluso gente que a lo mejor no ha ido a misa en su vida me decía: «Si es lo que quieres y te hace feliz, adelante». Sé de otros seminaristas que sí lo han tenido más difícil en su historia, pero yo no.

La falta de vocaciones es una de las principales preocupaciones de la Iglesia, en Cataluña, España y en todo el mundo. Ud. acaba de salir del seminario, ¿por qué cree que no se llenan?

— Veo varios factores. Primero, hay menos natalidad. Es verdad que hay menos cristianos, pero también menos familias: no solo hay problemas para llenar las iglesias, también los colegios. Por otro lado, es verdad que ser cristiano hoy es tal vez más difícil, pero también encuentras familias que viven conversiones a través de los hijos, tanto en la catequesis de comunión como con los jóvenes. En mi parroquia hay más de un caso así.

Hablaba de varios factores.

— Tal vez las redes del mundo enredan más que en otras épocas. No tengo nada en contra de la tecnología, pero todos llevamos un aparato de entretenimiento multiusos 24/7 en el bolsillo: el móvil es una herramienta que puede ser muy buena, pero también una distracción muy grande. En otras épocas han luchado con otros temas, pero a lo mejor estaban más atentos, y en la vida todo no puede ser Netflix y Amazon Prime. El problema no es el entretenimiento, sino no dejar espacio a la reflexión y las preguntas. Si antes ibas de un lado a otro y no podías escuchar música, ese tiempo lo dedicabas a pensar, te gustara o no. No es que el aburrimiento suscite vocaciones, pero sí muchas veces lleva a plantearse jóvenes.

Al mismo tiempo, tal vez también haya cambiado la psicología de las nuevas generaciones.

— Está el tópico de que somos más sensibles, pero también más frágiles. No sé, pero es verdad que muchos sociólogos hablan de la sociedad líquida, en la que cuesta más tomar compromisos. Eso explica por qué es más difícil que haya matrimonios y por qué hay menos hijos, y probablemente también influye en que haya menos vocaciones sacerdotales: es un compromiso vital que en un primer momento genera un impacto muy grande.

Javier Bausili junto al obispo de Terrassa, Salvador Cristau

Javier Bausili junto al obispo de Terrassa, Salvador CristauEl Patio Visual / Cedida

Habla de sensibilidad. Como pastor, ¿se plantea cómo incorporar los sentimientos para la evangelización?

— El problema no es el sentimiento, sino el sentimentalismo, hacer del sentimiento tu única brújula. La fe también se ha de experimentar, Dios se hizo un hombre con sentimientos. En una sociedad que se mueve tanto por el sentimentalismo, una manera de hacerte presente es decir: «Oye, yo también tengo una respuesta a tus sentimientos». Pero en la vida espiritual siempre pasa lo mismo: al principio estás como una nube —por eso experiencias como Effetá se proponen como un primer anuncio— y luego el Señor se retira para que dejes de buscarle por lo que te produce y le busques por quién es Él. Para que busques al Señor de los dones y no los dones del Señor.

El otro día en una entrevista, el rector del Seminario de Barcelona, Salvador Bacardit, decía que ha detectado «un giro a la derecha» en los seminaristas. ¿Ud. lo ha percibido?

— Yo me he formado en el seminario de Terrassa, aunque todos los seminarios diocesanos catalanes recibimos la formación teológica y filosófica en Barcelona. Mi perspectiva, por tanto, es limitada, pero no me atrevería a hablar de giro a la derecha. Sí veo dos cosas. Primero, que cuando ser cristiano implica ir a contracorriente, uno va más a la esencia. Y segundo: en el de Terrassa, dos tercios de los seminaristas venimos de Viaró y la Farga [dos colegios vinculados al Opus Dei]. Las vocaciones nacen mayoritariamente en familias cristianas, y cuando una familia cristiana tiene como prioridad a Jesucristo al escoger colegio, no buscará uno donde el cristianismo sea secundario u opcional. Es cierto que en muchos colegios que tradicionalmente habían sido cristianos cada vez hay menos presencia religiosa.

— Ha sacado el tema del Opus Dei. Esta semana ha vuelto a haber polémica por la publicación de un libro crítico sobre la organización, ¿cuál ha sido su experiencia?

— Bueno, hay que decir que, propiamente, la Farga no pertenece al Opus Dei. Pero sí, mi relación con el Opus Dei es a través del colegio, y es una experiencia positiva. Lo que he recibido me ha formado y me ha hecho crecer, y me ha permitido desarrollarme como cristiano. Como todas las realidades del mundo, no es perfecta, pero yo estoy muy agradecido.

Si esta entrevista la lee alguien que está en su situación de hace siete años, ¿qué le diría?

— Dos cosas. Primero, que yo no tuve que tomar ninguna decisión hasta que quise. Que lo que tuve claro es que me tenía que acercar al Señor, y Él se fue ocupando del resto. Y segundo: que si el Señor te quita algo, te da el triple. Es más: dejas de querer aquello que estabas mirando. Diciendo que sí a algo más grande, lo que te planteabas –como la pregunta sobre el matrimonio– queda en segundo plano. Dios te da el ciento por uno, pero esto lo he ido viendo después.

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