Que se levante el mundo rural
Desde las últimas décadas del pasado siglo y hasta nuestros días, diversos escritores han ido reflejando en sus respectivas obras el abandono y desprecio que sufren el mundo rural y el mundo campestre a manos de la clase política y de gran parte de vacuos urbanitas. Estos escritores, entre los que destaco, por mis gustos personales, a Miguel Delibes, a Sergio del Molino o al admirado poeta Alejandro López Andrada tienen, además de una indudable calidad literaria, dos características que hacen que su opinión sea especialmente significativa : de un parte, no hablan de oídas sino que por sus experiencias vitales se han manchado las botas de barro y han experimentado en primera persona aquello de lo que escriben. En segundo lugar, y esto es también reseñable, proceden de épocas y de posiciones estéticas, políticas y filosóficas distintas. Y ello confiere a sus posicionamientos ( en tanto que coincidentes en lo esencial ) una solidez y una autoridad que hay que enfatizar.
El acoso y el desprecio por el mundo rural, constante a lo largo de la historia, es ahora, si cabe, más furibundo. Y ello desde que las políticas que lo rigen están trufadas de un sentimiento (nótese que digo sentimiento, por tanto, algo ajeno a la razón) animalista y son dictadas desde la moqueta de suntuosos despachos. Sólo cuando, por el miedo al COVID, se pensó en el riesgo de desabastecimiento, el mundo urbanita miró con cierta simpatía (tampoco demasiada) al mundo rural.
Pasado el COVID, perdido el miedo a que fallara la despensa y olvidada la tragedia de vivir encapsulados en pisos, retornan el acoso y desprecio al mundo rural, un mundo rural que reacciona ahora con los virulentos levantamientos que se están produciendo en Europa y, según se anuncia, muy pronto en España. Las razones de ese hostigamiento son variadas y, para aquel que se «manche las botas de barro» y conozca el mundo rural de primera mano, incontrovertibles. Por señalar sólo algunas y no aburrir demasiado:
Falta de infraestructuras y comunicaciones. Las importantes comunicaciones con las capitales son positivas pero altamente insolidarias, en tanto se margina a las zonas rurales, zonas menos avanzadas, precisamente, por esta situación de aislamiento. Si descendemos ahora a la realidad de Córdoba : ¿ Para cuándo la mejora de la N 432 que une la capital con el norte de la provincia ? ¿Cuántas muertes por accidentes de tráfico cuesta al año esa carretera ¿ Podemos permitir que poblaciones como Peñarroya o Belalcázar, es un poner, sufran ese aislamiento ? Si el problema que aducen las autoridades es económico, la solución es muy fácil: dejen de derrochar , no discriminen, sean más justos y solidarios . No hay, no debiera haber, cordobeses de primera y cordobeses de segunda y tercera ….. Si el problema es la contestación de los «ecolojetas», más fácil aun: no se les hace caso y en paz. La fauna y la flora son muy importante, cierto; pero las personas, sus medios de vida, su subsistencia y la de muchas familias lo son más. Y siempre habrá medios para ponderar todas las necesidades.
Desabastecimiento hídrico, falta de un Plan Hidrológico Nacional que permita un uso solidario del agua. Todos somos españoles, todos somos parte de un mismo país y, por ende, todos debemos actuar con solidaridad entre nosotros; así se debe ver desde un Estado que se dice social y democrático. Y ahora desciendo a la realidad de Córdoba: ¿ Es tolerable la falta de agua para beber, lavar o asearse en las poblaciones del norte de la provincia ? Los gobiernos autonómicos ( bajo el mandato del PSOE y luego del PP ) tienen mucho que decir en este tema…o que callar.
Una burocracia tan intensa como tediosa e innecesaria, impuesta por los «cerebritos» de Europa, ajena a la realidad que realmente se vive en nuestros campos, a las necesidades de éstos. Reto a cualquiera de los que me lee a que intente entender y aplicar esas exigencias burocráticas. Por mucha formación que tenga, se desesperará y tirará la toalla, agobiado por el absurdo y la sinrazón.
El daño que se está haciendo a lo rural es tan grave y tan evidente que sólo puedo pensar que se hace de un modo consciente, con la inconfesable voluntad de acabar con él. Muerto el mundo rural, estabulada la población en ciudades cada vez más grandes, esa autenticidad noble y sincera que da el vivir en pequeñas comunidades y en contacto con la naturaleza ( de la que remanecemos y que nos insufla sus valores ) habrá desparecido y el hombre no será menos humano, simplemente, dejará de ser humano.
Es el momento, pues, de que se levante el mundo rural: por su propio bien…y por el de todos; por el bien de Europa. Y por el bien del mundo.