Historias de Barcelona
Los «vulgares» métodos de tortura que usó la policía política republicana durante la guerra civil en Barcelona
El SIM sembró el terror en la ciudad como brazo ejecutor de la represión en la retaguardia republicana
Durante la guerra civil española, el Servicio de Información Militar (SIM) ejerció de auténtica policía política en las zonas controladas por los republicanos, entre ellas Barcelona, donde llevó a cabo una violenta labor de represión, con métodos «sofisticados» de tortura para derrumbar psicológicamente a sus prisioneros.
Entre estos se contaban las sillas eléctricas, hacerles pasar hambre, encerrarlos en celdas incomunicadas y sin luz, aplicarles luz en los ojos, meterlos en las salas psicodélicas diseñadas por Alfonso Laurencic, clavarles inyecciones, sumergirlos en agua, dejarlos desnudos a la intemperie, colgarlos en celdas llamadas huevo que eran como saunas… y un largo etcétera de torturas.
Sin embargo, el SIM también llevó a cabo otros procedimientos menos técnicos, más «vulgares», para que el prisionero confesara aquello que ellos querían oír y que no siempre era la verdad, pues muchas veces confesaron nombres de compañeros que ya estaban muertos, pero que al SIM le servían para ampliar su listado de personas no afines al poder establecido.
Torturadores profesionales
Como ocurre en muchas ocasiones, y más cuando solo importa el resultado final y no los métodos empleados, surgieron una serie de martirizadores profesionales. Hombres con una extraordinaria fuerza bruta o destreza pugilística, que usaban como sacos de boxeo a los prisioneros. Estos mismos individuos, con mucha fuerza y poco cerebro, también utilizaban látigos, llantas de coches y porras de goma para torturarlos.
Una norma bastante habitual era desnudar a los detenidos y frotarles el cuerpo con un líquido que les producía un gran escozor. El cuerpo se llenaba de grandes granos y dolorosas llagas, difíciles de curar. Esto se agravaba porque ningún doctor ni enfermero se dignaba a curarles las heridas, con lo cual la situación empeoraba con el paso de los días.
Se sabe que a uno de los detenidos lo tuvieron nueve horas diarias, a lo largo de cuatro días, con un brazalete en cada brazo con pesos de doce kilos. A una señora de nacionalidad francesa, además de quitarle el pasaporte, la tuvieron declarando durante once horas, descalza y de pie. Llegaron a arrancar trozos de epidermis a algunos detenidos, con un bisturí, pero sin anestesiar a la persona.
Los jefes del SIM en Barcelona
Entre los personajes que estaban al frente del SIM en Barcelona hemos de destacar a Manuel Uribarri Barutell, de origen valenciano, que murió en Cuba en 1962. Oficial de la Guardia Civil y miembro de la masonería, a principios de 1938 fue nombrado jefe del SIM por el ministro de Defensa, Indalecio Prieto.
El 22 de abril de 1938 huyó a Francia, alegando diferencias irreconciliables con el presidente del gobierno, Juan Negrín, y con los comunistas. También había otros, llamados Gazol, Santafé y Vega López, a los que debemos añadir ciertos jefecillos que disfrutaban con el tormento de los allí presos.
De estos últimos, podemos destacar a los boxeadores Juan José Gironés y Carlos Flix Morera. Gironés (1904-1982) trabajó como guardaespaldas de Lluís Companys. Según cuenta Emilio Marquiegui: «Acusado de torturador en una comisaría de Sabadell convertida en checa, calumnia vertida por otro boxeador mediocre, pero también apellidado Gironés, que perteneció al SIM, aunque en este caso como apellido paterno».
Por su parte, Flix (1907-1939) fue campeón de Europa de peso gallo. Como escribe Emilio Marquiegui, consiguió comprarse un coche de la marca Ford:
Según ciertos datos recogidos en aquellos momentos, Gironés asistía al Palacio de Justicia de Barcelona, donde actuaba de jurado. A pesar de lo dicho por Marquiegui, muchas personas declararon en su contra y lo culparon de muchas muertes. Entre ellas, matar de una patada a un detenido que se resistía a ser golpeado. Para celebrar lo ocurrido, según contaron algunas de las personas presentes, se dirigió a los otros detenidos y les dijo: «Que esto os sirva de lección, porque algún día os puede ocurrir lo mismo».
Vigilancia y control
También había seis mujeres, que provenían del norte, estuvieron empleadas en la checa de Vallmajor y actuaron de una manera terrorífica contra las personas que estaban allí detenidas. Los pocos que conseguían la libertad debían firmar un papel que decía:
Estoy advertido de que la fecha que se me hace ha de completarse posteriormente con indagaciones e informaciones policiales que reflejen exactamente la trayectoria de mi línea de conducta política, moral, social y económica, y que cualquier desviación ha de ser sancionada y considerada como delito de alta traición, y, como tal, severamente castigada e internado en un campo de trabajo hasta la terminación de la guerra.
Me abstendré en absoluto de hacer manifestaciones sobre los hechos que motivaron mi detención, clase de vida que hice durante mi prisión, conversaciones que en la misma oí y de mencionar datos relacionados con los detenidos y todo lo que hace referencia a las personas y organismos policiales por los que he pasado.
Todos aquellos que tenían la suerte de firmar este papel, con el cuerpo deshecho, tenían que vivir aquellos días posteriores a su liberación con espías que vigilaban sus movimientos y controlaban lo que decían a los que convivían con ellos. Dicho de otra manera, en ningún momento pudieron comentar las penalidades sufridas y poner de relieve las monstruosidades que se cometían en nombre de una supuesta libertad y de la justicia social.