Postigo de San Rafael

Postigo de San RafaelLa Voz

El portalón de San Lorenzo

El postigo de San Rafael

Ese campanillo, cuando sonaba en mitad de los truenos y los relámpagos de una tormenta, nos daba a todos una sensación de tranquilidad y confianza

Sin duda es la portada más antigua que existe en la calle Roelas, pues con toda seguridad esta puerta de entrada ya existía en tiempos del Venerable Andrés de las Roelas, que vivió en esta calle y ésta era la entrada para acceder a su vivienda. Esta casa se convirtió posteriormente en la primitiva ermita de San Rafael, hoy convertida en su mayor parte en la sacristía de la actual iglesia del Juramento, que fue construida entre 1796-1806.

El postigo de San Rafael también fue testigo de muchas cosas. Él vio mejor que nadie el esfuerzo y el trabajo de todos aquellos que transportaban desde las Lonjas sus mercancías al mercado de San Agustín, en aquellos tiempos pujante y lleno de actividad. Daba igual que lloviera, hiciera frío o tronara.

Él vio mejor que nadie aquella multitud de mujeres que iban y venían a la plaza de San Agustín, con paradas incluso para charlar y darse las novedades del día. Y cómo no, aquella cantidad de jóvenes que pasaban en dirección al Colegio Salesianos, y que venían de Santa Marina, San Cayetano, la plaza del Moreno, o de San Agustín, y es que la calle Roelas era el camino más corto para todos ellos.

También el postigo vio pasar algunas veces al furgón lleno de toreros que se pasaban para recoger al 'Niño Dios', banderillero que vivía en la calle Roelas. O la gran cantidad de aficionados que pasaban en torno de las tres y media de la tarde de los domingos para presenciar los partidos del Córdoba CF, que entonces jugaba casi siempre a las cuatro de la tarde.

Los personajes

Pero el postigo de San Rafael, siempre recordará a Rosario Cañaveras Santa Cruz (1932-1995), una mujer que después de casada solía visitar todos los días a sus padres, que vivían en la calle Humosa, además de tener un puesto en San Agustín. Quiero citar a esta mujer, porque todo el mundo la identificaba como 'Gilda' porque su buen tipo lo adornaba con un peinado «pelo echado a la cara», muy a la moda con aquella película 'Gilda'. Su vestimenta, tanto en la falda, blusa y zapatos, recordaba a la diva que en la película recibió la famosa bofetada de Glenn Ford, y que se puso de moda por aquellas épocas.

Muchas veces el postigo vería pasar al único coche que solía aparcar en toda la calle, el coche del médico don Nicolás del Rey, que siempre se nos antojó un coche muy pequeño para un chófer como González tan espigado.

También fueron muchas las veces que presenció al rejoneador Antonio Cañero Baena, que, montado en su coche de caballos, solía llegarse al taller de guarnicionería del brigada Ruano, tan artista como amigo suyo.

San Rafael con nosotros

El Arcángel San Rafael siempre está con nosotros. Esa expresión era muy frecuente escucharla de mis vecinos, de mi madre, una mujer como tantas otras de aquella época, que tenían una devoción especial al Arcángel San Rafael. Con frecuencia San Rafael era invocado tanto en momentos de necesidad como en otras circunstancias negativas para la ciudad. Quiero recordar sobre todo aquellos tiempos en donde hasta las tormentas nos parecían que eran distintas, por su peligrosidad, por su tronar y por sus espectaculares relámpagos que llenaban los ojos de miedo, además de iluminar todo el firmamento.

Era muy común escuchar de nuestras madres o de las propias vecinas de la casa, cuando tronaba una tormenta la expresión: «¡¡Ay San Rafael bendito!!, que suene el campanillo». Y es que por encima del postigo de San Rafael, en la calle Roelas, existe un pequeño campanario que debió pertenecer a la antigua casa-ermita del padre Andrés de las Roelas, y ese campanillo cuando sonaba en aquellos años entre 1930 y 1960, en mitad de los truenos y los relámpagos de una tormenta, nos daba a todos una sensación de tranquilidad y confianza, hasta el punto de que todo el mundo respiraba tranquilo, en especial nuestras madres.

Todavía recuerdo a mi vecina Carmela Trujillo Roldán, hija del zapatero Manuel Trujillo, de la calle El Trueque, que por trabajar para calzados Salcines, fabricaba los botines que solía gastar el político y catedrático don Antonio Jaén Morente, y que cuando sonaba el campanillo solía decir en mitad del patio: «Ea, todo el mundo tranquilo», gracias a Dios, ya está sonando el campanillo.

Campanario sobre el postigo de San Rafael

Campanario sobre el postigo de San RafaelLa Voz

Este pequeño campanario se puede apreciar todavía situado por encima del llamado postigo de San Rafael. La mayoría de las veces era tocado por Mercedes García, la hermana de don Antonio García Laguna (1914-1995) que, aunque canónigo de la Catedral, era el capellán de la iglesia de San Rafael desde 1947, y que muchas veces se tocaba el campanillo a instancias de su propia madre, que era una mujer muy querida del barrio.

Para poder llegar a donde estaba la cuerda que tocaba el campanillo tenían que recorrer la galería superior izquierda de la iglesia (donde hoy está la flamante exposición del Centro de Interpretación del Juramento de San Rafael), y bajando por unas escaleras se llegaba a la sacristía, en donde nada más entrar a la izquierda, y en una pequeña estancia que existe detrás de la fuente de mármol negro que existe por debajo del cuadro de la aparición de San Rafael al Padre Roelas. Otras veces tenemos noticias que eran los propios sacristanes los que accedían a la sacristía desde la nave inferior izquierda.

Y siguiendo con el campanillo de las tormentas, diré que entre los documentos antiguos de la propia Hermandad existe un libro llamado «De las tormentas» que viene a decir lo que la gente de forma popular solía pedir al Arcángel San Rafael cuando se desencadenaba una de aquellas tormentas.

A este respecto no quiero dejar de recordar que en una noche de invierno cualquiera de aquellos años de 1950, lo que sucedió en casa de unos vecinos, de Angelita, vecina de la calle Roelas número 24, que era una mujer especialmente encantadora, de Salamanca, y de su marido Carlos, que se dedicaba al negocio de pieles trabajando para los hermanos De la Torre Bahamonde.

Desgraciadamente no tenían hijos y disfrutaban, siempre que podían, reuniendo en su casa a los chiquillos de su entorno, organizando a veces hasta una merienda. Aquella tarde incluso su pequeño vecino, Antonio López González, hijo de Concha, la jeringuera de San Lorenzo, iba a proyectar a los demás niños una película de aquellas de papel cebolla, que se proyectaban en un cine NIC, de aquellos infantiles de manivela, que solían ser regalo de reyes de muy pocos.

Estando en la proyección de aquella película, y nada más apagarse la luz, en vez de ruido alguno del altavoz, lo que sonó en la calle fue el estruendo de una aparatosa tormenta que se desencadenó y recuerdo que casi todos los chiquillos estábamos asustados. Nos alivió un tanto oír en medio de aquel aguacero a Antonio González Caballero 'El organista', que vendía cupones de la ONCE, estaba refugiado de la lluvia en el postigo de San Rafael, pregonaba como podía sus últimos números de la suerte, esperando que pasara como fuera aquel aguacero.

Con la película suspendida, poco a poco, la tormenta fue en aumento, con lo que crecía nuestro susto y miedo, pero menos mal que por estar casi enfrente del campanillo de San Rafael, pudimos quedar totalmente aliviados al escuchar que sonaba el campanillo y para la mayoría de nosotros, que habíamos oído a nuestros abuelos, vecinos y a nuestros padres, que el citado campanillo ahuyentaba las tormentas, todos volvimos a recuperar la tranquilidad y hasta la sonrisa.

Esta mujer, Angelita, asomándose al balcón de su casa pudo presenciar como Antonio González Caballero 'El organista' estaba pregonando sus cupones refugiado de la tormenta y la lluvia en el postigo de San Rafael, por lo que ella compadecida se decidió a bajar y le compró parte de los cupones que aún le quedaban. Solo al otro día nos enteramos por nuestros vecinos que a Angelita, la de las pieles, le habían tocado los ciegos con el número 170, bien entendido que era cuando el cupón se jugaba a nivel provincial y constaba solo de las tres cifras.

Nosotros, se puede decir, ni creemos ni dejamos de creer en los milagros, pero a esta mujer le tocaron los cupones, y ella lo consideró como un milagro por la buena acción que había tenido con Antonio 'El ciego'. Lo que sí es cierto es que a los pocos días esta mujer procuró reunirnos otra vez a todos y obsequiarnos con una chocolatada, y no cabe duda de que aquello fue una cosa excepcional para la mayoría de nosotros.

Angelita, impresionada por lo que significaba San Rafael para todos los chiquillos y para la gente del barrio, por ese sentimiento compartido, esa fe en el campanillo de las tormentas, nos diría poco antes de marcharse para Salamanca con su marido jubilado: «Me ha impresionado la fe de estas gentes por su Arcángel San Rafael, y me han convencido de que no es cosa de unos u otros, sino de todos los vecinos en general».

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