aventuras en un sancheskiÁlvaro García de Luján Sánchez de Puerta

Fartusco

«Su labor es incansable, maravillosamente picapedrera, y debiera estar subvencionado, pongamos el caso, por la Unesco»

Actualizada 04:30

El fartusco es una especie que se reproduce a la intemperie o en cautividad, siempre a tiempo completo. Sibilino, pareciera que recibiera un sueldo, salario, jornal, paga o peonada a cambio de una formidable capacidad de adaptación a cualquier medio. No descansa. Su labor -el del fartusco- es incansable, maravillosamente picapedrera, y debiera estar subvencionado, pongamos el caso, por la UNESCO.

Ser fartusco no es cosa fácil. Imagínense. Todo el día. Por supuesto que no. Lleva muchos años de estar en el candelabro. Perdón, en el candelero. Ser fartusco implica estar por todas partes: oenegés, asociaciones de jueces, sindicatos, partidos políticos de todo pelaje, asociaciones de antiguos alumnos, peñas varias, asociación en defensa del loro guatemalteco -hay fans- y de la vecina que en una ocasión le preguntó por el tiempo en el ascensor. Ser fartusco -o fartusca: igualdad de género, bro- implica tesón y responsabilidad para con su cometido. Agotador. Realmente agotador.

El fartusco está por todas partes: en el Bar Correo -un drama, chico, un drama-, en asociaciones memorialistas, en la asociación de amigos de la ópera, en los plenos del ayuntamiento, en los badulaques, en su vecindario. Siempre al acecho, tal ave rapaz, el fartusco sobrevive -está en su naturaleza- en cualquier situación, bajo las peores circunstancias. El fartusco se multiplica a la manera de los Gremlins: estos se multiplicaban al salpicarles agua, aquel al escuchar cualquier discurso razonado y coherente. Opinan. Vaya si opinan. Y saben. Vaya si saben. Tanto la vicepresidenta primera del Gobierno como el portavoz -gran chaval- del principal partido de la oposición, son dos claros ejemplos de esta tipología. Son unos grandes fartuscos.

Más ejemplos de fartuscos: iniciar trámites para declarar las manifestaciones feministas del 8M como -agárrense que vienen curvas- «Lugar Inmaterial de Memoria Democrática». Al igual que acudir prestos a una de esas neocafeterías donde te despachan un café a cuatro pavos con -eso sí- un dibujo de un corazoncito a base de crema en su cúspide. Estos pertenecen a la tribu fartusco 2.0

En los últimos días nos llegan noticias protagonizadas por fartuscos que da gloria. Véase la Resignificación -¿Resig-qué?-del Valle de los Caídos profanando tumbas a lo Jovencito Frankenstein de Mel Brooks. Hay varios especímenes de fartuscos que sobresalen por encima del resto de nuesrtos congéneres. Vayamos con uno. Y de los gordos. Y este no puede ser otro que nuestro melón comentarista favorito denominado Juan Carlos Rivero, que narra -me parto- los partidos de fútbol por TVE, y que nunca pierde ocasión para decirnos que los hombres -buuuuh- somos un peligro para usted, señora. Fartusco medalla de bronce. Otorgada.

Pero es que la medalla de plata de fartusco siempre estuvo disputada. Adivinen. Una clara aspirante es nuestra particular y muy europea señora de la guerra llamada Ursula «woke» Von der Leyen.

La otra -lo sabían- no puede ser otra que nuestra divertidísima y siempre sectaria por risible, asociación en defensa de los consumidores denominada FACUA -suena a marca de gel y champú marca blanca, todo en uno-. La misma que ha presentado una denuncia ante un juzgado cordobés para prohibir que se fume en las gradas del Estadio El Arcángel durante el transcurso de partidos de balompié en nuestra añorada ciudad. Juega el Córdoba.

Si hay algo que une a todos los españoles es el estupor ante el careto de ese señor portavoz tan raro de FACUA cada vez que sale por la tele. Da igual que uno sea carnívoro o vegano, autoestopista o corredor de rallies, falangista o masón, mediopensionista o broker. Porque si en algo estamos de acuerdo la ciudadanía toda es en que ese señor es gilipuertas.

No, no puede ser real, dicen entre sí los corrillos familiares ante el parte informativo de las tres de la tele, con el plato de lentejas aún sin digerir mesa puesta, cuando este señor de FACUA de depilación brasileña en pleno rostro nos alecciona sobre lo que sea. ¿Oye, no nos estará regañando otra vez? Pregunta estupefacto al resto de la familia el padre ante la tele de plasma. ¿Pero qué hemos hecho ahora, coño? Un drama familiar.

Pero todo está muy competido, no crean. De hecho, tras serias disquisiciones, habrá que otorgarle la medalla de oro al fartusco que inventó los taponcitos amarrados concienzudamente con un oscuro mecanismo a los cuellos de botellas de plástico de refrescos y orificios de las cajas de cartón de leche y zumos. ¿Por qué a nosotros, Dios bendito? ¿Qué hemos hecho para sufrir este tormento?

Los fartuscos lo seguirán intentando, no lo duden, hasta no dejarnos morir en paz. Canallas. Malditos canallas.

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