Retrato de Santa Tecla, por Sarah Paxton Ball Dodson (1923)Wikimedia

Leyendas de Cataluña

La leyenda de santa Tecla, la patrona de Tarragona que amansaba leones y dio una bofetada después de morir

Un recorrido por las leyendas antiguas y medievales en torno a la mártir romana

Siglo I de la era cristiana. Cuentan que un día había un anciano junto a una de las puertas ciclópeas que daban entrada a lo que hoy es la ciudad antigua de Tarragona, desde cuya colonia se dominaba la ciudad. Era un judío que hizo oír su voz y, sacudiéndose el polvo del camino, mostró su manto: aunque raído, era un resto de la púrpura que sólo usaba la nobleza de Roma.

A pesar de ser judío, era ciudadano romano. Su voz era áspera; su acento, extranjero y no muy correcto, pero era tanta su elocuencia que los moradores de Tarraco se quedaron asombrados. Más aún de su doctrina, cuando les dijo que las divinidades cuyos templos se elevaban en la gran ciudad sólo eran sueños.

Les dijo que no había más que un sólo Dios, creador de las cosas visibles e invisibles. Que el Hijo de Éste, igual en todo al Padre, se hizo hombre en las puras entrañas de una Virgen, y que murió por todos rescatándonos del pecado con su sangre. «Yo también –dijo– participé de vuestros errores, pero gracias a un milagro estupendo soy quien soy».

«Yo perseguí a la Iglesia, y en mi ceguera, Dios me llamó. Soy el más indigno de los hombres», les dijo, y seguía: «Pero Dios me ha dado la misión de publicar su Evangelio». Su nombre era Saulo para los gentiles, pero Pablo para los cristianos. Y allí, ante la multitud congregada, relató esta historia.

Tecla de Iconio

En Iconio, en la actual Turquía, vivía una ilustre doncella, dotada de hermosura y riqueza, y de un talento superior. Un día escuchó la voz de Pablo y se hizo cristiana: renunciando a un matrimonio ventajoso, se despojó de todas sus galas y quiso permanecer virgen durante su vida. Delatada por su familia, fue probada con mil tormentos, pero Dios la preservó de todos.

Pablo y Tecla. Fresco del siglo VI, descubierto en la Cueva de San Pablo, en las ruinas de ÉfesoWikimedia

Fue la primera de su sexo en confesar al verdadero Dios ante el martirio, y Dios premió su constancia. El fuego se dividió al arrojarla a la hoguera. Los animales venenosos perdieron su veneno. Los leones del anfiteatro, en lugar de despedazarla, lamieron sus pies. «Nada pudo el tirano contra ella –dijo por fin Pablo– y avergonzado la abandonó, desterrándola de su patria. Su nombre era Tecla de Iconio».

Los tarraconenses, admirados, repitieron después en el seno de la familia la historia de Tecla, aquella virgen maravillosa a quien las fieras lamían los pies, y a quien respetaba el fuego, y contra la que nada podían las venenosas áspides, víboras y salamandras. Pablo abandonó más tarde Tarraco, después de convertir a la fe cristiana a muchos de los habitantes de la ciudad.

Los que no se convirtieron, porque no comprendieron su sublime doctrina, elevaron en lo alto de la colina que ocupa la ciudad vieja, donde hoy está la Catedral, un hermoso templo rodeado de columnas, en medio del cual se veía una estatua de mármol que representaba a una virgen cubierta con un velo. Era Tecla de Iconio, más casta y pura que Vesta, Diana o Palas.

La bofetada de santa Tecla

Pasaron los siglos. En plena Edad Media, dos caballeros estaban a punto de someterse a juicio. A los dos se les imputaba un delito que merecía la muerte, y ambos juraban y perjuraban que no lo habían cometido. En aquel tiempo, antes de acudir a las armas, se juraba ante el sepulcro de un santo, poniendo la mano encima de la losa, que no se había cometido el crimen imputado.

Éste juramento iban a pronunciarlo los dos caballeros en Seleucia, en la magnífica Basílica que el emperador Zenón mandó edificar para guardar en su recinto el sepulcro de santa Tecla. Tras las protestas de costumbre, armados y aparejados al combate, para defender cada cual su derecho, se acercaron al sepulcro de la Santa.

El primero extendió sobre él su diestra, hincó las rodillas y dijo con entereza, poniendo su mano sobre la losa: «Juro ante Dios y su Santísima Madre, y ante todos los Santos del Paraíso, poniendo por testigo a Santa Tecla, que no he cometido el delito que se me imputa, y si juro en falso, pronto estoy en este momento a dar cuenta al tribunal de Dios».

Detalle de un cuadro de santa Tecla pintado por Tiepolo en 1758Wikimedia

Se levantó, besó la losa y se quedó en pie junto al sepulcro. Pálido y trémulo el segundo, se quitó el yelmo, se arrodilló ante la tumba iluminada por ricas lámparas de plata que colgaban del techo, y cubierta de coronas de oro y pedrería. Extendió una mano trémula, y pronunció el terrible juramento.

La losa se alzó por sí misma lentamente, y pareció que del fondo de la tumba salía como un vapor. Se vio un cuerpo envuelto en una mortaja, y un brazo descarnado salió del sepulcro, oyéndose al mismo tiempo una voz que gritaba: «¡Perjuro!». Y la mano momificada dio una tremenda bofetada al que juraba en falso, el cual dio un grito y cayó sin vida junto al sepulcro. La losa volvió a cerrarse, pero la mano y el brazo quedaron fuera para escarmiento eterno de los perjuros.

Cuando en el siglo XIV Tarragona pidió y obtuvo reliquias de Tecla de Iconio, su santa patrona, por medio de Eximio de Luna, su arzobispo, el rey de Armenia, Opio, que poseía el brazo milagroso, lo regaló a la inmortal ciudad. Sin embargo, se quedó con el dedo pulgar, entregando las insignes reliquias los emisarios del rey de Aragón, en 1320, durante el reinado de Jaime II, siendo trasladada tres años después a la actual Catedral, el 19 de mayo de 1323.