Una vista del pozo del patio de la calle Trueque de Córdoba (2017)

Una vista del pozo del patio de la calle Trueque de Córdoba (2017)M. Estévez

El portalón de San Lorenzo

El patio de la calle Trueque

El Ayuntamiento de Córdoba debería velar porque la verdadera historia de los patios no sea deformada por estos 'furtivos' sin idea de lo que hablan

Durante mucho tiempo tuve oportunidad de coincidir con los guías que explicaban a los turistas la Mezquita-Catedral de Córdoba y puedo destacar de primera mano la profesionalidad y el rigor de su labor. Si ya de por sí la Mezquita-Catedral es un orgullo y un emblema para los cordobeses, estos profesionales lo elevan aún más con sus conocimientos.

Como contraste, fue decepcionante oír no hace mucho a uno de esos guías 'furtivos' que suelen acompañar a los grupos de visitantes de fuera de nuestra ciudad visitando los patios en mayo. El improvisado guía estaba hablando delante del portalón de San Lorenzo y comentaba: «Las mujeres antiguas colgaban las macetas en sus patios para tapar los desconchones de las paredes». Un comentario lamentable, nada acorde con la realidad de aquellos patios llenos de vida que conocí perfectamente en mis años de infancia y juventud, entre ellos el de mi propia casa de vecinos de la calle Roelas.

Por eso, traigo aquí el recuerdo de mi vecina Felisa Rodríguez Teruel (1892-1974), que todos los días regaba las macetas de su galería, dispuestas de forma escalonada en una especie de pedestal de tres escalones. Los geranios, las gitanillas y dos pericones que tenía pugnaban por sobresalir del resto. Cuando terminaba de regar, solía exclamar: «Ea, ya he regado mis macetas». Tras esto se le notaba una satisfacción interior que le alimentaba, por encima de si hubiese comido suficiente o no, cosa que, por desgracia, era habitual en esos años. Y es ahí donde estaba la grandeza de los patios: en el cuidado desinteresado de sus vecinos.

En resumen, que el Ayuntamiento de Córdoba debería velar porque la verdadera historia de los patios no sea deformada por estos 'furtivos' sin idea de lo que hablan.

Y hecho este inciso, fruto del enfado, hablemos ya de unos de los patios más famosos e icónicos de Córdoba, el de la calle Trueque número 4.

El patio de el Trueque

El sábado 26 de noviembre del 2005, el Príncipe de Asturias de las Letras José Manuel Caballero Bonald (1926-2021), hizo una visita a nuestra ciudad para clausurar el V Seminario de Poesía y Traducción Poética, acompañado por otro «Príncipe», el paisano Pablo García Baena (nacido precisamente en un patio de la calle Parras). Buenos amigos, realizaron un agradable paseo por algunos lugares típicos de Córdoba. Una de las paradas los llevó al patio de la calle el Trueque, que entonces era más conocido como “el patio de Carmela", por el recuerdo de su dueña y cuidadora, fallecida ese mismo año.

Aunque era pleno mes de otoño el patio estaba, como siempre, imponente, con la alegría de sus flores a pesar de la reciente marcha de Carmela. Pablo García Baena indicó a Caballero Bonald: «Es que esto es más que un patio, es una forma de vivir de Carmela y los suyos, que tratan a sus paredes encaladas y a sus macetas como algo de la familia». Y éste le contestó que había venido a Córdoba, en principio, sólo por la literatura, atraído especialmente por su gran maestro don Luis de Góngora, pero que se iba maravillado por haber podido presenciar un patio que era un auténtico poema, uniendo la tradición con el fulgurante colorido de las macetas y sus matices, desde el ocre de la tierra al color azul del cielo. Estas macetas, agregó, dando la razón a don Pablo, «forman parte de algo más importante que un simple patio».

Llevaban razón los desaparecidos poetas cuando hablaban de una forma de vivir especial: esto es lo que significó toda su vida el patio de Carmela.

La familia de Carmela Montilla

Los padres de Carmela Montilla Serrano fueron Ángel Montilla Cruz (1887-1971), hortelano con una pequeña huerta en arrendamiento denominada San Agustín, pero que también sabía de flores, y Mercedes Serrano Rodríguez (1895-1970). Nacida en el Arroyo de San Lorenzo, número 1, con apenas seis años se trasladó con su familia a la calle Mayor de San Lorenzo, a una casa lindera al Colegio Salesiano. Allí su abuela, Rosario Rodríguez Mármol, que se quedó viuda joven, formó parte del nutrido grupo de mujeres de esa calle que colaboró con ilusión para ver construida la iglesia de María Auxiliadora.

Por aquellas lejanas fechas entre 1915 y 1920 se celebraba la popular verbena del barrio de San Lorenzo. Se colgaban banderitas y farolillos, y en el recinto de la plaza delante de la parroquia se situaban puestos de higochumbos, melones y otras frutas y hortalizas, además de «chucherías» y algunas atracciones. Las mujeres jóvenes del barrio, dentro de su humildad, se ponían sus mejores «atavíos», y algunos años se celebraron concursos de belleza. El pianillo, e incluso la banda musical del cercano Regimiento de la Reina, amenizaban aquellas lucidas verbenas.

Me contó Carmela que su padre era uno de aquellos jóvenes que traían frutos de su huerta para exponerlos en la plaza, y de ahí surgió el flechazo con su madre. En 1916 se casaron en la iglesia de San Lorenzo y se mudaron a vivir a la casa que tenía en propiedad la abuela Rosario Rodríguez Mármol, la famosa de Trueque número 4. A la abuela de Carmela le encantaban las macetas, por lo que desde que se mudó decoró con ellas la nueva casa embelleciendo el patio. Inaugurando la costumbre de recibir visitas por su gran belleza, el patio fue visitado por el entonces director del Colegio Salesiano, don Salvador Roses, y otras autoridades, con motivo de la solemne inauguración de la iglesia de María Auxiliadora en 1918, evento para el que algunos patios cercanos a la calle Mayor, por supuesto el de la calle Trueque incluido, pusieron colgaduras, e incluso altares con la venerada imagen de María Auxiliadora.

Más visitas al patio

También sería visitado el patio nuevamente en 1929 por otro director del colegio, don Sebastián María Pastor, que acudía en esta ocasión para presenciar un bello altar de María Auxiliadora montado para los actos en los que el alcalde de Córdoba, don Rafael Cruz Conde, dio el título de Hijo Adoptivo de Córdoba al citado salesiano. Durante estos actos se le adjudicó a la histórica calle Mayor el nombre actual de María Auxiliadora, lo que se celebró en todo el barrio de San Lorenzo con la decoración de fachadas, patios y balcones.

Antes de estas visitas, desde 1917 fueron naciendo en la casa de la calle Trueque los hijos de Ángel y Mercedes. Primero la hermana mayor de Carmela, Rafaela, luego su hermano José, después su hermano Ángel, y luego ella misma, la más pequeña. Salvo su hermano José los tres hermanos restantes quedaron solteros, y Rafaela y Carmen, tras la muerte de su madre en 1970, cuidaron de su hermano Ángel como si de un hijo suyo se tratara. Ángel había sufrido un grave accidente en La Cordobesa en 1937 cuando tenía sólo dieciséis años, por el que perdió un ojo y tuvo que llevar toda su vida un parche ocular de color negro.

Por su parte, Carmela y su hermana Rafaela trabajaron en una fábrica de pequeña juguetería que se denominaba Cáceres, en la calle Alcántara. Todavía recuerdo a Carmela cuando de joven solía traer algunos pitos-flautas para los niños, que montaba en su casa la madre del Campano en calle Roelas, número 8.

Curiosamente, a Carmela nunca le gustó tener que competir para mostrar su patio. Tanto es así que en los primeros años de presentarlo al concurso municipal lo hizo a nombre de una tal Hortensia, vecina suya. Carmela, como su hermana Rafaela, de lo que disfrutaban era de que la gente pudiera contemplar siempre su patio abierto a todas horas, y sus únicas preocupaciones eran que la celinda aguantara, o que el rosal que adornaba el pozo no se retrasara. Desde 1974, cuando ya estaban algo imposibilitadas las dos hermanas, empezó a colaborar en el mantenimiento y cuidado del patio mi hermano Rafael Estévez Recio, que desde entonces se viene ocupando del mismo como si fuera algo suyo, aun cuando ya no participa oficialmente en el concurso de patios. Pero no hay que olvidar a otros vecinos como Paco Centella o Manolo Pérez 'El Capuchinos', que en determinados momentos acudieron a ayudar a sus vecinas de toda la vida.

María Auxiliadora

Aparte del concurso de patios, en los años cincuenta, por la festividad de María Auxiliadora, bastantes fachadas y patios del entorno se engalanaban para otro concurso, esta vez patrocinado por los Antiguos Alumnos Salesianos. Y así se pudieron ver adornos en casa de La Perdigona, en casa del sacristán de San Lorenzo Antonio Ruiz, en casa de La Piconera, en la inmensa casa de La Nevería (hoy un edificio de Vimcorsa), en casa de La Turronera, en casa de La Naranjera, en el horno de Manuel Morte... Hasta Pepe Bojollo, el otro sacristán de San Lorenzo, puso un altar frente a la taberna de Casa Ordóñez. Por supuesto, también participaba el patio de Carmela y Rafaela, porque María Auxiliadora lo era todo para la familia.

Como hemos dicho, el patio estaba siempre abierto a disposición del barrio. Por eso, no es de extrañar que con la llegada en los años 70 de don Valeriano Orden Palomino como nuevo párroco de San Lorenzo, sustituyendo a don Juan Novo, se utilizase como excelente marco para celebrar una especie de agasajo o convite que se daba a los vecinos el caluroso 10 de Agosto, con motivo de la festividad de San Lorenzo, santo titular de la parroquia.

Don Valeriano, muy querido y apreciado en la casa, durante los últimos años de vida de Carmela, cuando ella andaba ya muy trabajosamente con muletas y todos sus hermanos habían fallecido, fue sus pies y sus manos para llevarla con su coche a aquellos sitios que ella deseara. Y al final, cuando le pidió consejo sobre el destino de la propiedad de la casa, él le recomendó que se la dejara a la mujer que la había cuidado durante los últimos años de su vida.

Cuando falleció, el día de su funeral, don Valeriano le dedicó estas bellas palabras: «La parroquia agradeció siempre sus desvelos, sus hermosos gestos de cariño. Adiós, Carmela. Tú supiste aplicarte los versos de Jorge Manrique, haciendo de este mundo el camino para el otro, que es morada sin pesar».

Esta es la historia verdadera de nuestros patios.

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