Buitres

Buitres

El valle de los 'buitres'

La mayoría de estos empresarios, cuyos movimientos huidizos se escapaban del control de Hacienda o la Seguridad Social, se sentían como «gente de izquierdas»

Uno de los aspectos más comentados después de las elecciones del 23 de julio en la taberna Casa Millán, donde se congregan pacíficamente parroquianos de todas las ideologías, no fue tanto los resultados, sino los posteriores bailecitos, saltitos y demás tonterías con las que nos obsequiaron nuestros políticos, de cara a los aplaudidores profesionales que les jaleaban.

Entre estas muestras de ridículo ajeno se habló del «baile» en el balcón del domicilio oficial del PSOE, protagonizado principalmente por señoras del partido ya con una cierta edad, acompañadas al compás por las palmas del ministro del deporte, todos con la alegría de un gran triunfo que ellos mismos se arrogaban. La madura Reyes Maroto quiso ser una adelantada de aquellos bailes.

Analizando de una manera fría los resultados, esos bailes del PSOE no obedecían a que su partido hubiese ganado, sino a que no se les echaba del Gobierno de España. Todo contoneo era porque se había propiciado otra oportunidad de que fuesen los vascos del ex-etarra Otegui y los catalanes del golpista Puigdemont y el ínclito Gabriel Rufián (el que gana siete veces lo que cobra un repartidor de butano) los que marcaran de nuevo la política de este país, y ahora con más poder. Ahí sí que vamos a bailar todos.

Los votantes del PSOE

Ante la sorpresa de tertulianos y «expertos» en política, que no acertaban a explicar lo ocurrido, desde mi humilde conocimiento de años creo que el PSOE de Pedro Sánchez ha aguantado (que no ganado) porque tiene hormigón de sobra y una gran capacidad de apelar a una importante base de votantes, en realidad ajena a cualquier ideología, pero que por unas razones u otras no quiere perder su estatus privilegiado del que viene disfrutando. Si fuese otro partido el que se lo garantizase también le votarían.

Para explicar un poco esto del estatus, que no es algo nuevo, citaré aquí de ejemplo el curioso ambiente que llegué a conocer por un estudio sociológico sobre aquel lugar muy desconocido en Córdoba, al que con gran tino se apodó en su momento como el 'Valle de los Buitres'.

Éste se ubicaba en la antigua carretera de Madrid, cerca de la Alameda del Tiritar regada por el arroyo de Rabanales, donde ya por entonces (décadas de los 70 y 80 del siglo pasado) se había perdido este paraje habitual de baño de los cordobeses por la suciedad que traía el arroyo. Se accedía al valle por un camino infame en muy mal estado entre la gasolinera de San Carlos y la Escuela de Formación Profesional del mismo nombre (luego efímero recinto ferial y hoy abandonado a la espera de lo que hagan sus nuevos dueños).

Un trabajo 'en negro'

Antes de llegar al arroyo aparecía en un llano, más o menos nivelado, una serie de naves industriales surgidas de manera desordenada de la nada sin apenas permisos. Su límite meridional eran los antes bucólicos álamos junto al cauce. Hoy día, con el polígono El Torerito y la ampliación de Las Quemadas hacia el oeste, esta zona está más o menos integrada, pero por aquel entonces desde la gasolinera hasta la fábrica de cervezas el vacío era la constante.

En este páramo dejado de la mano de Dios, apartados de toda civilización, trabajaban día y noche en sus inhóspitas naves con chapa de uralita una serie de empresarios que fabricaban, entre otros productos, tabicas de escayola, piedra artificial, losas o cerrajería. En algunas naves se guardaban, incluso, frutas, hortalizas u otros productos alimentarios, en unas condiciones higiénicas poco recomendables entre ratones, bichas, gusanos y fauna similar, para especular con los altos precios en momentos de escasez. Inventiva no faltaba.

Lo de los 'buitres' estaba plenamente justificado por multitud de circunstancias. Por las noches, en torno al arroyo hecho un cenagal desde que se instaló la fábrica de cerveza, se oían toda clase de ruidos y alaridos de animales que se mataban unos a otros. Todo se notaba en movimiento a pesar de la oscuridad plena, porque allí no había ni rastro de luz. Un escenario tenebroso y tétrico, y había que tener mucho valor para estar allí trabajando a esas horas. Pero es que incluso a plena luz del día aquello era peligroso. Un día llegó el cobrador de Pinturas Hermanos Palomino, hijo del tendero Saiz de San Agustín. Nada más aparecer en el llano con su cartera de facturas fue mordido por un perro de aquellos que, medio salvajes, entre hambre de días y ambiente hostil, merodeaban por la zona. Este cobrador de facturas fue el que llegó a decir: »Cuando mis jefes me mandan a cobrar una factura por estos talleres perdidos de por aquí yo les digo que me envían al valle de los buitres". Y el apelativo tuvo éxito.

Empresas sin fiscalización

En este valle se practicaba a pleno rendimiento lo que era habitual en gran parte de nuestras pequeñas empresas. Aunque la mayoría de los trabajadores (unos cuarenta entre todas las naves) estaban dados de alta en la Seguridad Social, las nóminas «oficiales» se sacaban en serie en aquel papel continuo que vomitaban los ordenadores, pero los conceptos de horas extras, primas y trabajos por cuenta, que era el montante principal, se movían en dinero negro. Tampoco es que fuese esto patrimonio de las pequeñas empresas: también las grandes y muy grandes lo hacían, y además practicaban esa forma de financiación tan característica nuestra de las letras «de peloteo», para lo cual recurrían a estas pequeñas que les certificaban como trabajo lo que se les indicase, para no enfadar y perder a estos grandes clientes.

Lo curioso del caso, y aquí es donde vengo, es que la mayoría de estos empresarios que conocí, cuyos movimientos huidizos se escapaban de cualquier control de Hacienda o la Seguridad Social, se sentían como «gente de izquierdas», pues necesitaban que alguien a nivel político les comprendiera.

Recuerdo una empresa de las más grandes del valle que disponía de dos puertas de acceso y contaba con una importante tecnología instalada. El dueño pregonaba orgulloso a los cuatro vientos su talante de «hombre de izquierdas», mientras advertía al contable que le llevaba las cuentas de que cuando viese la cuenta de explotación con números positivos le avisara para buscar facturas ficticias por donde fuera y engordar el capítulo de gastos. «El beneficio industrial que lo paguen los ricos y los bancos», solía decir este hombre de izquierdas.

Fuera del valle, que no dejaba de ser el reflejo a pequeña escala de lo que pasaba en los grandes polígonos industriales, también recuerdo dentro de la propia ciudad, como punta de un iceberg, al gerente de un famoso taller de platería ubicado por el barrio de Santa Marina, que ganaba cinco veces lo que aparecía en su nómina de papel. Por eso tenía derecho a todas las ayudas sociales como becas y demás. Y también recuerdo a otro trabajador del gremio, ya jubilado, de la zona del Realejo, al que conocí por frecuentar la taberna de la Sociedad de Plateros de la calle María Auxiliadora en aquellas tertulias entre monteros. Tenía una extensa finca en Cardeña que había adquirido donde se daban buen número de monterías.

La paguita

Un día de 2008 coincidí con él por la calle Claudio Marcelo, a la altura de los antiguos Almacenes Sánchez. Me preguntó si yo estaba jubilado y le contesté que sí, y al querer saber algo de la pensión que me había quedado le dije «que al menos era suficiente». Él me contestó «yo tengo una pensión no contributiva de la Junta de Andalucía, pues al no haber tenido nómina me la han dado”. Ni que decir tiene el cabreo que cogí tras despedirnos, y seguí mi camino rumiando hasta la plaza de las Tendillas. Me llegué al quiosco de la ONCE donde estaba mi amigo Curro, una excelente persona y un hombre honrado y cabal, militante de Izquierda Unida. Le conté este detalle y por toda explicación me dijo: »Manolo, de esos casos existen infinidad por toda Córdoba«, y entonces yo le repliqué airado: »¿Por qué no lo denuncian ustedes?" A lo que me contestó: «¿Qué quieres? ¿que nos quedemos sin votos?»

Y ya para finalizar. Ni ola de calor ni otros achaques. Pedro Sánchez y la izquierda en general tienen además de su partidarios ideológicos acérrimos un buen complemento electoral prácticamente fijo entre mucha gente que, nadando en la irregularidad con Hacienda, tranquilizan sus conciencias votando a la izquierda mientras cobran paguitas o ayudas, tanto en las ciudades como en el medio rural. Son los que saltan ante el lema: «¡¡Que vienen los que nos van a quitar todo con los recortes!!». Se lo crean o no, por si las moscas, les siguen votando. Y como digo, ellos votan a quien les garantiza todas esas irregularidades. Y al final Pedro Sánchez estará a expensas de lo que quieran los «buitres» que conforman su coalición.

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