Aventuras en un SancheskiÁlvaro García de Luján Sánchez de Puerta

Como en una peli de Sam Peckinpah

Actualizada 04:30

Aquella tarde de cine, la sangre de «Grupo Salvaje», de Sam Peckinpah, aún salpicaba todo el patio de butacas desde la pantalla cuando aprendí que había distintos tipos de malos. Malos antihéroes de película; y otros malos tontos de periódico. Estos últimos, lo supe, son más peligrosos.

Estábamos, Ella y yo, en la fila del fondo -donde pasa lo guay- de la Filmoteca, cuando aún me relamía con cierto gusto dulzón la sangre que caía sobre nuestros labios. Por entonces, las pelis que echaban por las pantallas de la calle Medina y Corella aún molaban. De cuando la Filmoteca de Córdoba aún no me contaba qué era eso de ser un buen chico. Cuando, ideológicamente, aún no aleccionaba. Una cosa distinta, bro. Aún nos divertíamos en el cine.

Porque no queríamos ver pelis de Rohmer: queríamos ver las de Sam Peckinpah y su cuadrilla de asaltantes encabezados por William Holden -Pike Bishop-, Ernest Bornigne -probablemente el mejor gran tipo que haya existido- y Warren Oates, cabalgando mil vidas políticamente incorrectas como esas que jamás tendremos. La trama de Grupo Salvaje gira alrededor de una envejecida banda de forajidos en la frontera de Méjico que intenta adaptarse al cambiante mundo moderno de 1913. Según algunos, la película destaca por su violencia y el protagonismo de hombres rudos y fieros a los que une una inquebrantable amistad y que intentan sobrevivir por cualquier medio a su alcance. La película comienza y termina asaltando un banco. Este Grupo Salvaje huye de los verdaderos malos: un grupo de cazarrecompensas contratados por una empresa de ferrocarril a la que atracaron, y dirigidos por un antiguo miembro de la banda. Como la vida misma. En esta película hay hormigas que devoran a escorpiones, predicadores que amenazan con el infierno a los borrachos y tequila. Mucho tequila. Según lo veo, poco ha cambiado la vida. La lucha contra la modernidad sigue vigente.

Porque luego llega uno y se encuentra la realidad de esta distopía en la que nos han hecho vivir, y he aquí que nos topamos con ciertos fantasmas disfrazados de liberalprogresistas -inolvidable el recuerdo del alcalde de derechas de Málaga con su pin 2030 este Jueves Santo- o se encuentra la foto de otra cuadrilla muy distinta a la de Grupo Salvaje: la de unos señores y «señoros» disfrazados -a ver cómo hago para no herir sus sentimientos, haré un esfuerzo- como de «beatniks» de Marinaleda, refunfuñando porque la Fiscalía no ha aceptado a trámite su denuncia de no se sabe qué delito de odio contra quién no se sabe nada, en una tibia tarde de primavera. Estos tíos, los de esta última cuadrilla, son unos poetas. Fijo.

La cosa no acaba ahí. Lo que yo no sabía -lo atisbaba, quizás- era que un michael-knight como el ex de la Griffith, dijera que la Semana Santa malagueña, para él -cojan butaca por favor- eran tres eses: Semana-Santa-Solidaria. Ya lo dijo mi vecina Maruja, la de toda vida del Tercero: en este país no cabe un imbécil más.

Hace años, finales de los 80, como en Grupo Salvaje, entrábamos al tobillo jugando al fútbol en el descampado junto al paso a nivel con barreras del Brillante. Nos juntábamos algunos de Santa Rosa, otros de El Naranjo y algunos pijos malos de El Brillante. Jugábamos guarro -no lo duden- sucios de verano, y con cascos vacíos de las litronas junto a un tumulto de anoraks y chalecos Privata haciendo de postes de portería. Después, al terminar el partido, los cascos de cristal los llevaríamos a la bodeguilla del Perro en calle Cardenal Portocarrero a cambio de diez pelas. Así crecimos.

Aún no lo sabíamos, pero aún éramos todo aquello que la modernidad después rechazó. El otro día pusieron, otra vez, Grupo Salvaje. La de Sam Peckinpah.

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