Curro Romero cumple 90 años
Con una salud aceptable, aunque, lógicamente, trabada por las servidumbres que impone el paso del tiempo, Curro Romero cumplió la semana pasada 90 años. Yo nunca fui especialmente “ currista “, pero me he sentido siempre muy cercano al maestro, por su personalidad humana, tocada por la genialidad , la modestia y la sinceridad…
Curro Romero es, si recordamos el verso de otro grande, Don Antonio Machado, «en el buen sentido de la palabra, bueno» y por eso, y no por otras razones, Curro Romero parece ser ya un hombre de otro tiempo. Y es que la bondad y la rectitud, el respeto a la palabra dada, y la dignidad, son atributos que muchas veces escasean. Y, desde luego, que están en peligro de extinción entre los que nos gobiernan.
Por eso estos días, echando mano de mi imaginación, esa potencia donde se injertan la verdad y la fantasía, la vida y los sueños, la realidad y el deseo, he trabado este cuentecillo taurino en homenaje a él, y a toda esa generación de nonagenarios que sigue dando ejemplo día a día. Con ellos se rompió el molde de la autenticidad y la verdad y, sin ellos, seremos cada vez más pobres, más prosaicos, menos humanos…
Ahí va :
EL QUITE
Con el primero no se confió porque el bicho movía las orejas con muy raras armonías, así que estuvo medianejo. Ni bien ni mal: medianejo. Con la espada se aperreó y dio algún pinchazo que otro: pitos
A su segundo no quiso ni verlo porque, aunque tomaba los engaños con temple y profundidad, le pareció que tenía la mirada turbia. Cogió la muleta y le quitó las moscas con cuatro muletazos mal pergeñados y, de media vez que pudo, lo cuadró. Pero con la espada superó la hecatombe del toro anterior y sonaron dos avisos. Y el tercero no sonó porque Dios es bueno y porque el presidente no tenía gana de líos. O porque al usía se le había aperreado el reloj. O por lo que fuera. Como el público es tan impaciente y tan mal encarado, se irritó: gran bronca.
Había un señor con sombrero fuera de sí, muy insultador y genealógico, el hombre. Seguro que en casa la mujer lo tenía esclavizado. Así que se desfogaba insultado al maestro con mucho deseo y sin comedimiento alguno :
- ¡¡ Hijo de puta, nieto de puta, biznieto de puta !!
En el callejón, el maestro lo oía todo y campaneaba la cabeza, entre lamentoso y resignado y, como era tan humilde y tan sabio, no se enfadó…Sabía que había estado muy mal y que, en rigor, un fracaso tampoco es tan importante…Que la vida tiene cosas mucho más valiosas.
Pero lo que son los aconteceres y lo que es la vida que, de pronto, da un quiebro y lo trueca todo. Salió el sexto. Un toraco cornalón y pellejudo, muy basto. Y que además no se entregaba y punteaba los engaños. Pero resultó que apenas movía los orejas y que, además, tenía la mirada clara y soleada, así que al maestro le dio la comezón de torear y salió a hacer su quite .
Citó en la mitad del ruedo; el toro se arrancó violento, con furia contenida; entonces los pulsos del maestro trabaron la acometida y dibujaron unas verónicas muy lentas, muy atemperadas, que ciñeron a su cuerpo la embestida del toro, antes furibunda y, ahora, misteriosamente, apaciguada. Allí no regían las reglas de este mundo: tiempo, espacio, movimiento… Sólo regían las leyes de la poesía aunque, como es sabido, la poesía no tiene leyes.
Fueron tres verónicas y un esbozo de media. Fue una especie de soplo, de arrullo, de aquietado temblor. Tal vez fue la nada hecha verónica o fue la caricia hecha lance. Nunca un quite tan corto duró tanto tiempo.
Había un señor con sombrero fuera de sí: el buen toreo lo emborrachaba y le sacaba de dentro lo mejor de sus sentimientos:
- ¡¡ Ole, ole, ole !! ¡¡ Viva la madre que te parió !!
Ya en el callejón, el maestro lo oía todo y campaneaba la cabeza y, como era tan humilde y tan sabio, tampoco se enorgulleció demasiado. Sabía que había estado muy bien y que ese quite nadie podría igualarlo pero que, en rigor, un éxito tampoco es tan importante…Que la vida tiene cosas mucho más valiosas.
Caía una tarde rotunda de primavera: el sol se hundía por el horizonte, en el cielo se colgaba el vuelo de los vencejos y en la plaza de toros temblaba un turbio rumor de sueños…