El portalón de San Lorenzo
La capacidad y el esfuerzo
El primer signo de honradez sería reconocer que uno no está preparado para el puesto en que la «cuota de reparto» de cualquier partido le ha colocado
Allá por 1957 dejé de corretear alegremente por las calles de mi barrio así como de jugar los domingos al fútbol con mis amigos en el patio del colegio salesiano. El motivo era que había conseguido una beca de aquellas que concedían las Mutualidades Laborales para ingresar en la Universidad Laboral, siendo así el primer miembro de mi familia que podía permitirse estudiar tras la educación básica en el colegio.
Pues bien, ese año de 1957 una de las primeras sorpresas que me llevé recién entrado en la Laboral fue cuando nos llevaron a las pistas de atletismo (no había visto antes ninguna) en clase de Educación Física y Deportes. Allí, el profesor don Francisco Homar, después de un preámbulo verbal, nos sometió a la prueba de 100 metros lisos, cronometrando y anotando la marca de cada uno. En nuestros cuerpos experimentamos el esfuerzo que aquello suponía. Otro día, con el mismo protocolo, hicimos las pruebas de 200 y 400 metros lisos, y así sucesivamente fuimos pasando a la prueba de 1.500 metros, salto de longitud, salto de altura y lanzamiento de peso.
En 100 y 200 metros lisos nos pudimos dar cuenta de que destacaba un grupo selecto y muy reducido de cuatro o cinco compañeros, sobresaliendo entre todos ellos Julio Rivas como el mejor, el más explosivo.
En la prueba de 400 metros lisos, que resultó más competida, destacaron, entre otros, Bermejo, Escalante y Rando Corella. Pero quien ganaba con autoridad era un portento de Montilla llamado Antonio Márquez Romero, todo un placer al verle acelerar en la curva del 200.
En la prueba de medio fondo de 1.500 metros lisos un número algo superior de compañeros sacaron buenos resultados. Ya era la prueba más popular en España y en aquella época la referencia inevitable era el catalán Tomás Barris Ballestín (1930-2023), que lograría el récord español de esta especialidad atlética un año más tarde con 3.41.7. Evidentemente, sin llegar a este nivel «estratosférico» los compañeros que destacaron fueron Rafael Gutiérrez, Balmaseda, Francisco Castillo y, por encima de todos, el callado y discreto Villén Alcaide.
La prueba de lanzamiento de disco, al contrario que la anterior, era poco conocida por la mayoría de nosotros. Sobresalió el malagueño Miguel Velasco Galiana, que además era un superdotado en la especialidad de trabajo de taller, donde llegaría nada menos que a proclamarse campeón internacional de ajuste, en dura competencia con suecos y japoneses, los cuales, según él, nada más que ver los calibres y micrómetros de precisión que llevaban para las pruebas infundían miedo.
El lanzamiento de peso también era coto de una minoría. Destacaban Gonzalo Fernández de Córdoba y Eulogio López Álvarez, que junto a Primitivo Terrón Montero eran las figuras del equipo de balonmano. Seguramente la mecánica de tiro les resultaría familiar. Quiero insistir en Gonzalo Fernández de Córdoba, porque en realidad era un «atleta 10», ya que lanzaba peso, nadaba, jugaba a balonmano y subía la soga como pocos. Un prodigio de la naturaleza.
En salto de altura (una especialidad ya de por sí técnicamente complicada donde aún no se había consolidado el salto de espaldas actual) sólo recuerdo a Fenollosa, que sin duda era el mejor aunque con un estilo poco ortodoxo de practicar el salto, y un malagueño de apellido Plaza.
En longitud el 'abuelo' Valcácer (como se le llamaba cariñosamente, que debió nacer en torno a 1940 ó 41), un tipo muy callado y prudente (parece que esto era seña de los buenos atletas), fue el mejor saltador al estar dotado de un gran vuelo y una mejor caída en el foso de arena.
Y ya para finalizar estaba la durísima prueba de 5.000 metros, que se corría muy pocas veces pues (con razón) no estaba incluida como obligatoria en el temario. Sin embargo, se disputaba en algunas competiciones organizadas entre los colegios Luis de Góngora y Gran Capitán. En ellas se planteaba una bonita disputa entre Balmaseda, Javier Gallardo, Caparrós y Villén Alcaide. Sin embargo, un día, esperando el desenlace previsto de una final de esta prueba entre Javier Gallardo o Juan Villén surgió un desconocido llamado José María Gálvez, al que por su tipo escuálido y delgado cariñosamente le apodaban El Pellejitos. Salió como si tal cosa a competir y empezó a destacarse de unos y otros, llegando a la meta con una ventaja enorme y totalmente fresco.
Se reconocía al que estaba preparado
Todos los demás alumnos, aquellos sin las condiciones innatas de estos portentos en las diferentes pruebas, no ganábamos ni destacábamos tanto, pero teníamos que conformarnos con otra tarea no menos importante: mejorar, y así superándonos en el día a día lograr obtener los resultados que al menos nos dejaran satisfechos.
Y esto en los deportes, que lo he puesto porque ilustra la idea que quiero transmitir incluso con el carácter más o menos lúdico que se asocia a las pruebas atléticas. Qué decir de lo que pasaba en las asignaturas de Matemáticas, Dibujo, Física y Química, practicas de taller, etcétera. Nos enseñaron que el que tenía cualidades y además las cultivaba con esfuerzo y estudio conseguía las mejores notas. No se conseguían por ciencia infusa. Y si no tenías estas cualidades, había que intentar progresar y ser mejor cada día. No siempre se podía conseguir, pero si no se lograba había que levantarse e intentarlo de nuevo. Esto es lo que nos enseñaban.
La gobernanza de un país
Pero una cosa es el deporte y la competición a cualquier nivel que no dejará de ser un acto sano, lúdico y de distracción. Y otra cosa más importante ý exigente debería ser el gobernar a un país, entre otras cosas porque detrás estará la seguridad, el progreso, el bienestar y la propia vida de los gobernados.
Reconozco que este término moderno de gobernanza, tan usado ahora por los políticos, no sabía muy bien lo que significaba y he tenido que buscar a qué se refería exactamente. Más o menos viene a significar la toma de decisiones de forma repartida entre diferentes administraciones, sea a distintos niveles territoriales (nacionales, autonómicas, locales, etcétera) o entre diferentes ámbitos de competencias (administraciones de obras públicas, de medio ambiente, de economía…)
Esto, que sobre el papel parece una buena idea (nadie puede saber ni hacerse cargo de todo), tropieza con la realidad de la administración española, repleta de innumerables organismos y departamentos de los que nadie sabe a ciencia cierta a qué se dedican, muchas veces con funciones duplicadas y hasta contradictorias. Es el caldo de cultivo ideal para que si surge un problema o un trabajo más difícil de la cuenta se hagan los 'suecos', porque entre la maraña de departamentos y competencias siempre se espera que aparecerán otros tontos que lo resuelvan. Y si no se resuelve, en la mayor parte de las ocasiones tampoco pasará nada, porque para muchos altos cargos políticos de los que dependen estos departamentos su tarea diaria consistirá la mayoría de los días en inaugurar cualquier tontería o dar un discurso sobre temas intrascendentes, que además hasta se los escribirán.
De estos gerifaltes políticos, su mayor mérito no habrá sido ni su capacidad técnica ni su esfuerzo, sino la lealtad y el peloteo a los jefes que hacen las listas electorales o reparten cargos, siendo por tanto la principal meta que persiguen en su vida. Ya no es que nos hayamos acostumbrado a políticos que no son ingenieros llevando un ministerio de obras, ni la falta de médicos dirigiendo la sanidad. Es que en los últimos años, incluso, han llegado a cargos de los más altos del Estado gente sin preparación alguna, con una educación de lo más básica, y además sin visos de mejorar o esforzarse por aprender lo que requiere el puesto, quizás porque hoy están en este cargo y mañana en estarán en otro. La cultura del esfuerzo que aprendimos les debe de sonar a chino.
Y al final, si la administración española todavía funciona es porque aún quedan abnegados funcionarios, o algún político despistado, que, a pesar de ver que los que toman decisiones arriba del todo son lo que son, y dan para lo que dan, no se desaniman y se esfuerzan en su trabajo cada día, no olvidando que están ahí para servir. Ejemplos de éstos los hay, a pesar de todo.
La eficacia del 'dictador' Franco
No voy a opinar, con todos sus claros y oscuros, de la obra de la dictadura de Franco, sino de un caso concreto que, por desgracia, hoy cobra toda la actualidad tras la catástrofe de Valencia: el desvío del río Turia tras la trágica riada de 1957.
El 13 de octubre de ese año más de 80 personas murieron al desbordarse el río Turia a su paso por el casco urbano de Valencia y 1.700 viviendas resultaron destruidas. Nos podemos hacer una imagen recordando la cantidad de personas, muchas de ellos familias de emigrantes que buscaban una vida mejor, viviendo como podían en condiciones insalubres junto a arroyos o zonas inundables del cinturón exterior de las grandes ciudades. Esa era la triste realidad.
Tras la catástrofe, Franco se paseó por la calles de barrio de Nazaret, uno de los más afectados, en compañía de los ministros que tuvieran que intervenir en reparar y evitar en lo posible que aquella tragedia se pudiera repetir. Iban pocos, y además todos los ministerios se podían contar entonces con los dedos de una mano. Hoy, en la tragedia de Valencia interviene (es un decir) hasta el Ministerio de Igualdad.
Es curiosa la anécdota que se cuenta (además corroborada por fuentes diversas) de que un ministro le comentó a Franco que no se disponía de camiones suficientes para agilizar los trabajos en el tiempo y plazo que el mismo dictador había establecido por su cuenta. Franco le replicó que tenía noticias de que en la recién establecida base de Rota los americanos habían acabado un trabajo en el que habían empleado cerca de 200, y que el ministerio podía ponerse en contacto con ellos y pedírselos prestados. Al final se consiguieron y se pudo realizar todo el trabajo de limpieza en el plazo que había fijado.
Después de la limpieza y normalización de los servicios Franco ordenó de inmediato que se elaborara por el Ministerio de Obras Públicas un ambicioso plan de ingeniería para desviar el curso principal del río Turia del centro de la ciudad de Valencia, dejando en la ciudad sólo una especie de dársena recreativa y que el nuevo cauce, con una capacidad de evacuar 2.000 m3 por segundo, se desviara aguas arriba, y esquivando a la ciudad por su exterior fuese directamente al mar. La gran mayoría del tiempo iría prácticamente vacío con muy poca agua, pero había que diseñarlo a lo grande para poder dar respuesta en situaciones excepcionales de lluvia como la que había ocurrido.
En esta gran obra, con un gasto de 7.000 millones de pesetas, el gobierno central correspondió con el 75%y el resto fue pagado por el Ayuntamiento, la Diputación y la Confederación Hidrográfica de la zona (figura de gestión integral de una cuenca establecida, por cierto, por otro dictador, Primo de Rivera, y cuya utilidad ha hecho que sea copiada incluso por países de la UE).
Las obras tuvieron lugar entre 1962 y 1973. Se coordinaron problemas inevitables que surgieron de ferrocarriles, obras de riego, carreteras y urbanizaciones. Fue un proyecto realizado con mentalidad de Estado y para los españoles, aunque se centraran sólo en Valencia. De esta forma se ejecutaba el Plan Sur de Valencia recogido en el Boletín Oficial del Estado número 309 de fecha 27 de diciembre de 1961 mediante la Ley 81/1961. En la tragedia de estos días, uno de los elementos de este plan, la presa de Forata construida en 1969, ha retenido, llena hasta los topes, más de 37.000 millones de litros, con los cuales se hubiera provocado una desgracia aún mayor. Como contraste, desde los tiempos del nefasto Zapatero, toda obra hidrológica de cierta importancia, o está puesta en duda «por ir contra la naturaleza» o es moneda de cambio política, como la derogación del Plan Hidrológico del trasvase del Ebro, que para pagar a los votos catalanes el ínclito Zapatero denegó.
Hoy contamos con medios y recursos mucho mayores que entonces. Por ejemplo, hay caudalímetros digitales que permiten saber en tiempo real sin moverse de una oficina cómo va subiendo un torrente. Si alguien se hubiera tomado el tiempo de seguirlos en todo momento seguramente habría dado tiempo a avisar a la población aguas abajo para prepararse ante el agua desbordada en los barrancos de la cabecera, donde cayó el grueso de la lluvia. Se hubiesen evitado muchas víctimas.
Falta de sensibilidad en los políticos
Pero algo no se tuvo que hacer bien y la desgracia se cebó con todo. No quiero creer que fuese porque lo peor llegó por la tarde y a esa hora ya habrían cumplido todos con su jornada laboral. ¿Quién o quiénes fueron los responsables? ¿alguien dijo, en algún eslabón de la cadena, «que se ocupe/o apañe fulanito»? ¿ tienen los que deben tomar decisiones cualidades, preparación y sentido de la responsabilidad para desempeñar su cometido por sí mismos cuando realmente se les necesita? Y si a todo esto añadimos la tardía respuesta de socorro, con días de por medio, incluso con la moralmente criminal, inhumana, vergonzosa y execrable actuación del gobierno del PSOE y sus socios aprobando el control de RTVE en el Congreso justo mientras los valencianos más sufrían, pues apaga y vámonos.
El expresidente Felipe González, en una entrevista estos días en televisión, ha dicho: «Yo, como presidente, envié el ejército a las inundaciones de Bilbao de 1983». Lo hizo a las 72 horas y envió a 10.000 soldados, en unos años que recordemos lo que era el País Vasco con la ETA y lo que podía suponer la presencia de militares. De esta forma calla a los «teloneros» de Pedro Sánchez que pastorean los informativos de casi todas las cadenas, que vienen a culpar al tal Mazón (incompetente de por sí) de que no pidiera la presencia de ejército, que eso no era competencia del gobierno central si no se lo solicitaban. Un gobierno el de de Pedro Sánchez que ha tardado casi una semana en mandar un apoyo militar mínimamente decente ante la catástrofe. Ahí se aprecia bien la diferencia «entre gobernar y estar en el gobierno» que también ha comentado Felipe González.
No quiero decir que con Franco todo fuese viento en popa, evidentemente, pero sí que nos iría mejor si las decisiones realmente importantes pasasen por menos manos (por muchísimas menos manos) y encima (esto sería ya un milagro) proviniesen de gente realmente preparada.
Lo mismo es que Franco, al ser militar, veía esto del «ordeno y mando» directo de abajo a arriba como lo más habitual del mundo, y que la democracia implica lentitud en aras del «consenso» y la «gobernanza». Y si a eso le unimos que a un alto cargo le llegue un grave problema del que no tiene ni idea de cómo actuar, porque ni sabe ni se ha esforzado por saberlo, ya tenemos la desgracia sobrevolando.
Lo que los ciudadanos demandamos, ahora y siempre, es honradez y eficacia en cualquier gestión de los que nos gobiernan, y el primer signo de honradez sería reconocer que uno no está preparado para el puesto en que la «cuota de reparto» de cualquier partido le ha colocado. Así que váyanse y hágannos un favor.