Banderas de la Unión Europea y la OTAN

Banderas de la Unión Europea y la OTANNurPhoto via AFP

Europa ante el espejo: «pensar con cabeza»

La visión del concepto 360º de la OTAN, adoptada en 2022, sigue vigente, pero los europeos deben decidir si están dispuestos a sostener su parte del esfuerzo

Donald Trump ha irrumpido en el tablero geopolítico con la potencia de un solo de guitarra al máximo volumen. Su entrada ha sido como Kirk Hammett interpretando Harvester of Sorrow: política en modo heavy metal. Sus palabras han retumbado con tal intensidad que han sacudido piezas que parecían inamovibles. No ha sido un simple empujón, sino una auténtica sacudida. Una coz. Y en Europa, el sismo se ha dejado sentir.

Durante décadas, la seguridad del continente ha dependido en gran medida de la garantía estadounidense. Ahora, con la posibilidad real de que Washington reduzca o incluso retire su apoyo, los europeos deben afrontar una pregunta incómoda: ¿pueden defenderse por sí mismos?

Aquí no valen tuits ni ocurrencias. No es un debate que se resuelve con un chascarrillo de 30 segundos en televisión. Hablamos de seguridad, disuasión y poder. Y cuando los desafíos son graves, las respuestas deben estar a la altura.

Esta semana, en la reunión conjunta de las comisiones de Defensa, Economía y Política de la Asamblea Parlamentaria de la OTAN en Bruselas, la delegación estadounidense dejó un mensaje claro: la Alianza Atlántica sigue siendo viable, siempre y cuando EE.UU. no tenga que asumir la defensa individual de cada país miembro. Cada Estado debe garantizar su propia seguridad antes de esperar apoyo.

Aunque Europa ha aumentado su gasto en defensa tras la invasión rusa de Ucrania (con excepciones evidentes), persisten graves deficiencias estructurales

El secretario de Defensa, Pete Hegseth, fue aún más directo en la Conferencia de Seguridad de Múnich: Europa debe ocuparse de sus propias amenazas porque EE.UU. está centrado en el Indo-Pacífico. Sin embargo, esto no significa que Washington deje de considerar los desafíos en el flanco sur europeo, donde China y Rusia han incrementado su presencia. La visión del concepto 360º de la OTAN, adoptada en 2022, sigue vigente, pero los europeos deben decidir si están dispuestos a sostener su parte del esfuerzo.

El problema no es solo presupuestario. Aunque Europa ha aumentado su gasto en defensa tras la invasión rusa de Ucrania (con excepciones evidentes), persisten graves deficiencias estructurales. La industria militar sigue fragmentada, los sistemas de armas no siempre son interoperables y la capacidad de respuesta sigue siendo lenta. Mientras EE.UU. opera con un único modelo de tanque de batalla (Main Battle Tank), Europa mantiene 19. Su flota de aviones de reabastecimiento en vuelo, fundamental para la movilidad estratégica, es cinco veces menor que la estadounidense. La falta de misiles antibuque y sistemas de defensa aérea es preocupante.

El desafío es además doctrinal. Europa sigue siendo un mosaico de ejércitos nacionales con intereses divergentes. Francia, la única potencia nuclear de la UE, aboga por una «autonomía estratégica», pero el concepto sigue sin concretarse en términos operativos. Mientras tanto, Washington sigue siendo el pilar de la defensa europea, queramos o no reconocerlo.

El problema también es industrial. La producción militar europea es más cara y más lenta que la estadounidense. Las entregas de material esencial, desde municiones hasta vehículos blindados, acumulan retrasos (no es tiempo de detenernos en el 8x8). Mientras Ucrania consume proyectiles a un ritmo que Europa no puede sostener, EE.UU. ha sido el principal proveedor de armamento pesado. Y lo ha cobrado. Sin la infraestructura logística y de fabricación de EE.UU., las fuerzas europeas tendrían serias dificultades para sostener un conflicto prolongado.

¿Seguiremos debatiendo mientras el mundo se reconfigura, o empezaremos a actuar en consecuencia?

La reducción del compromiso estadounidense ya no es una posibilidad teórica, sino una amenaza real. Europa se encuentra en una encrucijada: o sigue confiando en una garantía de seguridad que cada vez parece más incierta con las bases hasta ahora conocidas, o toma medidas decisivas para construir una defensa propia eficiente y coordinada. Y cuando hablamos de coordinación, hablamos también de colaboración con Estados Unidos, no de confrontación.

El problema no es solo financiero, sino de voluntad política. Y ahí radica el verdadero desafío. Es el momento de la política, no de los intereses de ninguna industria, empresa o grupo de presión más preocupado por la evolución de las acciones que por la seguridad de Europa. Es el momento de una diplomacia inteligente y de decisiones estratégicas reales.

No es fácil. Europa carece de un liderazgo sólido y unificado. Algunos líderes nacionales están en retirada, otros han perdido peso político y varios se han vuelto irrelevantes. Hablan para sus propios electorados, no para Europa en su conjunto. Y aquí reside el verdadero problema.

Hay líderes que tras años de discursos complacientes, ahora temen la reacción de una opinión pública que vira en dirección opuesta. Otros invocan la grandeza del proyecto europeo, pero evitan y han evitado asumir los costes necesarios para sostenerlo. Mientras unos descartan por completo el envío de tropas a Ucrania, otros contemplan la opción como un gesto simbólico, más cercano a una fuerza de interposición que a una estrategia realista. Como si la guerra se resolviera con una misión de cascos azules en un conflicto donde la disuasión y el poder militar dictan los términos. Además, el hecho de que la presidenta de la Comisión Europea acudiera a París a instancias de Macron subraya una realidad embarazosa: si llega una solución, no vendrá de Bruselas, sino de un impulso nacional. Recuerden que todos querían estar en la foto, más preocupados por la imagen que por el fondo, por la pose que por la sustancia. Europa sigue debatiéndose entre el simbolismo y la acción, mientras el tiempo para decidir se agota.

Sin dirección, sin consenso y sin estrategia común, la pregunta sigue en el aire: ¿seguiremos debatiendo mientras el mundo se reconfigura, o empezaremos a actuar en consecuencia? Más aún, estamos en condiciones de responder a una pregunta: ¿qué es lo que queremos?

Es el momento de hablar y negociar con seriedad, de menos fotos y más hechos, de actuar como adultos

Porque la cuestión clave no es si Europa debe enfrentarse a Estados Unidos, a Rusia o a un mundo cada vez más incierto. La cuestión es si tiene la capacidad de pensar estratégicamente y asumir su propio destino, y sin olvidar, con quien hemos venido caminando hasta ahora. No hay autonomía sin responsabilidad, ni seguridad sin poder real.

Y todo esto puede resolverse más pronto de lo que pensamos. Si Estados Unidos decide reducir su presencia en Europa, game over. Entonces, los europeos no solo deberán reorganizar su defensa a marchas forzadas, sino que se encontrarán con un Putin envalentonado y con el riesgo de que la propia OTAN se vea debilitada desde dentro, vista la fauna que habita el continente, dicho sea con todos los respetos.

Mientras tanto, algunos seguirán ridiculizando a quien legítimamente ganó las elecciones en EE.UU., en lugar de atender la verdadera cuestión: cómo garantizar la seguridad de Europa en un mundo que se endurece cada día más. Hemos dedicado demasiado esfuerzo a concienciar sobre los tapones de plástico y muy poco a la seguridad y la defensa. Es el momento de hablar y negociar con seriedad, de menos fotos y más hechos, de actuar como adultos. Es hora de plasmar los compromisos en los presupuestos, de dejar atrás el tacticismo y el cortoplacismo, de elevar la mirada y tomar decisiones pensando en las próximas generaciones, no en los próximos titulares.

Dejemos los tuits para los de siempre y empecemos a pensar con cabeza.

  • José Antonio Monago Terraza es portavoz adjunto del Grupo Parlamentario Popular en el Senado y miembro de la Comisión Mixta de Seguridad Nacional y Defensa.
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