El chalé, que constaba de dos plantas, estaba meticulosamente diseñado para satisfacer las necesidades y deseos de la aristocracia de la época. La planta baja albergaba un oratorio, un pequeño templo donde el cura de la familia celebraba misa diariamente. Esta capilla privada reflejaba la profunda religiosidad de la baronesa y su familia, quienes encontraban en la fe un refugio cotidiano. Junto al oratorio, se encontraban un comedor amplio, una cocina equipada con lo mejor de la época y una dependencia reservada para el servicio doméstico.