De comienzo en comienzoElena Murillo

Una actuación única

Actualizada 05:00

La inmensidad de un monumento singular, la grandiosidad de un edificio único, una catedral que no tiene comparación posible. Éste era el marco en el que tenía lugar una excelente representación teatral el pasado viernes. La compañía Vuesa Merced llevaba a escena La vida de San Pedro Nolasco, una iniciativa promovida desde hace unos años por la Hermandad de la Merced que ahora llegaba a un escenario inigualable. Ya le dediqué un espacio en este blog a la misma actividad la primera vez que formé parte del reparto de figuración, pero no podía resistirme a transmitir la multitud de sensaciones vividas en una ocasión tan extraordinaria como ésta.

En una tarde especialmente desapacible, el numeroso público congregado al abrigo de la galería del este del Patio de los Naranjos, se arremolinaba junto a la puerta de Santa Catalina con ganas de presenciar una función que se iba a desarrollar en un ambiente irrepetible.

Nada más traspasar el portón de acceso, cautivos con la mirada perdida penaban alrededor de las columnas. Era solamente la primera muestra del ahínco demostrado por el delegado de cultura de la Hermandad y el buen hacer de un profesor de teatro (director en este caso) que, junto con el impecable trabajo del equipo artístico y técnico de la obra, habían provocado la mejor confluencia de elementos para que todo saliera a la perfección. El entusiasmo y el esfuerzo producían ahora una generosa cosecha con la magistral interpretación de todos y cada uno de los miembros de la compañía. A la cabeza, San Pedro Nolasco, sublime; su escudero, el bueno de Pierres, el hermano fiel; la lucha de este último con el mismo demonio, genial en su actuación; Don Juan, Doña Teresa y Don Fernando junto a dos cautivos más en una acción muy dinámica y llena de contrastes; ejemplares el rol de Alifa y el personaje interpretado por Muley, negociando la venta de los prisioneros. Mención aparte merece la Virgen de la Merced en sus diferentes apariciones, cargadas de un simbolismo especial y creando un impactante clima de misticismo, sobre todo en las escenas sobrecogedoras de la Pasión o al aparecer junto al coro de ángeles, que a pesar de ser un grupo bastante numeroso, tuvo un comportamiento modélico. No podía quedar atrás el nutrido grupo de figurantes, fundamental, muchos de ellos estudiantes de la Escuela Superior de Arte Dramático que mostraban el entusiasmo propio de quienes se inician en el mundo de la interpretación. El acompañamiento musical ponía la guinda a una noche apoteósica: una viola, una soprano, banda de música, escolanía, y un canto a la libertad en forma de saeta en la incomparable voz de La Trini. Así se completaba una extensa lista de participantes capaces de obrar coordinadamente.

Los arcos de medio punto parecían deslizarse por las naves de la Mezquita Catedral que, en su magnitud, engrandecían lo que aparentaba pequeñez. Un entorno idílico para transmitir el origen de la Orden de la Merced, una forma diferente de evangelizar en un mundo cargado de esclavitudes que difiere poco de otras situaciones pasadas.

Sin duda, un elenco sobresaliente y un contexto excepcional para una actuación única.

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