Leyendas de Cataluña
La leyenda del pueblo catalán que acogió a María Magdalena, la discípula de Jesús de Nazaret
Cuentan que en Corbera de Llobregat pasó un tiempo como peregrina y penitente, y en su honor erigieron una capilla
Por encima del municipio de Molins de Rei (Barcelona), siguiendo la carretera hasta el pueblo de Cervelló, cuyas ruinas del castillo de los antiguos condes se ven no lejos de la antigua parroquia de Santa Margarita, dejando la carretera e internándose por la riera llamada de Cervelló, y subiendo a la montaña, se encuentra el pintoresco pueblo y antigua baronía de Corbera de Llobregat.
Su castillo, como tantos en Cataluña, fue mandado demoler en la época de Felipe V, a fin de que no sirviera de fortaleza a los defensores del archiduque Carlos de Austria en la desgastada guerra de sucesión. Corbera, como todo pueblo antiguo, además de su castillo tiene sus recuerdos, que se remontan al principio del cristianismo.
Existe una tradición que dice que los santos amigos de Jesucristo, Lázaro, Marta y María de Betania, viajaron a la Provenza francesa a anunciar el evangelio, conducidos por un buque sin velas ni remos. Lázaro habría sido nombrado obispo de Marsella, y Marta había fundado el primer monasterio de vírgenes cristianas, junto a Tarascón.
En esta tradición, María de Betania es identificada con María Magdalena, quien, separándose de sus hermanos, se habría trasladado a Cataluña, buscando una montaña para hacer penitencia por sus pecados, ya que, si bien Jesús le dijo en casa del fariseo que estos ya habían sido perdonados, ella no se los perdonó jamás.
Así, se dirigió hacia Corbera, y en sus montañas hizo austera penitencia. La abandonó más tarde por la cueva de la Sainte Baume, en Provenza, donde murió. Por eso es uno de los santuarios más célebres de la cristiandad.
Milagro en Corbera
Los vecinos de Corbera levantaron a santa María Magdalena una capilla, en recuerdo de la legendaria estancia de esta santa. Fue uno de los santuarios más célebres de Cataluña, a tal punto que, viéndose el número de peregrinos que a él acudían, se levantó una hospedería. Allí acudían todo tipo de personas, desde los que vivían en la costa a los que habitaban en las montañas.
Le tenían especial devoción los pescadores. No había náufrago en Cataluña que, al encontrarse luchando con las terribles olas, no hiciese su voto de visitar Santa Magdalena de Corbera. Los pescadores acudían para el alivio de sus dolencias a la intercesión de la santa discípula de Jesucristo.
Cuentan que, en el siglo XIV, una dama barcelonesa de alta alcurnia padecía un cáncer en el pecho. En los siglos XIII, XIV y XV las damas usaban tocas cerradas como las religiosas. Era una moda casta y que las embellecía, pero, a fin de que la toca cayera lisa sobre el pecho y sin pliegues, ponían en la parte superior de su corsé un aro de hierro que, formando una horizontal por delante, concluía en ambos lados del pecho, oprimiéndolo. Estos corsés eran conocidos como trona o púlpito, cuya figura imitaban.
La tristemente célebre esposa de don Juan II de Aragón, Juana Henríquez, fue víctima de esta moda. Murió, joven todavía y hermosa, de un cáncer de pecho en el palacio arzobispal de Tarragona. La dama barcelonesa de la que hablábamos padecía el mal de la reina Juana, y, como el de ella, no tenía remedio.
Como oyó relatar los milagros que obraba santa Magdalena en Corbera, pensó ir allí en peregrinación, en litera. Padeciendo horribles dolores, llegó casi muerta al santuario. Allí, puesta de rodillas, pidió el alivio de su mal.
La noble señora era madre, esposa, y veía a su lado a su familia, a su marido, que lloraba pidiendo a la santa el alivio de su mujer, cuyo mal no respetaba ni a las testas coronadas. Pero la santa parecía hacerse la sorda a su oración y la pobre señora se levantó desconsolada: «Volvamos a casa a morir», dijo.
Y sus criados y esclavos, cargando con la litera, se encaminaron a Barcelona seguidos del esposo e hijos de la dama. Al llegar a un cuarto de hora de Corbera, oyeron la voz de la señora que salía de la litera y decía: «¡Deteneos!». Su esposo se acercó a ella, creyendo que se moría. Pero, cuál fue su asombro al ver que, en lugar de aquel rostro cadavérico y hermosura ajada, vio un rostro tan bello como el día que la condujo al altar para jurarle eterna fe.
«Estoy curada, esposo y señor mío», dijo dándole la mano para bajar de la litera: «Santa Magdalena me ha curado». Entonces la noble dama se apeó, se arrodilló en medio del camino y, juntando las manos y dirigiendo su mirada a Corbera, dijo: «Gracias, santa gloriosa, gracias por tanta merced». Y lloró de gozo, y con ella su marido, sus hijos, sus criados y esclavos.
«Amada señora mía —dijo su marido—, quiero que quede perenne un recuerdo de lo que aquí ha pasado, y juro a Dios que se han de acordar las generaciones venideras. Quiero regalar un exvoto a santa Magdalena, y en este mismo sitio, en memoria del prodigio obrado, haré levantar una cruz de piedra de bella labor. La buscaré y haré que sea de las cruces más hermosas que se vean en Cataluña. Mandaré traer de Montjuic la piedra para construirla, y quiero que este monumento quede como recuerdo perenne de haber recobrado la salud por intercesión de santa Magdalena, dulce esposa, la madre de mis hijos, la noble matrona de mi casa, la amada de mi corazón».
Y así se cumplió. Se levantó la cruz en ese lugar y, como dijo el noble caballero barcelonés, las generaciones futuras la respetaron. Hubo guerras, incendios y combates entre señores, y la guerra de Felipe IV, en la cual Cataluña fue francesa y volvió después a ser española, y la de Sucesión, y la invasión de los franceses en 1808, y la guerra de los siete años, y entre tanto desastre estuvo siempre en pie la Cruz de Santa Magdalena. Durante la revolución de 1869, conocida como «la Gloriosa», la cruz fue derribada. Tuvieron que pasar muchos años hasta que el pueblo de Corbera la volvió a reconstruir.