El portalón de San Lorenzo
El Rancho Grande de Córdoba
Un total cercano a doscientas personas residían allí, entre chicos y mayores, todos organizados en torno a un enorme patio al que daban las viviendas
A pesar del título del artículo no voy a hablar del famoso chuletero del mismo nombre, sino de una singular casa en la calle Isabel II. Esta estrecha y coqueta calle cercana a Puerta Nueva muestra, con sus constantes cambios de nombre, las vicisitudes políticas del desgraciado siglo XIX. Sería algo anecdótico y hasta curioso, si no fuese porque estos vaivenes solían llevar aparejados disputas y tragedias.
El caso es que, desde la Edad Media, la calle se había llamado de Don Carlos, sin saberse realmente quién era el tal Carlos. Y así siguió durante muchos siglos, sin ningún problema. Pero cuando aconteció la muerte de Fernando VII y se plantearon las disputas sucesorias, el Ayuntamiento de Córdoba, de ideología liberal, sustituyó el sospechoso nombre de Don Carlos por el de Isabel II.
Años después, con motivo de la visita de esta reina a Córdoba, se renombró el amplio tramo desde Puerta Nueva a San Pedro (actual Alfonso XII) como Carrera de Isabel II. Por este motivo, para evitar repeticiones, se le cambió de nuevo el nombre a esta estrecha calle por el de Príncipe Alfonso. Pero es que en 1868 estalló la Gloriosa, tras la cual los Borbones tuvieron que salir para el exilio en Francia. La calle se dedicó entonces al general Serrano, uno de los principales «espadones» de la revolución. Por fin, con la restauración de Alfonso XII en 1874 volvió a renombrarse, esperemos que ya definitivamente, como calle de Isabel II.
De esta calle siempre recordaré cuando en los años cincuenta, siendo un niño, ayudé en la mudanza del platero Rafael Luque y de su mujer Dolores Gordillo, vecinos míos de la calle Roelas nº 6, que se fueron a vivir tras su boda a Isabel II, en una vivienda según se entraba por la calle Ancha de la Magdalena a la derecha, donde incluso durante algún tiempo hubo un simpático loro que se dedicaba a «insultar» a todo el que pasaba por allí. Allí nacerían sus hijos Rafael y Pablo Luque Gordillo, que llegaron a ser jugadores del Córdoba CF con los apelativos de Iríbar y Pablo, respectivamente. En esa calle también vivió Julio Anguita, el que fuera famoso alcalde de Córdoba, y don Pedro Muñoz Adán, antiguo párroco de San Lorenzo. Sin olvidar a Rafael Ojeda Amaro, el ordenanza más servicial y eficiente en la Westinghouse.
Una gran casa
Pero, sobre todo, en este artículo quiero hablar de la gran casa de vecinos de esa calle que se conocía como el Rancho Grande, con 33 inquilinos que pagaban el alquiler, lo cual, teniendo en cuenta el tamaño medio de las familias de entonces, daba un total cercano a doscientas personas residiendo allí, entre chicos y mayores, todos organizados en torno a un enorme patio al que daban las viviendas, que le daba un aspecto de «gran barco» con camarotes a un lado y otro. La casa fue rehabilitada en 1948, por lo que desde entonces gozaría de una calidad en las viviendas que no tenían otras de la misma calle y del barrio en general. Una de estas mejoras fue el acceso a la conducción de agua potable, por lo que, aunque el inmueble contaba con dos pozos, prácticamente dejaron de utilizarse.
La casera de esos años se llamaba María, una mujer de genio serio (como hacía falta para su labor), pero muy agradable. Como todas las caseras, intentaba conciliar las obligaciones de los vecinos, conseguir la difícil armonía vecinal. Su trabajo se complicaba porque la casa estaba abierta como casa de paso hacia las callejas de San Eloy, y por allí podía pasar cualquiera entre sus numerosas macetas. Hoy, ese tránsito, mucho menos numeroso que en aquellos tiempos, se canaliza a través de la calle (más bien callejón en un estado deplorable) llamada Vino Tinto, recientemente abierta por el Ayuntamiento.
La época de apogeo
El Rancho Grande alojaba a vecinos de distintas clases sociales, y lo mismo vivían asentadores de la lonja, como Conchita Moyano, que plateros, electricistas, empleados de la Electro Mecánicas, carniceros, piconeros, herreros… A mediados de los años cincuenta, y en contraste con lo que ocurriría en la mayor parte del casco histórico, incluso empezaron a llegar empleados de banca o funcionarios de cierto nivel como nuevos vecinos de la casa, lo que mostraba a las claras su nivel de comodidad, muy superior a la media de aquellas calles entre la Magdalena y San Pedro.
A pesar de estas nuevas incorporaciones, no dejaba de ser una gran casa de vecinos, con sus algarabías populares en torno a las candelas de Navidad o Fin de Año. La chiquillería acudía detrás de un tal Manolo a buscar leña en los alrededores para encenderlas. Muchas veces acudieron a Timoteo Lucena, el maestro de la cercana Funeraria Vázquez, para coger el sobrante de su material para confeccionar ataúdes. Cualquier cosa les servía para las candelas, que no se solían hacer en el gran patio de la casa, sino en ese patio común que significaba para todos los vecinos del barrio la plaza de San Eloy.
Las celebraciones
También se celebraban en la casa simpáticos bailes que tenían lugar el domingo de Piñata. Ese día de fiesta, chavalas y chavales de los que poblaban entonces la zona, hoy tan desangelada, aprovechaban para intentar iniciar su relación de novios, buscando la proximidad con aquella persona por la que sentían atracción y agrado. O las celebraciones de los bautizos, con tantos niños para cristianar que se tenían que poner de acuerdo los diferentes padres y padrinos para poder celebrarlos en el patio, en esos ágapes donde sobresalían los panecillos untados con manteca 'colorá'.
En un ámbito mucho más triste, todos los vecinos de la casa se ofrecían en los velatorios a los familiares del fallecido, para tratar de ayudarles y acompañar en lo posible en esos momentos tan difíciles, igual que sucedía en tantas y tantas casas de vecinos de nuestra ciudad. Sillas de aquí para allá, y el olor inconfundible del café unido al inevitable sonido de fondo de aquellos molinillos que preparaban su molienda junto a la cebada. Me comentó María Redondo, excelente cocinera, que en el Rancho Grande las alegres bodas y bautizos solían entrar por la calle Isabel II, y los tristes entierros salían por la plaza de San Eloy. Todo tenía su ritual.
Al hablar del Rancho Grande y del Rancho Chico, tenemos que citar todo aquel entorno de vida, que a diario concurría en aquella plaza de San Eloy, baste señalar a los hermanos plateros, Juani y su hermano Rafael, que además de nacer por allí cerca, fueron componentes de la Peña de los Romeros de la Paz en la época que los hermanos Heredia, Ortega y el propio Chito como presidente, tocaban con la mano el cielo de las Peñas. Este cielo, lo tocaba un hermano suyo que se marchó a Australia y siempre que venía después de un viaje de casi treinta horas de avión, lo primero que hacía era llegar a la taberna de la Sociedad de Plateros de María Auxiliadora y allí con todo su enorme cuerpo y ante un medio de Peseta, solía decir: «¡¡Cuanto te echo de menos!!», y a veces hasta se le saltaban las lágrimas.
Un triste suceso
La casa, y todo el barrio en general, se estremeció en 1968 con la trágica pérdida en un accidente de su vecina Dolores Pozo, joven trabajadora en la planta de envasado de Baldomero Moreno. Desapareció de su puesto de trabajo, y tras una angustiosa búsqueda apareció en el interior de un pozo de aceite soterrado en el suelo de la fábrica.
Sería una labor larga nombrar de forma precisa a los vecinos de esa casa (aparte de injusto, porque se olvidarían muchos), pero citaré a los Redondo, los Fernández, los Luque, los García, los Pérez, los Bonifacio, los Moyano, los López, los Yáñez, los Alcaide, los Morante, los Paniagua, los González, los Vioque, los Rodríguez… Por mi entorno de San Lorenzo, y por mi afición al fútbol, quiero recordar como vecino de esa casa a Juan Alcaide, de la familia de los Nadales, gente muy popular en la Electro Mecánicas. Estuvo muy relacionado con el Club Atlético San Lorenzo y su filial, el Nazaret, durante la gran época del directivo Pepe Reus, cuando el San Lorenzo debutó en Regional Preferente (1973-1974) y batió el récord de goles metidos por un equipo en esa categoría. Juan Alcaide se mudaría después a la calle Sagunto, y posteriormente a la calle Ocaña.
El Rancho Chico
Al lado del Rancho Grande se ubicaba otra casa más pequeña a la que le decían (no eran muy originales) el Rancho Chico. Un personaje famoso de allí fue el electricista Bermúdez, el hombre que hacía toda clase de 'filigranas' con la electricidad y los cables, así como con las letras y sus obligaciones de pago. Fue de los primeros que tuvo en Córdoba una moto Peugeot, y montado en ella tuvo un desgraciado percance contra la barrera del paso a nivel del Brillante.
Para terminar de forma simpática, quisiera comentar una anécdota que me contó el citado Juan Alcaide. Un día donde apretaba mucho el calor, en los campos de fútbol de Lepanto, Paco 'El Barbero, portero del San Lorenzo, le pidió a Pepe 'El Bizco', ayudante del entrenador Luis 'La Vieja', que le acercase el botijo del agua. La precipitación, para que el árbitro, al que apodaban 'El Pringues' que algo 'esaborío', no le llamase la atención, hizo que 'El Bizco' tropezase y el botijo se hiciera añicos. Ante su disgusto, Juan Alcaide le animó diciéndole: «Bizco, tranquilidad hombre, que te vas al Rancho Grande y allí hay más de cincuenta botijos colgados en las galerías». Y no le faltaba razón: todos los años llegaba a la plaza de Regina con su carromato lleno de botijos un tal Floro, que venía desde el pueblo de La Rambla, y los vendía todos en el día para esa casa. Este humilde vendedor hacía su negocio de la forma más fácil posible.
La casa del Rancho Grande subsiste aún, a duras penas, en la calle Isabel II. Esperemos que siga todavía por muchos años y que se proteja por las autoridades competentes. Al menos como recuerdo de una Córdoba que ya no volverá.