El comienzo, a la izquierda, de la avenida de América, entre la ermita del Pretorio y los pisos de RENFE (1960)

El comienzo, a la izquierda, de la avenida de América, entre la ermita del Pretorio y los pisos de RENFE (1960)Archivo Municipal de Córdoba

El portalón de San Lorenzo

Aquella avenida de América

«La zona de Cercadilla era un terreno abonado para los negocios de grandes salas de recreo, como las de los Llergo y los Bartolos»

Durante muchos años esa fue la avenida que, un día tras otro, teníamos que coger en el trayecto diario hacia nuestro trabajo. El otro día, paseando, quise rememorar ese camino y me dio alegría contemplar el ambulatorio abierto, por fin plenamente recuperado para la actividad sanitaria de Córdoba. Fue levantado a principios de los años 60 como un centro de especialidades, y de allí no puedo dejar de recordar a don Gonzalo Briones Espinosa, que en la cuarta planta tenía su consulta de traumatología, en la que resolvió muchos casos de huesos. Unos, porque le correspondían por la cartilla, como solía decir con su aire de sevillano, y otros, dada su categoría humana, simplemente por intentar ayudar a quienes lo necesitaran, ya que esa fue la constante a lo largo de su vida como médico.

Sin contar con la circulación de vehículos a motor, entre los años 40 y 80 del siglo XX la avenida de América de Córdoba era, sin duda, una de las más transitadas de la ciudad por su cercanía a las estaciones de ferrocarril, la Central y la de Cercadilla, con sus viajeros y su transporte de mercancías, así como por el llamado Depósito de Renfe y sus innumerables dependencias. Y cómo no recordar aquel Garaje América.

Pasando el ambulatorio de la avenida de América y haciendo esquina con el Gran Capitán estaba el Hospital de la Purísima de don Emilio Luque, en donde también se solucionaban muchos problemas de salud, dado el alto nivel de profesionalidad que se respiraba en aquellos quirófanos. Aunque desde luego la palma en este Hospital eran los nacimientos de chiquillos y las operaciones de cataratas del doctor Almenara de Palma del Río.

Establecimientos Miloga en la calle Duque de Hornachuelos

Establecimientos Miloga en la calle Duque de HornachuelosM. Estévez

Ya al cruzar el Gran Capitán te encontrabas con la tienda emblemática de Córdoba como fue Establecimientos Miloga, una tienda que durante años dada su calidad de productos, amplitud de instalaciones y escaparates, fue un referente en Córdoba. En los archivos de publicidad de Radio Córdoba aparecerá la mucha propaganda que este establecimiento se hacía en la emisora. En una corta conversación que tuve con la dependienta de su establecimiento de Duque de Hornachuelos, al preguntarle que porqué cerraban, ella me dijo: «Los negocios de escaparate ya no funcionan, hoy el móvil lo ha sustituido todo». A los pocos meses este establecimiento cerraría sus puertas al igual que el de la avenida de América.

A diferencia de otras grandes vías similares, lo que distinguía a la avenida de América era su trasiego nocturno. Por este motivo abundaban los establecimientos para dar servicio a los pasajeros que llegaban a la estación a cualquier hora del día o de la noche, o a los numerosos trabajadores del ferrocarril y de trabajos relacionados. Así, en la acera frontera a la estación principal, cerca del simpático Fielato y haciendo esquina con la avenida de Cervantes, comenzamos la lista de estos establecimientos con el bar Dos Avenidas.

Recuerdo una fotografía que vi de niño en 1955 que tuvo que ser realizada en la avenida de Cervantes. En ella se distinguía a Manolete a hombros camino de su palacete. Esa foto, una rareza, la pude contemplar un día que fui a la Lagunilla para comprar café de estraperlo a una casa, casualmente, situada tras el pequeño monumento que años después de su muerte se le haría al gran torero. Tras recorrer un largo pasillo central, al final del patio a la derecha estaba la vivienda de Consuelo, la mujer mayor que vendía el café, y allí estaba la foto colgada encima de su aparador. Al verme mirándola con cierta atención la mujer me dijo: «El que lleva a Manolete es mi hermano, que se crió en este barrio cuando el torero aún vivía aquí».

Tras el Dos Avenidas, en la misma acera, se ubicaba el bar Buenos Aires, un poquito más para adentro La Sultana, y luego otro bar llamado Casa Eduardo, que era como el refugio de los taxistas de entonces y del que hablaremos después. Luego estaban el Hotel Granada y el Hotel Montes, que ya era otro nivel.

El Hotel Montes

El Hotel Villa Rosa fue un negocio que regentaron con éxito dos antiguos camareros de la vieja Venta de Vargas del Brillante, Francisco Chicote y Enrique 'Ligero'. Era un edificio de una sola planta, con un patio interior muy floreado y gran mostrador, que incluso ponían mesas para la calle.

Fotografía del Hotel Montes

Fotografía del Hotel MontesArchivo Municipal de Córdoba

A mediados de los años 40 Manuel Montes Lozano (1908-1990), que le daría el nombre por el que lo conocimos, compró el inmueble y lo derribó, levantando otro de nueva planta en el que instaló una sala de fiestas denominada Villa Rosa, además de un amplio restaurante con barra y un patio espléndido en donde solían actuar orquestas de música bailable. En aquellos primeros tiempos el negocio tuvo un dependiente muy popular, Narciso Gálvez, al que apodaban de forma taurina como Guerrita.

Pero la sala de fiestas, como suele ocurrir en Córdoba, después de unos años iniciales muy animados fue decayendo, y al final quedó clausurada funcionando sólo el gran salón del restaurante, atendido muchas veces por un hermano de Manuel Montes de nombre Rafael.

Los hermanos Montes habían nacido en la castiza calle Mayor de Santa Marina, número 19. Eran hijos de José Montes Morrugares y Trinidad Lozano García. Además de los dos ya citados toda la familia parecía predestinada al negocio de la hostelería en el entorno de la Avenida de América. Otro hermano, este de nombre Francisco (1917-2011), regentó una agradable terraza con su emparrado junto a la Puerta de los Carros del Viaducto del Pretorio, enfrente de la fábrica de pieles de Pablo Vidal, que de vez en cuando soltaba un olor no muy agradable. Este hombre era popularmente conocido como El Panza, por su figura oronda, cuya barriga parecía que trataba de escaparse de aquellos tirantes elásticos que siempre solía llevar puestos. También era muy característico verle apretando los dientes con el resto de un grueso puro casi apagado que daba la sensación que masticaba. En esa terraza del Panza presencié con mi novia la final de la Copa de Europa que ganó España a la URSS con el famoso gol de Marcelino (1964).

Para no ser menos, también su hermana Encarnación (1915-1993) tenía un pequeño Casetón-Quiosco en la misma Puerta de los Carros, donde vendía café, copas de coñac, aguardiente y todo lo que demandaban los faeneros que por esa puerta entraban a sus tareas de carga y descarga. En verano montaba unos pocos veladores para tomar el fresco. El quiosco tenía como publicidad un rótulo de Transportes Vaquero, que había sustituido en 1958 a otro anterior de Transportes Guzmán.

Abajo, a la derecha, el quiosco de Encarnación Montes, junto a la Puerta de los Carros

Abajo, a la derecha, el quiosco de Encarnación Montes, junto a la Puerta de los CarrosArchivo Municipal de Córdoba

Volviendo al Hotel Montes, éste era un paso obligado tanto para los trasnochadores, empedernidos o circunstanciales, como para todos aquellos que para coger un tren tenían que madrugar o trasnochar más de la cuenta. En aquel gran salón con mesas, abierto las 24 horas y cocina permanente, muchas veces se encontraban el que venía y el que se iba. Gente de Renfe, con gorra y sin gorra, maquinistas, fogoneros, números de la Guardia Civil, médicos, jugadores, artistas, amigos de la noche, viajeros ocasionales y toda clase de personas coincidían para tomar su caldito (muy útil para entonarse tras noches de fiesta), café, anís Machaquito o Machaco, coñac o a lo que les viniera en gana. También se organizaban en el local muchas bodas y otras celebraciones numerosas.

Casa Eduardo

Casa Eduardo estaba casi enfrente del Triunfo de San Rafael en la explanada de la Estación Central de ferrocarriles. El Arcángel había llegado allí en 1954, pues había sido erigido originalmente en 1743 por el obispo don Pedro Salazar y Góngora entre el río y la puerta del viejo Alcázar de los Reyes Cristianos, entonces prisión provincial. Pero al abrirse la nueva avenida del Alcázar tuvo que trasladarse este Triunfo desde tan melancólico sitio y se fue a esta bulliciosa zona de la ciudad, donde era la primera imagen que se encontraban los viajeros que bajaban del tren.

Testigos de aquel traslado fueron, sin duda, Eduardo y su señora Dolores, personajes entrañables de aquel entorno. Los taxistas de Córdoba, en sus rutas de servicio por aquella zona, les profesaban un gran respeto, ya que nunca les fallaron. Eran muy tempranas las horas a las que abrían para acoger, aparte de a estos profesionales del volante, a otros noctámbulos que quizás se sintiesen incómodos en el Hotel Montes porque allí iban a parar los más festivaleros.

Con el cierre de Casa Eduardo los taxistas cordobeses perdieron algo que era como su segunda casa. Dolores, que al fallecer Eduardo terminó regentando el negocio, era como una madre para todos ellos. Lo que tenía de bajita lo tenía de buena y cariñosa, aunque a veces se hacía acompañar de una garrota con la que intentaba disuadir al que pretendiera engañarla. Su café era insuperable. A la muerte de Dolores su hija Antoñita terminó de encargada del bar, hasta que cerró a principios del siglo XXI.

Eduardo, el hijo de Dolores que se llamaba como el padre, nos contó la anécdota que le ocurrió con un pintoresco personaje que vivía por el Cerro de la Golondrina y era un animador con su guitarra en la cercana sala de fiestas La Segunda de Cercadilla. Este hombre, al parecer, todas las mañanas solía llegar a Casa Eduardo y cogiendo del mostrador un puñado de servilletas se adentraba para el 'water' a soltar su 'carga'. Luego, después de haber evacuado, sin tomar nada, se marchaba tan tranquilo hasta el siguiente día.

Los taxistas que llenaban el local habían advertido esta circunstancia una vez y otra, y llegó incluso a ser motivo de comentarios. Un día, el hijo Eduardo, con la colaboración de un taxista apodado El Barriga, decidió acabar con la frescura de aquel cagón. Le prepararon un cubilete de servilletas... impregnadas de cornetilla picante. Ese día, el guitarrista, tras dejar su 'regalito', salió arrastrando poco menos que el culo por la pared y maldiciendo al gracioso. No volvió más por Casa Eduardo.

El Estadio América y La Segunda

A espaldas del antiguo Cuartel de Artillería número 42, en la llamada Huerta de Cercadilla, se ubicaba el Estadio América, un campo de fútbol para cinco mil espectadores que junto al de las Electromecánicas fueron los únicos campos de fútbol como tal existentes en la ciudad durante muchos años. Se inauguró en 1923 en un partido entre un equipo del Córdoba de aquellos tiempos y otro de Granada. Su dueño fue don Jerónimo Padilla, un hombre que había hecho fortuna en América, y por eso le puso ese nombre al estadio.

Allí no es que jugaran precisamente, ni mucho menos, Messi o Ronaldo, pero sí entusiastas futbolistas que le echaban mucho amor propio, mal equipados, sin cobrar nada, y luchando a muerte por cualquier balón en disputa. Creaban afición, en pocas palabras. Por eso, como un anexo a las gradas del citado estadio se consideraban los vagones de Renfe aparcados junto a su parilla, desde los cuales, encaramados en lo alto, había aficionados que presenciaban los partidos de gorra, eso sí, con el riesgo de que cuando la jugada estuviese más interesante el vagón empezara a andar de un lado para otro haciendo su maniobra de enganche.

El gran Mario Moreno 'Cantinflas', con los camareros de la La Segunda de Cercadilla (1961)

El gran Mario Moreno 'Cantinflas', con los camareros de la La Segunda de Cercadilla (1961)

Aparte de este mundillo futbolístico, la zona de Cercadilla era un terreno abonado para los negocios de grandes salas de recreo, como las de los Llergo y los Bartolos, y cómo no, de varios bares más humildes (así como de otro tipo de establecimientos con servicios más sórdidos y menos recomendables). Entre los bares habría que destacar al Flor, propiedad de Rafael Toledano, al que apodaban Manitas de Plata por su habilidad en el juego de cartas. Este Rafael Toledano vivía en la calle Roelas de San Lorenzo y era vecino del popular Rafael García 'Cachas Negras', uno de cuyos descendientes jugó en el Córdoba CF.

Un día, en la barbería de Julio Mellado en San Lorenzo coincidí con Antonio Moyano, vecino de San Juan de Letrán y trabajador de Luis Aranda Martos, empresario de la madera que había inaugurado en los años 60 una moderna fábrica en la zona de Santa Rosa junto a la subestación Mengemor, propiedad de la Compañía Sevillana de Electricidad. Como era costumbre en los del gremio, Paco Almoguera, el barbero que le estaba afeitando, le preguntaba sin parar, y Antonio sacó a relucir las grandes fiestas que el citado Luis Aranda Martos organizaba en Cercadilla. Una vez le pidió al empresario Antonio Llergo que le reservase en exclusiva su sala de fiestas La Segunda para un grupo de amigos constructores y clientes suyos, lo que le costaba no menos de 200.000 pesetas a principios de esos años 60, una fortuna. Esto lo hizo, al menos, un par de veces, pero él interpretaba que «formaba parte del negocio». Y, aunque parezca increíble, esta mentalidad empresarial era algo habitual entonces en nuestra ciudad.

Quiero recordar que el citado Luis Aranda Martos fue durante bastantes años el presidente de honor de la Peña Los Quince Mediantes que fuera fundada el 10 de marzo de 1941 en la calle Juan Rufo (casa Bellido). Al presidente de esta Peña, Manuel Criado Álvarez (1906-1989), le hacen una entrevista en un periódico local en 1954 y relata con cierta naturalidad, que cada vez que por Semana Santa, se iban de perol a la finca Los Morales, nunca se dejaron atrás las ocho arrobas de vino que siempre solían llevar.

Inmediata a estas salas de fiestas y bares, la pequeña estación de Cercadilla solamente se utilizaba para la línea Córdoba - Almorchón, sobre todo para el movimiento de tropa y vehículos con destino en los Campamento CIR nº 4 y CIR nº 5, de Obejo y Cerro Muriano, respectivamente. La vía de esta línea cruzaba la carretera del Brillante por un paso a nivel con barreras ubicado antes de llegar a La Primera del Brillante, otro establecimiento de recreo y diversión regentado por Ramón García, padre de Pepe García Marín dueño de El Caballo Rojo. Luego discurría de forma paralela a lo que hoy es la avenida del Escultor Fernández Márquez por su acera de la derecha en dirección al famoso Puente de Hierro de la Palomera.

Más allá de esta estación estaba la calle de Los Omeyas, que tantas veces crucé con mi coche antes de que se hicieran las nuevas avenidas sobre las vías del tren, cuando al terminar la venida de América me introducía en ella para desembocar en la avenida de Medina Azahara, desde allí enfilar la antigua carretera de los Olivos Borrachos y luego torcer hacia el Bar Piloto para entrar a trabajar a Westinghouse.

Aquel entorno era entonces un constante ir de un lado para otro de carreteras, y hoy no se parece en nada a lo que aquello pudo ser. De todos los negocios industriales que había en aquellos contornos no persiste ninguno, algunos desaparecidos del todo y otros trasladados a polígonos industriales. La zona se ha convertido en una zona residencial donde abundan espléndidos locales bajos donde por todo anuncio aparece el de «Se Vende» o «Se Alquila». No está ya aquella empresa importante de Córdoba llamada Productos Lekue, en la que las tuberías y los codos tenían todas las soluciones técnicas para los profesionales. También desapareció aquella primera sede del sindicato UGT que tuvo aquí su delegación provincial.

No se puede terminar hablando de Cercadilla sin narrar de pasada algo sobre lo que ocurrió cuando se construyó la nueva estación de Córdoba para el flamante AVE. En un principio la estación estaba proyectada más a las afueras de Córdoba, cerca de la zona de la antigua Electromecánicas. Pero al hacerse las excavaciones pertinentes se encontraron con una contaminación brutal en el subsuelo, debido a la acumulación de residuos industriales, tanto de esta empresa como de la vecina Westinghouse, hoy Hitachi.

De nada sirvieron los informes del abogado y gran político socialista Joaquín Martínez Bjorkman (1928-2000), que llevaba tiempo criticando el asunto de la contaminación de estos suelos, al que, decía, no se debía dar «carpetazo» así como así mirando para otro lado. Pero no le hicieron caso, y se la jugaron quitándole los suyos de poder optar a la alcaldía de Córdoba (1979). Debió morirse con esta pena.

Al final decidieron traerse la estación más para acá, a una zona que contaba con informes arqueológicos de principios del XX en los que se indicaba que allí enterrados había restos antiguos que habría que analizar. Por supuesto que salieron a la luz, y era mucho más de lo esperado, pero al final dio lo mismo, según pregonaban al alimón los políticos entonces al mando en las distintas administraciones y el coro de periodistas afines: o eran «cuatro piedras», o no pasaba nada, «porque se iban a integrar perfectamente».

Pues bien, más de treinta años después de destrozar un yacimiento único en el mundo (que todavía se comenta internacionalmente como ejemplo de «crimen arqueológico») si cruzan por el paso peatonal sobre los restos que aún quedan, esos que se iban a poner a valor se les caerá el alma a los pies. La sensación de abandono, olvido y vergüenza es el distintivo de los políticos que llevan años al mando de Córdoba, sean del partido que sean. Y ahí siguen tan tranquilos, sin prisas.

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