Ángel Carrillo: el cura que más jóvenes llevó al Seminario
Decenas de jóvenes de Priego tuvieron formación religiosa gracias a este sacerdote
Las vocaciones religiosas se rigen por unas reglas cuyo conocimiento escapa al ser humano. No faltan, en efecto, pero cada vez son más menguadas, lo que pone en peligro, sobre todo, algunas órdenes y congregaciones religiosas. En Córdoba hubo un tiempo en el que el Seminario de San Pelagio gozó de una excelente salud y de entre la nómina de seminaristas de aquella época no faltaba nunca la presencia de los jóvenes llegados desde Priego de Córdoba. En este caso, la causa de la vocación sí era conocida y tenía nombre y apellidos: se trataba del sacerdote Ángel Carrillo Trucio.
Cuando cumplió sus bodas de oro sacerdotales, la revista Adarve le dedicó un número especial y monográfico en el que se destacaba el alto número de jóvenes que habían descubierto su vocación gracias a don Ángel. En el momento de su muerte, en 1970, había 40 chavales llegados de Priego.
Este cura se encargaba de descubrir estas vocaciones que en algunos casos no llegaban a cuajar, pero él ponía todo su esfuerzo en que salieran adelante y para ello no escatimaba esfuerzos, sobre todo haciéndose cargo del pago de la pensión de los chavales, lo que llegaba a desequilibrar considerablemente su propia economía, algo que no le importaba lo más mínimo dada su confianza en la Providencia.
Duros inicios
Nació en Priego de Córdoba en 1882, en el seno de una humilde familia de hortelanos. Desde niño conoció el rezo del rosario todas las tardes y la asistencia a la misa dominical. El ejemplo de sus padres y el ambiente religioso que se respiraba en su casa hizo que despuntara su vocación religiosa.
Pero aquel niño necesitaba una formación de la que carecía y, además, pensaba que la pobreza de su familia era un obstáculo para alcanzar su meta de llegar al Seminario. No lo tuvo nada fácil y con tres reales en el bolsillo llegó a la capital con la intención de trabajar, vivió como pudo en el actual Asilo de los Ancianos Desamparados, trabajó como sirviente hasta que le llegó el momento de hacer el servicio militar.
Pasó dos años en el Ejército y cumplido este deber decidió ingresar en el Seminario de Cádiz, menos rígido que el de Córdoba donde regresó más tarde y recibió las órdenes menores y mayores. Fue ordenando sacerdote en septiembre de 1912 y para su primera misa cumplió la prometía que hizo de celebrarla ante la Virgen de la Soledad en la parroquia de San Pedro, en Priego.
A partir de ese momento, inició su carrera eclesiástica con un primer destino en la aldea de Zagrilla, donde estuvo cinco años y medio. La recuperación de la fractura de un brazo le hizo regresar temporalmente a Priego hasta que en 1918 es enviado a Baena, donde sólo está un año antes de recalar en Carcabuey.
Llegada a Priego
En 1932 es destinado a Priego, lugar en el que desarrollaría el grueso de su misión y donde se quedaría hasta su muerte. Tuvo los cargos de capellán de San Francisco, de la Adoración Nocturna, y otros más, pero allá donde estuviera tenía su obsesión con la formación religiosa de la infancia.
Ángel Carrillo conoció en su época el alejamiento de la sociedad de sus deberes con la Iglesia. Durante su breve estancia en Baena comprobó que prácticamente nadie pisaba la iglesia y que nadie recibía los últimos sacramentos al morir. Así tuvo clara una estrategia, que no era otra que formar a la infancia, para que al llegar a la edad adulta cambiara la sociedad.
El trabajo no era fácil, pero la constancia y su vocación docente fueron las herramientas más eficaces. Este sacerdote tenía desde siempre la vocación de ser maestro. Intentó entrar en las Escuelas del Ave María del padre Manjón una vez que fue ordenado pero no pudo ser. Una vez que estaba establecido en Priego fomentó las escuelas infantiles y también unas nocturnas dirigidas exclusivamente a los adultos, que dieron excelentes frutos. Hoy día un colegio de Priego lleva su nombre.
Quienes lo conocieron lo describen con un hombre, sencillo y austero hasta el extremo. Su vocación era darse a los demás y así lo practicó hasta el final de sus días, ya que no conocía descanso.
Además, la labor en el confesionario y en las actividades que organizaba para los niños abrieron a muchos el camino hacia el Seminario. No todas las vocaciones impulsadas por Ángel Carrillo llegaron a buen puerto, pero lo cierto es que durante varias décadas fue Priego la localidad que más sacerdotes tuvo.