Subidos en los hombros de gigantesBernd Dietz

Milei

Actualizada 05:00

Si a Milei le ocurre lo que a Nisman, algo que muchos andan temiendo, sabremos quiénes han sido y por qué. El peligro para este valiente es que, con su mensaje en Davos, epicentro del Nuevo Orden Mundial y santuario del «wokismo», ha puesto las cartas boca arriba. Al lanzar un mensaje tan bello, ético y edificante –«¡Viva la libertad, carajo!»--, devuelve unas briznas de esperanza a los humildes, los trabajadores, los virtuosos, los limpios de corazón. Lo cual comporta una resuelta andanada contra el acorazado de vesania que patrulla los mares del mundo. El mismo que, sirviendo al manual de reglas, patrañas y fetiches de la ortodoxia imperante, no cesa de propinarle dentelladas a los derechos naturales del individuo según los fijara Locke: la vida, la propiedad privada y, cómo no, la libertad.

Que la iniciativa de Milei cundiera y fuese capaz de empezar a dar la vuelta a esa tortilla que lleva cocinando el globalismo hace décadas sería tan providencial como el invento de la máquina de vapor, la aceptación del pluralismo político o la regulación de la economía de mercado. Un eficaz antídoto contra el sometimiento, la enajenación, el tutelaje, la dependencia y la pringosa demagogia del colectivismo; una reivindicación de la Escuela de Salamanca, la devoción judeocristiana, la mayoría de edad y la mera honradez; un vero miracolo.

Aparece Milei tocado del espíritu que cabe detectar en los profetas veterotestamentarios cuando se refieren a la omnipresencia del mal y al método para plantarle cara: el vigor de la fe, la ausencia de temor, el empleo de la cordura, la magnanimidad, el apego irrestricto al bien. Si la Argentina, como afirma, ha pasado de ser el país más rico del planeta hace apenas un siglo a verse clasificado en 2023 por el profesor Steve Hanke, de la Universidad Johns Hopkins, en sexto lugar dentro del listado de las naciones más pobres (tras Zimbabue, Venezuela, Siria, Líbano y Sudan, y precediendo a Yemen, Ucrania, Cuba, Turquía, Sri Lanka y Haití), su argumento es irrefutable.

Descontando el factor bélico allá donde concurre, es evidente que la penuria aguda viene sobre todo asociada al comunismo y la obscena corrupción de unos mandamases instalados en el robo a gran escala, corolario infaltable de la farsa buenista. Los cuates de Iglesias, Zapatero, Sánchez y demás «progresistas» patrios son lo que son y los que son, así que no extraña el trato que en España otorgan a Milei los voceros del cinismo, desde la caja tonta hasta la intelectualidad, mientras con mendaz sarcasmo tildan de «extrema derecha» cualquier apelación seria a la rectitud moral.

¿No extiende un compinche con galones como Nicolás Maduro esa etiqueta descalificadora a cuantos reclamen pan, verdad y justicia, como lo ha hecho hace poco ante la protesta de unos enseñantes depauperados hasta la indigencia, y ello en un país que descansa sobre un océano de petróleo? De violentos activistas contrarios al orden republicano los ha tachado, arrogándose para su despotismo «bolivariano» la esencia del amor. Claro que si el guagüero venezolano acusa de traición a la patria e instigación a la rebelión a las personas decentes, nuestros gobernantes (y más de un fiscal) tienen por personas decentes a quienes perpetran esas acciones mismas. Una feroz simetría. ¿Es esa la arbitrariedad del signo lingüístico de Saussure?

Decían que John Milton, en el Paraíso perdido, se había pasado varios pueblos al convertir a Satanás en el protagonista de su monumental poema épico, otorgándole las tiradas de versos más brillantes, la más chispeante elocuencia y la mayor capacidad de seducción. Tal vez el vate ciego no hacía sino cumplir con su trabajo, tornando creíbles los encantos de la tentación. Si el ángel caído careciese de atractivo, no tendría el menor resquicio para enamorarnos. Desigual es la lucha entre el glamur y el lujo, por un lado, y la triste pobreza, por el otro. Se aprecia perfectamente en España, donde la casta progresista estilo Ana Belén («me duele mucho que se utilice el término comunista como insulto») nos regala su cursilería, al aunar sin empacho sentimentalidad edulcorada, poderío económico y sus clásicas ínfulas de superioridad.

Así que están que trinan con Milei estos acomodados palmeros de Marx, el Che Guevara y la señora Kirchner. ¿Qué es eso de que la gente normal pueda prosperar merced a la movilidad social? Todavía hay clases, y los revolucionarios caviar se hallan bien felices en su burbuja de exclusividad. Ellos no necesitan cantos de emancipación, capitalismo y retos honorables, porque lo suyo es la economía extractiva, vivir de rentas. Las retóricas del miedo, unidas a la metadona del subsidio estatal, son cuanto se requiere para que el Gran Hermano controle el garito, salvándonos del «fascismo» y «la ultraderecha», mientras echa caramelos a los pordioseros.

Para cuando los expertos en pandemias, climatología, intoxicación mediática y represión universal despachen su siguiente invento contra la humanidad, acaso tropiecen con algo más de resistencia, y el bumerán retorne para impactarles en el rostro. Por eso es tan prometedor, incierto y trágico el destino de Milei. Que puedan comprarlo o corromperlo, como a cualquier político en activo, no parece probable. Parece antes bien que no aspira, habiendo tantos pretendientes, a ser un nuevo siervo del señor de las tinieblas.

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