tribunajosé maría llanos

Frente a desmemoria, concordia

Se promulgaron leyes que fomentaban esa diferencia entre unos y otros, entre buenos y malos, entre quienes ganaron la guerra y quienes la perdieron pero la querían ganar en diferido; y todo ello con un afán de persecución y revancha completamente antinatura en una democracia consolidada

Actualizada 04:30

El lenguaje es un instrumento rico y esencial para la comunicación y las relaciones humanas, pero también puede convertirse en «un arma de destrucción masiva» cuando se utiliza de manera torticera, sesgada, o incluso opuesta a aquello que se pretende definir. Lo decía G. Orwell: «Quien domina el lenguaje, domina las mentes».

Eso ocurre cuando al aborto se le define como interrupción voluntaria del embarazo, o a la eutanasia se la bautiza como muerte digna, o a un régimen totalitario como la antigua Alemania del Este se le llamaba República «Democrática» de Alemania. Y esto sucede también cuando se promulgan Leyes de «memoria democrática o histórica», que son en realidad leyes para el «borrado selectivo de la memoria», y para imponer ideas a la fuerza; todo ello «muy democrático».

Pero es el estilo del socialismo, del comunismo, de aquéllos que en lugar de hacer proposiciones, argumentarlas y darles sentido, pretenden imponer una única forma de pensar, la suya.

En España se produjo un cambio radical de régimen político, tras la muerte de Franco y, en un momento de gran incertidumbre, una serie de políticos del anterior régimen se marcharon a su casa, y otros políticos cogieron las riendas para generar una transición incruenta, ejemplar, que nos trajo la democracia y la promulgación de una Constitución que recogía en su contenido el sentir de todos los que de una u otra forma, colaboraron para que todas las ideas democráticas tuvieran su acogida en esa Carta Magna. Con anterioridad, y para cerrar heridas que pudieran seguir abiertas, se aprobó una Ley de Amnistía «política», esto es, atendiendo a la distinta naturaleza entre el anterior régimen político y el que se estaba labrando.

Hasta aquí lo que ocurrió; hasta aquí lo que la inmensa mayoría del pueblo español quería y votó. Y hasta aquí los antiguos enfrentamientos entre quienes sepultaron a sus familiares caídos en la Guerra Civil en uno u otro bando, en lo que fue una guerra fratricida.

La Constitución, con la figura de SM el Rey Juan Carlos I y una serie de políticos que trabajaron por y para los españoles –y a pesar de crisis económicas, sociales, y mejores o peores gestores de lo público–, nos dio unas décadas de paz institucional, en una única España de todos y para todos.

Pero hete aquí que, en 2007, el iluminado Zapatero se saca de la manga una Ley de Memoria Histórica, refrendada y aventajada por la Ley de Memoria Democrática de 2022, de Sánchez; así como por otras Leyes Autonómicas sobre la cuestión, como la Ley de Memoria Democrática de 2017, de Puig, en la Comunidad Valenciana. Y es que parece que no merecíamos vivir en paz; había que resucitar las viejas cuitas de 80 años atrás, y hurgar en las heridas que ya habían cicatrizado. No había por qué; no había razón alguna. La única explicación plausible es la que nos dio Zapatero en 2008 cuando se le escapó un «nos conviene que haya tensión», días antes de las elecciones generales. Es decir, que para ganar unas elecciones, el PSOE quería tensión en las calles, entre la ciudadanía.

Y esa tensión no acabó con su reelección, sino que siguió marcando su hoja de ruta, en una deriva ideológica y sectaria que día tras día separaba más y más a los españoles, haciendo revivir unos bandos que ya habían desparecido y levantando unos muros que ya habíamos dejado atrás en nuestra historia.

Y se promulgaron leyes que fomentaban esa diferencia entre unos y otros, entre buenos y malos, entre quienes ganaron la guerra y quienes la perdieron pero la querían ganar en diferido; y todo ello con un afán de persecución y revancha completamente antinatura en una democracia consolidada. Fueron leyes de instrumentalización, de adoctrinamiento, de manipulación histórica, leyes que no recogían la única verdad; que la guerra no la ganó nadie, porque en lo personal todos perdimos: amigos, familiares, compatriotas.

Pero no; había que cargarse el llamado «espíritu de la transición» y, donde hubo una reforma, querían generar una ruptura. ¡Vaya si lo consiguieron!

Ahora bien; no contaban con Vox y no contaban con la fortaleza del pueblo español y de nuestras futuras generaciones que, lejos de dejarse adoctrinar y de creerse a pies juntillas «manuales de Estado», han decidido abrirse al exterior, mostrar inquietud y ganas de saber la verdad sobre todo, y forjar lo que es inmanente a la juventud: la rebeldía.

También fue Orwell quien dijo que «en tiempos de engaño universal, decir la verdad se convierte en un acto revolucionario», y precisamente frente a los «conservacionistas del falso progresismo» –que quieren adormecer el pensamiento crítico, la opinión, la formación y la información–, la firmeza de las convicciones de Vox ha conseguido que una concordia que existía, y que nos arrebataron, sea una bandera que vuelva a ondear en muchos lugares de España.

¿Pero hacía falta una Ley de Concordia? Evidentemente si había concordia, no, porque no hay nada menos democrático que legislar sobre lo que no hace falta –en eso son expertos los de «izquierdas», que han de legislarlo todo para controlarlo todo–. Pero Zapatero, Sánchez, Puig y los suyos, junto con sus socios de similar pelaje, se encargaron de quebrar la concordia, la paz, y traer enfrentamiento y crispación.

Por eso sí hacía falta una Ley de Concordia; para regenerar la vida social y política, para recuperar el entendimiento y la igualdad entre españoles, y para volver al espíritu verdaderamente democrático que todos deseamos. Porque en España hay víctimas de la violencia que merecen reconocimiento, sí; todas. Porque las víctimas de la persecución religiosa e ideológica de la Segunda República son víctimas también; y porque las víctimas del terrorismo perpetrado por algunos socios, amigos o conocidos de los gobiernos del PSOE, también son víctimas. Y todas, absolutamente todas las víctimas, merecen nuestro respeto, nuestra memoria, dignidad y reparación.

Decía Adolfo Suárez en 1996 que «la concordia es ardua y difícil, pero cuando se logra, alcanzamos los momentos estelares de la historia». Y en esa misma ocasión, cuando se le entregaba precisamente el Premio a la Concordia, el entonces Príncipe de Asturias, hoy SM el Rey Felipe VI decía: «Es preciso superar las diferencias del pasado y neutralizar viejos recelos para abrirse a un futuro de ilusiones compartidas».

Eso es CONCORDIA con mayúsculas; y eso es lo que el PSOE nos quitó; y eso es lo que España quiere recuperar. En la Comunidad Valenciana, gracias a Vox, ya lo hemos conseguido.

  • José María Llanos es portavoz de Vox en las Cortes Valencianas.
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