Vivir el Camino (I)
En la vida no hacemos otra cosa que no sea caminar. Avanzamos, como los ríos siguen su curso, desplazándonos, cultivándonos y desarrollándonos. A veces más rápido, en otros casos de manera lenta, con más o menos descansos que van marcando el ritmo de la evolución personal. Con el paso de los años hacemos un recorrido por nuestra existencia observando el rastro que ha ido dejando el propio ser, analizando si los posos llenaron el depósito de la presencia, si dejamos nuestra huella en la senda o alguien nos dejó impresa su marca. Así, sin darnos cuenta, pasamos por este mundo. Y es así como forjamos nuestro modo de vivir.
Un día descubrí que el Camino de Santiago, para mí el Camino con mayúsculas, es la mejor forma de escenificar este tránsito. Esta ruta representa una vía abierta a la vida y permite, a través de la peregrinación, mirar al interior, experimentar la espiritualidad que provoca la transformación, acercarte a la reflexión personal y grupal, compartir experiencias, disfrutar de la naturaleza, conocer núcleos de población que no están en ninguna propuesta turística, gozar de la gastronomía típica de cada lugar…, en definitiva, percibir el hecho de estar vivo, abrir tu mente al mundo y a la realidad de las cosas.
Mucho han cambiado las peregrinaciones desde que se descubriera la tumba del apóstol en el siglo IX. ¡Qué impacto supuso este itinerario! ¡Cuántos hospitales, cuántas posadas, cuántos monasterios e iglesias, cuánta vida en un eje que perdura aún hoy! ¡Qué sentido de acogida en estos lugares, prolongado en las casas particulares! ¡Cuántos ritos y costumbres mantenidas hasta nuestros días! Recorrer este espacio supone elevar la mirada al cielo, tantas veces hundida en la tierra. Peregrinar hasta la tumba del apóstol no es solo hablar de una experiencia de fe, es hablar de la experiencia por excelencia.
Desde aquella primera vez ya han pasado veinticuatro años y han sido ocho las ocasiones que he tenido para emprender la marcha, para disponerme a atravesar senderos y veredas hasta alcanzar Compostela. Caminos diferentes en lo referente al trayecto elegido, a los paisajes admirados, a las personas con las que compartí viaje, a aquellos que encontré cada jornada, a los que ayudé y a los que fueron mi apoyo.
A todo ello voy a dedicar estas semanas estivales, a recordar y describir lo experimentado, lo acumulado en unas prácticas que suponen un alto en las ocupaciones anuales y que me proporcionan el esparcimiento y la energía necesarias para afrontar nuevos retos, nuevos objetivos que nacen con la vuelta a la rutina.