Misil estratégico ruso de nueva generación Yars saliendo de la Plaza Roja

Misiles estratégicos rusos de nueva generación Yars saliendo de la Plaza RojaEfe

Defensa Nacional  «¡Vamos a morir!», o cómo vender que la tierra es plana

Hace más de 500 años que Juan Sebastián de Elcano desembarcó en Sevilla tras dar la primera vuelta al mundo. ¿Por qué todavía hay terraplanistas en el siglo XXI? O, para ser más precisos, ¿de verdad los hay? Tengo para mí que a los que dicen profesar esa extraña fe el asunto no les podría importar menos. Solo fingen creerlo porque les proporciona una agradable sensación de pertenencia a un grupo de élite, ya sea por encima del común de los mortales o, si eso no fuera posible, ¿por qué no resignarse a que sea por debajo? También tienen su atractivo los grupos de «perdedores». Solo así se explica el misterio de que cuanto más descabellados sean sus planteamientos—y en eso coinciden con los antivacunas o los rusoplanistas— más éxito tienen.

Algo parecido ocurre con los gritos de «vamos a morir» que en estos días se escuchan en YouTube o las redes sociales. Las más de las veces, responden a las amenazas de Putin sobre la guerra de Ucrania, aunque casi siempre —¿quién pide coherencia al rusoplanismo?— se exculpe a quien se supone que pulsará el botón nuclear para acusar de nuestra inminente extinción a cualquiera que sea el que peor nos caiga. Sin embargo, tampoco falta quien, desde el otro extremo del espectro social y político español, responsabilice del ya cercano apocalipsis a las acciones de Netanyahu en Oriente Medio. Habrá percibido el lector que, como ocurre en el caso del pobre y difamado Putin, raramente se señala a Irán en los círculos progresistas de los que forma parte el alto representante de la ONU para la alianza de civilizaciones, el para nosotros bien conocido Moratinos. Es cierto que en los medios responsables, como es el caso de El Debate, casi siempre se impone la cordura. Pero eso les importa tan poco a los creyentes del «¡vamos a morir!» como a los terraplanistas la realidad de los vuelos comerciales.

Vladimir Putin durante una rueda de prensa

Vladimir Putin durante una rueda de prensaAFP

La gran ventaja de estas teorías apocalípticas —y eso las iguala al terraplanismo— es que no necesitan ser ciertas para ser aceptadas. La guerra de Ucrania no ha sido un paseo militar del Ejército ruso, no ha congelado a Europa, no ha colapsado nuestra economía, no ha destruido el mundo y no ha obligado a nuestros jóvenes a ir a la guerra. Vamos a morir, eso es seguro, pero a su debido tiempo, cuando a cada uno nos llegue la hora de dar cuenta de nuestros actos.

Sin embargo, quienes defendieron todas esas teorías, ya ampliamente desacreditadas, siguen insistiendo en el inminente apocalipsis porque saben que el incumplimiento de sus profecías —y reconozco que lo digo con un punto de envidia, porque mis amigos se meten conmigo cada vez que me equivoco— no disminuye un ápice su credibilidad. Más bien ocurre lo contrario. La mayoría de los seres humanos, que presumimos de racionales pero no hace tanto tiempo que nos bajamos de los árboles —o salimos del barro, si lo prefieren los lectores creacionistas— preferimos leer algo que nos satisfaga, aunque sepamos que es mentira, a enfrentarnos a una realidad que no nos atrae.

La Defensa antiaérea de Ucrania repele un ataque ataque ruso con drones

La Defensa antiaérea de Ucrania repele un ataque ataque ruso con dronesUkinform.ua

Admitiendo ese sesgo inevitable por lo que nos gusta, ¿por qué alguien puede disfrutar de la inminente extinción de nuestra especie? Doctores tiene la Santa Madre Iglesia capaces de analizar los aspectos psicológicos de todo esto. Yo no soy uno de ellos, pero apostaría porque, en la mayoría de los casos, para que eso ocurra tienen que darse dos condiciones. La primera es un cierto grado de insatisfacción con lo que nos rodea, que se refleja en ese «¿dónde vamos a ir a parar?», que ya se preguntaba mi abuela hace seis décadas y ahora empiezo a preguntarme yo. La segunda, más importante todavía, es la absoluta certeza de que los males que se nos profetizan no van a tener lugar. Porque, por poco que nos guste lo que vemos a nuestro alrededor, ¿quién querría ver como sus hijos o sus nietos —o, en su caso, su perro, que de todo hay— se quedan sin futuro?

Inclinando la tierra

Había prometido alguna idea para vender que la tierra es plana. ¿Cómo ampliar la oferta de los gurús del terraplanismo para atraer también a los «juiciofinalistas», un público mucho más abundante y particularmente fiel? Yo probaría a asegurar que «ellos» —la mayoría de las conspiraciones no definen el sujeto porque así el lector puede echar la culpa a quien le parezca mejor, desde el eje del mal liderado por Putin al estado profundo norteamericano— «tienen un plan». ¿Cuál es ese plan? «No quieren que sepas» —los conspiracionistas a menudo introducen sus bulos con esas cuatro palabras— «que van a inclinar el planeta hacia uno de sus lados». Quizá el impacto de un cierto número de los milagrosos Oréshnik en uno de los confines de la tierra plana —usted no sabe dónde está, pero «ellos» sí— baste para que los ciudadanos no avisados caigan al vacío, mientras «ellos» se refugian en secretos búnkeres dotados de suspensión Cardan, entre cuyas paredes, dependiendo de las creencias de cada uno, planean el asalto al poder mundial, celebran misas negras o practican la pederastia.

Pero esa, dirá el lector, es una teoría ridícula. Cierto, pero no mucho más que la de la tierra plana o la de los chips que nos han inyectado con las vacunas de la covid. Y bastante menos, en mi opinión, que este titular recientemente publicado en El País: «Los orgasmos permiten canalizar la energía del universo y enchufarse a Dios».

Dejando el sexo para autores más imaginativos —reconozco que a mí el titular anterior me parece exagerado— podemos encontrar bulos casi igual de ridículos en el terreno militar. Putin asegura una y otra vez —hasta el punto de que me pregunto si se lo cree— que el misil Oréshnik es tan «hiperveloz» que el impacto de un número suficiente de ellos equivaldría al de una bomba atómica.

Misil estratégico ruso de nueva generación Yars

Misil estratégico ruso de nueva generación YarsMinisterio de Defensa de la Federación Rusa

¿Cuál sería ese número? Vamos a calcularlo, pero sáltese este párrafo el lector procedente de letras. Y también el que haya preferido dedicarse a las ciencias. Sálteselo todo el mundo, porque yo no soy de fiar. No he vuelto a estudiar física desde el lejano 1974, año en el que aprobé la oposición de ingreso en la Armada. Sin embargo, aún recuerdo la fórmula de la energía cinética: 1/2 de la masa por el cuadrado de la velocidad. Con mi mejor voluntad, la apliqué a una ojiva de una tonelada —será bastante menos— que, después de ser frenada por la atmósfera, choque contra el suelo a 1.500 metros por segundo. Si no hice mal las cuentas, el impacto de cada ojiva del Oréshnik equivaldría a un poco más de un gigajulio de energía. Es mucho, desde luego, y debe ser muy doloroso que te caiga encima; pero, según las tablas, la explosión de una tonelada de TNT cuadriplica esa cifra. Pensándolo bien, debe ser por eso por lo que la humanidad sustituyó las pesadas balas macizas del siglo XVIII por proyectiles rellenos de explosivo. Por eso y porque entonces no había Internet, donde los bulos pueden explotar en nuestras mentes con mayor potencia que sobre el terreno.

El cálculo del párrafo anterior, que espero que el lector se haya saltado, nos dice que para alcanzar los 16 modestos kilotones de la bomba de Hiroshima serían necesarias unas 64.000 ojivas del Oréshnik, es decir más de 10.000 misiles. Si Rusia consigue producir 10 al mes, no tardaría ni un siglo en obtener esa cantidad. O sea que ya sabe Zelenski a lo que se enfrenta dentro de cien años si continúa resistiéndose a la conquista rusa.

Los científicos aseguran que las leyes de la física no se aplican a determinadas singularidades. Quizá para Putin Rusia sea una de esas singularidades, ¿quién sabe? ¡Es tan grande! Ante la duda, apliqué el mismo cálculo a los datos que encontré en Google sobre uno de los grandes meteoritos caídos en Siberia, el llamado bólido de Tunguska, cuya explosión se calculó en 15 megatones. Si Putin quisiera repetir ese resultado, el misil Oréshnik tendría que volar bastante más rápido que esos modestos 10 mach que se nos han anunciado y tener las dimensiones del portaaaviones Nimitz, algo que incluso muchos rusoplanistas juzgarán improbable. Por eso, estoy convencido de que cuando el presidente ruso predice que su nuevo misil produce efectos comparables a los de una bomba atómica no se está refiriendo al mundo de la física, sino al de las redes sociales. Y ahí, reconozcámoslo, tiene algo de razón.

Un torpedo a la línea de flotación de la Defensa Nacional

Estamos siendo bombardeados por la desinformación, y no solo en las redes sociales. Colecciono en mi móvil fotografías de pantalla de titulares de artículos periodísticos que ensalzan las armas milagro rusas, chinas, iraníes y hasta norcoreanas, y no hay día que no añada una a mi archivo personal. La apología del apocalipsis puede parecer inocente —cada uno se imagina el futuro como quiere— pero quienes la explotan saben bien que no lo es. En Rusia, eso se llama derrotismo y está muy castigado por la ley. En Occidente prevalece la libertad de expresión, pero cada grito de «vamos a morir» es un torpedo a la línea de flotación de nuestra Defensa Nacional. Nos divide, nos acobarda y, si llegase a proliferar, eliminaría de nuestra identidad nacional esa voluntad de vencer sin la que ningún pueblo puede prevalecer.

En Ucrania, un sistema ruso dispara un misil termobárico

En Ucrania, un sistema ruso dispara un misil termobáricoTwitter / @RetroTechNoir

¿Qué cree el lector que busca Putin cuando atribuye al fabuloso Oréshnik propiedades que exceden las leyes de la física? ¿Divertirnos? ¿Que nos riamos de sus bufonadas? Es Sun Tzu quien nos da la clave para entender al criminal ruso: «la mejor victoria es la que llega sin combatir».

Yo me atrevería a pedir al amable lector que haya llegado hasta aquí que, si le entretiene el survivalismo o quiere alimentar su angustia vital, piense mejor en la llegada de un meteorito, en el apocalipsis zombi —el origen de la epidemia daría mucho juego para los conspiracionistas— o en la invasión de los ultracuerpos procedentes del espacio exterior. Pero no haga caso de las amenazas de los malvados ni siga dando crédito a los profetas del Armagedón. Precisamente a esos, por la cuenta que nos tiene, no debiéramos dejarles ganar.

Juan Rodríguez Garat

Almirante retirado

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