La verónicaAdolfo Ariza

El diablo no está a favor de la organización parroquial

Actualizada 05:00

Para el diablo, la fidelidad a la iglesia parroquial, a menos que sea por inferencia, es algo «muy malo». Tiene muy claro que «si a un hombre no se le puede curar de la manía de ir a la iglesia, lo mejor que se puede hacer es enviarle a recorrer todo el barrio, en busca de la iglesia que ‘le va’, hasta que se convierta en un catador o connoisseur de iglesias».

Él mismo tiene sus razones por las que considera esencial en su labor atacar permanentemente «la organización parroquial». La primera de sus razones es que «al ser una unidad del lugar, y no de gustos, agrupa a personas de diferentes clases y psicologías en el tipo de unión que el Enemigo desea». Lógicamente se decanta en principio por una organización tipo «congregación» que «hace de cada iglesia una especie de club, y, finalmente, si va todo bien, un grupúsculo o facción». La segunda de sus razones es que por esta [a veces] ansia desmedida de «búsqueda de una iglesia ‘conveniente’» consigue hacer de su «tentado» «un crítico», «cuando el Enemigo quiere que sea un discípulo». El diablo no entiende la querencia de su Enemigo cuando permite y fomenta «una actitud que puede, de hecho, ser crítica, en tanto que puede rechazar lo que sea falso o inútil, pero que es totalmente acrítica en tanto que no valora: no pierde el tiempo en pensar en lo que rechaza, sino que se abre en humilde y muda receptividad a cualquier alimento que se le dé». Esta misma actitud, ante todo en los Sermones, le lleva al diablo a mover y mandar a su tentado «a hacer la ronda de las iglesias vecinas, tan pronto como sea posible».

Ve muchas ventajas tanto en el párroco que lleva «tiempo dedicado a aguar la fe, para hacérsela más asequible» a sus feligreses como en otro tipo de párroco; si bien este caso le es más complejo. En este segundo tipo la maniobra pasa por basarse en la dificultad frecuente de los feligreses por «comprender la variedad de opiniones» de su párroco. Se trata de que un día pase por «comunista», y que al día siguiente no esté lejos de «alguna especie de fascismo teocrático». Que un día sea «escolástico», y al día siguiente este «casi dispuesto a negar por completo la razón humana». Que un día este «inmerso en la política», y al día siguiente declare que «todos los estados de este mundo están igualmente ‘en espera de juicio’».

En medio de esta confusión por el escozor producido por la predicación del párroco «bueno» será también, para el diablo, esencial infundir en el párroco el miedo a pasar por puritano. Es cuestión de que cosas como «las vanidades mundanas», «la elección de amigos» y «el valor del tiempo» se etiqueten y se coloquen en la sección «Puritanismo». El diablo mismo se regodea por esta su ocurrencia: -«¿Puedo señalar, de paso, que el valor que hemos dado a esa palabra es uno de los triunfos verdaderamente sólidos de los últimos cien años? Mediante ella, rescatamos anualmente de la templanza, la castidad y la austeridad de vida a millares de humanos».

En su táctica está como grabado a fuego que, si no se puede mantener al «tentado» apartado de la iglesia, «al menos debiera estar violentamente implicado en algún partido dentro de ella». Y aquí, evidentemente, no se trataría de «las verdaderas cuestiones doctrinales» sino de “todo lo realmente indiferente – cirios, vestimenta –“.

La victoria es suya si cuenta con «el pequeño grupo» que «tiende a desarrollar en su interior una encendida admiración mutua, y hacia el mundo exterior, una gran cantidad de orgullo y de odio, que es mantenida sin vergüenza porque la ‘Causa’ es su patrocinadora y se piensa que es impersonal». El diablo quiere que «la Iglesia sea pequeña no solo para que menos hombres puedan conocer al Enemigo, sino también para que aquellos que lo hagan puedan adquirir la incómoda intensidad y la virtuosidad defensiva de una secta secreta o una ‘dique’».

Para más señas: Carta XVI del diablo a su sobrino por C. S. Lewis.

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