Desiderio Vaquerizo, Catedrático de Arqueología
«Vivimos tiempos dominados por una cierta estupidez colectiva»
Profesor , escritor y divulgador incansable, el historiador atiende a La Voz de Córdoba para hablar de patrimonio, de lo que fuimos y de alguna que otra ruina que no es precisamente arqueológica
De vez en cuando mira hacia la céntrica plaza como extrañado. «Es raro que no haya montado un escenario aquí», señala Desiderio Vaquerizo (Herrera del Duque, Badajoz, 1959) mientras por Las Tendillas pasa la vida a media mañana de un martes. La observación viene al hilo de lo que unos amigos le comentaron en una reciente visita, y es que Córdoba les pareció muy ruidosa, algo que al profesor le merece una reflexión sobre cómo cambia todo y los modelos que las ciudades adoptan sin saber muy bien por qué, mientras apura un café antes de que la grabadora se encienda.
Desde que en junio se presentara esa maravilla de libro editado por Almuzara que muestra la Córdoba romana que los siglos y los hombres han ocultado, hemos tratado de mantener un encuentro no tanto para hablar de la publicación en sí como de lo que tiene esta ciudad que tantas cosas acaba escondiendo. Confiesa Desiderio, por cierto, que se sintió «abrumado» y tremendamente agradecido en aquella presentación en el Círculo de la Amistad que reunió a tanta gente que le sigue y admira por su trabajo y su persona.
Ahora que las agendas han coincidido y el otoño llega de verdad con el cambio de hora, charlamos con este señor que nos obsequia generosamente con su sabiduría mientras bajamos la cuesta de Pero Mato, parte de la colina que sirvió como asiento a la primera Corduba republicana, camino del Museo Arqueológico para la preceptiva sesión fotográfica.
- Se apagaron las luces del Congreso de Ciudades Patrimonio y ya estamos en otros asuntos. Todo es un continuo trajín. ¿Es la prisa uno de los enemigos del patrimonio?
- Sin duda… En Córdoba, buena parte de las pérdidas patrimoniales que hemos acumulado estas últimas décadas se han debido genéricamente -aunque no sólo, justo es reconocerlo- a la urgencia por liberar suelo al servicio de la especulación urbanística, olvidando que, establecida por ley, tenemos una responsabilidad compartida sobre el legado patrimonial que hemos recibido y, conforme a ella debemos investigarlo, cuidarlo y también transmitirlo a nuestros descendientes, como otros lo hicieron con nosotros aunque no fueran conscientes de ello.
Hoy, el marco normativo en Córdoba, amparado en la Ley de Patrimonio Histórico Andaluz de 2007 y los dos reglamentos ejecutivos emanados de ella (el de Actividades Arqueológicas y el de Protección y Fomento del Patrimonio Histórico Andaluz), y reforzado a nivel local por el PGOU, el PEPCH y la Carta Arqueológica de Riesgo (a ver en qué queda el PGOM, aunque parece que, de entrada, lleva otros derroteros), es extraordinario; incluso excepcional. No estamos, por tanto, ante un problema de vacío legal, sino de capacidad ejecutiva. Cuesta mucho entender, de hecho, que sigan ocurriendo ciertas cosas, o que la ciudad continúe sin contar con un proyecto general de investigación que potencie esta última y coordine las actuaciones sobre ella, concebida siempre como yacimiento arqueológico único ,en el tiempo y en el espacio, y ciudad histórica. Por el contrario, se trata más bien de un problema de voluntad, de incompetencia o de visiones particulares del problema que de la ausencia de normas a las que atenerse.
El drama es que, al igual que ocurre actualmente en otros muchos ámbitos de la vida, nos perdemos en las formas y olvidamos el fondo. De ahí el continuo vaivén de congresos, reuniones y declaraciones bienintencionadas, que a la larga tienen muy poca incidencia sobre la situación patrimonial de la ciudad y sólo sirven para gastar dinero público. Los problemas de base están bien diagnosticados, y con una buena planificación y el imprescindible consenso no sería difícil revertir la situación a pesar de las innumerables pérdidas. Después de cuarenta años de gestión autonómica y municipal el balance en su conjunto resulta descorazonador.
- En esa obra magna que es el último libro con Almuzara y que consigue mostrarnos la Córdoba romana escondida ¿hay también una advertencia como subtexto?
- Advertencia no, por Dios… No soy quién para advertir a nadie, aunque muchos me tengan por un viejo cascarrabias al que de todas formas conviene no hacer demasiado caso. Yo lo calificaría más bien de llamada de atención, o de interpelación a la conciencia colectiva. Cuando planteamos el libro nos propusimos que fuera la obra que todo cordobés quisiera tener en su casa. De ahí que la editorial, con el apoyo inestimable de la familia Sánchez Ramade, haya echado el resto en la edición, verdaderamente de lujo; pero, al mismo tiempo, nuestro objetivo era devolver a la luz todos esos restos de la Córdoba romana , los pocos que han sobrevivido a la vorágine de las últimas cuatro décadas, que cuando están en superficie son campos abonados de jaramagos y malas hierbas, y cuando, por el contrario, se encuentran integrados en edificios públicos o privados no cuentan con acceso ni señalización adecuados que permitan a la ciudadanía conocerlos, visitarlos y mucho menos rentabilizarlos como el recurso que son.
Por otro lado, hasta hace muy poco tiempo la ciudad parecía empeñada en vender únicamente su pasado islámico, olvidando que nunca habría desempeñado el papel que desempeñó bajo la dinastía Omeya sin el nombre, el prestigio y las infraestructuras que conservaba de época romana a la llegada de los musulmanes. Hace un par de días, cuando salía de la facultad, me abordó un señor italiano de nombre Temistocle, antiguo profesor de filosofía en su país, formado en Salamanca y a todas luces hombre muy culto, que en un perfecto español me preguntó por el pasado de la ciudad, impresionado de entrada por el peso en ella de lo árabe y lo judío. Se mostró sorprendidísimo cuando le comenté que antes de todo eso había sido ya capital de la provincia Baetica, una ciudad realmente colosal, cuyas dimensiones y riqueza no estamos siquiera en condiciones de imaginar. Pues bien, en esta incomprensible obliteración, que de forma falaz está ‘ocultando’ una parte fundamental de nuestra historia, radica nuestro pecado; y de ahí mi título.
Hace muy poco tiempo la ciudad parecía empeñada en vender únicamente su pasado islámico, olvidando que nunca habría desempeñado el papel que desempeñó bajo la dinastía Omeya sin el nombre, el prestigio y las infraestructuras que conservaba de época romana a la llegada de los musulmanes.
- Esa vindicación por nuestro pasado romano puede verse como una colección de oportunidades que han pasado de largo. ¿Qué no hemos perdido para siempre?
- Desde el punto de vista de la investigación, contamos con toneladas y toneladas de material arqueológico, recuperado durante las muchas excavaciones arqueológicas realizadas en la ciudad los últimos años , no siempre, me temo, con la metodología adecuada, si bien es difícil que alguien pueda llegar a estudiarlo como es debido algún día. De ahí que abogue siempre por una reducción de las intervenciones en beneficio de la sistematización y la exégesis de lo acumulado hasta hoy. Y, desde el punto de vista patrimonial, nos quedan Cercadilla, el anfiteatro romano, los monumentos funerarios de Puerta de Gallegos o el templo de la calle Claudio Marcelo; pero ninguno de esos conjuntos cuenta con la protección y la señalización adecuadas, ni de momento pueden visitarse ,salvo los monumentos funerarios, que, después de varias décadas cerrados, actualmente muestra algunos días una empresa. Y, encima, está el problema de las restauraciones, ancladas por regla general en parámetros de hace un siglo, ignorando de manera consciente que los nuevos tiempos quieren nuevas fórmulas que se adapten a los criterios internacionales, no agredan ni adulteren el monumento garantizando su reversibilidad y lleguen mejor al público.
Se entiende así que no contemos con un discurso histórico orgánico ni estructurado, que potencie ante el mundo nuestro carácter de ciudad histórica, de yacimiento arqueológico excepcional de riqueza poco menos que incuantificable; que refuerce nuestras raíces culturales ante la propia ciudadanía y que, de rebote, consiga descentralizar el turismo de las cuatro calles en torno a la Mezquita, animándolo, mediante una señalética adecuada, centros de interpretación y rutas ad hoc, a conocer las distintas Córdobas históricas que han sido; en el origen de todas las cuales se encuentran la vieja Corduba turdetana, de la que nunca hablamos a pesar de su importancia, y, por supuesto, la Colonia Patricia romana.
Tras ser destruida su ciudad a manos de Julio César en el invierno el año 45 a. C. por haber militado en el bando pompeyano, los cordubenses de la época hicieron acopio de todos sus recursos para alumbrar una nueva urbe, monumental y en cierta medida émula de la propia Roma, con una poderosa imagen a la altura de su condición de capital de la provincia Baetica, capaz de lanzar al mundo la idea de su fidelidad sin fisuras a la nueva causa del Imperio. Al contrario que ellos, los cordobeses actuales hemos apostado por la imagen más costumbrista y superficial de la ciudad, basada en buena medida en el pintoresquismo diseñado a mediados del siglo pasado. En aquellos momentos dicha iniciativa sirvió para devolver algo de dignidad a la Córdoba histórica y nos puso en el mapa del turismo internacional, pero después de tantos años de investigación y tantos millones de euros gastados tendríamos que haber sido capaces de alumbrar un discurso histórico y patrimonial diferente, de potenciar nuestro carácter genuino y de apostar por las esencias fundamentales de nuestra cultura, huyendo de frivolizaciones y parques temáticos.
- En plena ola revisionista, en la que nos dicen que hay que pedir perdón por los actos de nuestros antepasados y los influencers desmienten alegremente a los historiadores, parece que hay eras, épocas o periodos a los que no se han atrevido a llegar todavía. ¿Hay de momento pax romana?
- Por desgracia, incluso los ámbitos relacionados con la Antigüedad se han contagiado hoy, entre otros males, de la cultura woke y un feminismo mal entendido que son promovidos desde las instancias oficiales; algo que permite sin rechistar la comunidad científica, incapaz de entender que la investigación no puede dejarse gobernar por sesgos ideológicos de ninguna naturaleza. Y, al final, ocurre lo que ocurre: la ignorancia nos lleva con frecuencia a posicionarnos erróneamente, a decir alguna que otra barbaridad o, simplemente, a defender ideas contradictorias. Así ocurrió por ejemplo en la propia Córdoba, cuando a cierta calle se le quiso quitar el nombre por la que es conocida tradicionalmente con el argumento de que sus titulares estuvieron ligados al franquismo, y, a cambio, se la quiso llamar «Foro romano». La iniciativa, por fortuna, quedó en nada; pero ¿se habrían parado a pensar sus defensores en el carácter imperialista de Roma y en que, a pesar de habernos integrado de lleno en la cultura latina haciendo de nosotros lo que hoy somos, no dejaba de ser una potencia colonial…?
La investigación no puede dejarse gobernar por sesgos ideológicos de ninguna naturaleza.
Vivimos tiempos dominados por una cierta estupidez colectiva, que alimentan a diario la tendencia al pensamiento único, las redes sociales y una educación deficiente y manipulada. Córdoba necesita con urgencia una buena política de educación patrimonial, porque la gente sólo ama, respeta y protege lo que conoce. Cuando se le explica, acaba haciéndolo suyo y lo convierte en algo definitorio, en una seña de identidad, individual y de grupo. Y, no lo olvidemos: patrimonio es justo aquello que un pueblo o un grupo social deciden conservar como representativo de sí mismos porque le dan valor. Si destruimos tan alegremente, por tanto, es porque no valoramos la herencia recibida, y esto sí es preocupante.
Ahora bien, por supuesto que es necesario revisar periódicamente la historia. En nuestra disciplina todo es provisional, nada definitivo; el conocimiento avanza mediante el planteamiento de hipótesis que luego deben ser contrastadas, y lo hace siempre con un fuerte carácter interdisciplinar. El problema surge cuando, desde esa soberbia que tanto prolifera últimamente, todo el mundo quiere llevar la razón; o cuando, animados por corrientes ideológicas de moda o impuestas desde la política, deformamos el foco y pretendemos forzar los datos o el hecho histórico. Un investigador que olvide la objetividad en beneficio de hipótesis de partida ideologizadas, sesgadas o interesadas, no hará historia propiamente dicha, sino historia (o arqueología) ficción, carente de cualquier crédito científico.
Si destruimos tan alegremente es porque no valoramos la herencia recibida, y esto sí es preocupante
- Podríamos culpar a las redes sociales de enaltecer frívolamente a iletrados que son masivamente seguidos, pero sin embargo sigue habiendo hambre de cultura de la buena. Me remito a recientes charlas que ha dado sobre el puerto fluvial en Córdoba, en el Museo Arqueológico, o una anterior sobre los gladiadores cordobeses en el salón de actos del Rectorado de la UCO, con un lleno casi absoluto.
- Mire, yo en esto no puedo sino dar las gracias desde lo más profundo de mi corazón a Córdoba y los cordobeses, porque, la verdad, cada vez que salgo a la palestra, y lo digo con absoluta humildad (el mérito es de ellos, no mío), la respuesta acaba siendo masiva; algo que me emociona profundamente, me compensa por tanto esfuerzo y tanta lucha estériles y me gratifica bajo todo punto de vista. Obviamente, como usted bien dice, esto no sucede por casualidad, aunque el merecimiento no sea únicamente mío, ni mucho menos…
Hoy, se ha puesto de moda que las universidades deben hacer también transferencia del conocimiento, y el profesorado en masa ha querido subirse al carro sin la reflexión ni la formación necesarias, en muchos casos sin estar convencido de lo que hace, ni tampoco saber divulgar. Por lo que a mí se refiere, tengo una profunda vocación de servicio público y aposté por la difusión de calidad desde el principio de mi carrera, por lo que llevo un rodaje de más de cuarenta años. Siempre he estado convencido de que los universitarios nos debemos a la sociedad que nos nutre y nos financia; y, como en Humanidades no fabricamos vacunas, hemos de revertirle aquello que «producimos»: conocimiento, que en el caso concreto de la arqueología puede, además, incorporar un importante componente patrimonial. Sin embargo, hemos de ser conscientes de que la gente necesita comprender aquello que se le explica, y para ello la información ha de serle transmitida conforme a sus expectativas en cuanto a nivel y formato; es decir, no puede divulgarse igual para un niño que para un ciudadano medio, o un profesional. Hemos, pues, de ser versátiles, humildes y, sobre todo, respetuosos.
A pesar de tantos años de experiencia, o quizás a causa de ellos, me sigo poniendo extremadamente nervioso cuando he de hablar ante una sala repleta de gente. Siento que todas esas personas han abandonado la comodidad de su sofá para venir a escucharme a mí y merecen por tanto lo mejor que yo pueda darles. Eso supone una responsabilidad cada vez mayor, que no puedo permitirme traicionar. De ahí mi enorme autoexigencia, que a veces convierto en pura presión.
Por otro lado, va a hacer pronto quince años que pusimos en marcha el proyecto de cultura científica «Arqueología somos todos», y poco a poco muchas personas se han ido fidelizando, demandando cada vez más información de calidad y convirtiéndose en nuestros seguidores. No se puede engañar a nadie mucho tiempo. Si no les diéramos lo que necesitan, nos abandonarían rápidamente en beneficio de otras iniciativas. La buena divulgación deja de serlo en el momento en el que no es retroalimentada por una intensa y rigurosa investigación científica.
- Y hablando de gladiadores ¿ qué batallas ya no secunda Desiderio Vaquerizo?
Buena pregunta… Ante una cuestión así, lo más inteligente sería dar un quiebro en mi respuesta y eludir el compromiso para mantenerme en el terreno de lo políticamente correcto, pero entonces no sería yo. Quiero contestarle con absoluta sinceridad: estoy muy cansado. Son demasiados años batallando en soledad y contra corriente, predicando en el desierto, defendiendo ideas que critican, obvian o atacan con saña incluso mis propios compañeros de profesión…; y llega un momento en que uno no puede evitar la sensación de ser él el equivocado, o de que pelea contra molinos de viento. De ahí que sean muchas las batallas a las que ya he renunciado. Cuando la salud te da un aviso serio aprendes que es necesario dosificar las energías y no entrar en nada que no sea fundamental. Menos mal que en esto, como en tantos otros aspectos de mi profesión me salvan los cordobeses, el leer en sus rostros cuando asisto a cualquier foro la necesidad de que haya alguien comprometido con ellos, dispuesto a no tirar la toalla por más que soplen malos vientos. Y, de momento, renqueante y con las fuerzas mermadas, ahí sigo…
Desde muy joven me tocó asumir puestos de responsabilidad e ir abriendo camino, lo que significa que he tenido la suerte de dar grandes pasos adelante y cosechar importantes hitos, pero también me he llevado todas las bofetadas del mundo mientras otros se resguardaban a mis espaldas. Quien más y quien menos tiene hoy su propia colección de haters, y la mía es implacable, y muy activa. De hecho, me acompaña desde mucho antes incluso de que se acuñara el concepto.
No deja de ser llamativo que, contando Córdoba como cuenta con la mejor generación de arqueólogos de su historia, no hayamos sido capaces en ningún momento de actuar unidos, de dejarnos oír con una sola voz, de defender posiciones comunes; y cuando de alguna manera ha ocurrido, ha sido para entrar en guerra unos contra otros. De haber actuado como un solo bloque, con el corporativismo de que hacen gala otras profesiones, probablemente la situación de la arqueología hoy sería otra muy distinta; pero para eso hacen falta altura de miras y mucha generosidad de carácter, porque, ¿quién nos pone de acuerdo…?
Me he llevado todas las bofetadas del mundo mientras otros se resguardaban a mis espaldas.
Michelangelo Caetani dejó ya dicho a finales del siglo XIX que donde hay doce arqueólogos habrá siempre trece opiniones. Pues eso lo resume todo. Y lo peor es que la sociedad, los políticos, las instituciones lo perciben, y ante la falta de una voz única prefieren ignorarnos y dejarse guiar por otros intereses. Juntos podríamos haber sido una fuerza formidable de choque, para la arqueología y para Córdoba; porque, a mayor tejido patrimonial, mayor número de empleos para sus hijos.
Entenderá, en consecuencia, que, a estas alturas de mi vida, y retomando el enunciado de su pregunta, dé ya también, con una gran dosis de pesar y cierta rabia por lo que supone de oportunidad desperdiciada, esa batalla por perdida.
- Corríjame si me equivoco, pero cuando se estudia el pasado, descubrimos lo poco que hemos cambiado los humanos por muy sofisticados que nos hayamos vuelto. ¿Marcó nuestro carácter el ser Colonia Patricia y capital de la Bética? ¿Queda algún rastro de aquello en el cordobés de hoy?
- Si hubiéramos de rastrear la impronta de Roma en las Córdobas posteriores a Colonia Patricia, la lista de aspectos sería interminable; entre ellos: la lengua, el derecho, las instituciones, el urbanismo, multitud de ritos y ceremonias…, y, sobre todo, nuestro marcado carácter latino, que luego nosotros, cuando nos tocó ser potencia colonial, expandiríamos por el mundo. Llevamos algo de Roma en nuestra masa genética (por eso posiblemente nos sentimos tan próximos a los italianos), más tarde enriquecida por la llegada de nuevos pueblos procedentes de Oriente y del norte de África, que enriquecerían nuestro ADN y también nuestro acervo.
Deberíamos, pues, presumir ante el mundo, sin dogmatismos ni manipulaciones, de nuestro marcado carácter multicultural, del papel rector en la historia que nuestra ciudad desempeñó durante muchos siglos, y hacerlo sin caer en la trampa de decantarnos por la cultura de moda en cada momento. Tal vez los cordobeses de hoy en día, como la propia ciudad, tengan un poco más de musulmanes que de romanos porque su etapa está quinientos años más próxima en el tiempo y la urbe acusa su huella de forma más evidente, pero conviene no olvidar una verdad incontestable: la Qurtuba islámica nunca habría alcanzado el esplendor que alcanzó sin el peso de la tradición clásica. Dos siglos después de la construcción de la primera mezquita aljama con gran cantidad de material romano, cuando Abderramán III quiso ennoblecer la ciudad palatina de Madinat al-Zahra lo hizo reutilizando un buen número de sarcófagos romanos como pilones de fuentes; y sus sabios no lo habrían sido tanto si no se hubieran nutrido del saber heredado.
Somos un pueblo mixtificado, híbrido, genética y culturalmente, y es justo eso lo que nos hace diferentes y más grandes. Pero de senequistas, nada. Eso que aquí llamamos senequismo es más bien abulia; lo más alejado posible del pensamiento y la actitud ante la vida que defendió nuestro cordobés más ilustre.
- ¿Qué papel juegan los arqueólogos en la actualidad, en medio de una sociedad digitalizada?
- Los arqueólogos somos forenses de la historia. Nuestro método de trabajo es, de hecho, muy parecido al de estos especialistas: nos encontramos con los restos que conforman un yacimiento y, mediante la aplicación de un riguroso método y un fuerte componente multidisciplinar, hemos de averiguar qué «lo mató», cómo se conformó, qué males padeció o quienes lo habitaron. Somos, pues, historiadores que trabajamos con sólo una parte de lo que un día existió y hacemos interpretación a partir de ella, proporcionando a la sociedad alimento con el que nutrir su pertenencia al grupo y sus raíces. Con frecuencia, además, nuestras excavaciones sacan a la luz importantes restos estructurales que, bien gestionados, pueden pasar a ser parte integrante del discurso patrimonial de la ciudad y transformarse así en un recurso cultural capaz de generar retorno económico.
Somos un pueblo mixtificado, híbrido, genética y culturalmente, y es justo eso lo que nos hace diferentes y más grandes. Pero de senequistas, nada.
Dicho en otras palabras: somos una ciencia histórica que genera conocimiento, pero también una ciencia social, por cuanto aportamos de forma simultánea cultura, señas de identidad, posibilidades de futuro. Ahora bien, la problemática es muy diferente si trabajamos en un despoblado o lo hacemos en una ciudad histórica viva, donde sus ciudadanos siguen desarrollando su vida cotidiana sobre el mismo yacimiento. Y Córdoba es un verdadero paradigma al respecto.
Pues bien, si en un yacimiento arqueológico de la complejidad del de Córdoba no trabajamos con la coordinación adecuada, con una planificación rigurosa, con un método uniforme y con unos objetivos claros y de consenso, ocurrirá lo que viene pasando desde hace ya tantos años. Créame, la convivencia entre pasado y presente es perfectamente posible. Otra cosa es la idea que tradicionalmente se ha venido trasladando a la ciudadanía, que en su mayor parte percibe y sufre la arqueología como una pesada carga. ¿Cómo reprocharle, pues, sus reticencias?
- Volviendo al patrimonio ¿Hemos aprendido en Córdoba de los errores? ¿Puede recuperarse, protegerse y gestionarse mejor?
- A la primera pregunta, no, en absoluto. A la segunda, sin duda; y en parte le he respondido antes. Los errores y atropellos arqueológicos cometidos en Córdoba desde mediados del siglo pasado han sido tan colosales, que ocupamos un lugar protagonista en todas las enciclopedias del despropósito: lo ocurrido en el bulevar Gran Capitán, el conjunto palatino de Cercadilla o los arrabales islámicos es tan grave, que cuesta entenderlo en toda su dimensión. Demasiadas destrucciones, demasiadas pérdidas, demasiados jaramagos en lo poco que hemos respetado…
Contar con un pasado como el que cuenta Córdoba, vivir en un yacimiento arqueológico como el que pisamos a diario, es un auténtico privilegio; y, mientras no seamos conscientes de ello, estaremos colaborando de forma silente en los muchos desmanes que siguen nutriendo nuestro particular devenir.
Demasiadas destrucciones, demasiadas pérdidas, demasiados jaramagos en lo poco que hemos respetado…
Para evitarlo, habría, entre otras posibles medidas, que: ofrecer al ciudadano una arqueología de oficio; coordinar esfuerzos para evitar duplicidades y despilfarros; concentrar los fondos para emplearlos de forma racional y planificada; diseñar exenciones fiscales o de cualquier otro tipo para aquellos cordobeses que se vean obligados a perder suelo, exigiendo a cambio a quienes se les libere un canon luego gestionado por un organismo común; elegir un cierto número de áreas arqueológicas, representativas de distintos momentos de la historia de la ciudad y convertirlas en laboratorios abiertos de arqueología al servicio de nuestros estudiantes para que puedan recibir una formación rigurosa y de altura, e integrándolos después en el circuito monumental cuando hayan podido ser musealizadas; diseñar un modelo de señalización uniforme, con ayuda de las nuevas tecnologías, que permita descentralizar el turismo y mostrar la ciudad en su globalidad; terminar con las restauraciones tan invasivas, en beneficio de otros discursos basados en las nuevas tecnologías o en procedimientos no agresivos y siempre reversibles; potenciar una red de centros de interpretación que poco a poco vaya dando cuerpo a las distintas Córdoba que han sido; impulsar nuestro tejido museológico, empezando por el Museo Arqueológico, de forma que la ciudad pueda llegar a contar con la institución que merece (una de las más ricas de España en lo que se refiere a la cantidad, variedad y calidad de su fondos), etc.
Son tantos los aspectos en los que se podría trabajar, que lo de verdad extraño es que no se haga. Y, créame, no es una cuestión de dinero, sino fundamentalmente de voluntad. Con una financiación adecuada -y en este sentido cabría también potenciar la cultura del mecenazgo- se podrían hacer maravillas.
Alguna de las iniciativas culturales que se han desarrollado este último mes en la ciudad ha costado un millón de euros, y ¿qué ha dejado después? Simplemente, humo… Con esto no pretendo criticar nada; sólo señalar que, a mi modesto entender, inversiones tan importantes deberían priorizar siempre la creación de estructura y de empleo estable, huyendo a ser posible de la fugacidad y lo efímero.
Imagine lo que un organismo único e independiente, que pudiera gestionar el patrimonio sin injerencias, podría hacer sólo con un millón de euros al año. Se obrarían milagros. Conociendo la ciudad como la conozco soy muy escéptico al respecto, pero el futuro es de los jóvenes y hay que concederles el beneficio de la duda. A pesar de mi experiencia, no me gustaría renunciar a la esperanza.