Compostela
No alcancé la meta como resultado de una peregrinación, pero volví a Santiago una vez más. La magnánima plaza del Obradoiro sigue recibiendo cada jornada a turistas y peregrinos que, impactados por la imponente fachada occidental de la catedral, se ven envueltos en una atmósfera sobrecogedora. Una sensación que al transeúnte puede resultarle comparable a lo que ocurre al traspasar dicha fachada, cuando se encuentra con el esplendor del Pórtico de la Gloria, obra maestra de la iconografía que muestra la historia de la salvación: la Jerusalén celeste frente a lo mundano; el Juicio Final con santos y perversos; apóstoles, ángeles, ancianos, evangelistas, profetas o la imagen de Santiago sedente. Una obra resplandeciente, recuperada en una encomiable restauración que permitió liberarlo de su deterioro. Y, unos metros más allá, la meta de la peregrinación: los restos de Santiago el Mayor, discípulo de Cristo, hacia el que se dirige la oración.
La belleza de la ciudad compostelana se percibe recorriendo sus calles, contemplando la piedra mojada que en muchos casos se presenta cubierta por un intenso color verde que transmite el frescor de algo que nace y está vivo. Al abrigo de rúas porticadas o en el interior de conventos, museos, monasterios, es posible captar la esencia de una ciudad cuya vida gira en buena parte en torno al apóstol.
Y dentro del importante fondo religioso de la villa que se describe, entender una vez más, tener la certeza, de formar parte de la Iglesia universal. Quién me iba a decir que, alejada de la Córdoba cofrade en un fin de semana de Cuaresma, iba a estar presente en una propuesta llamada Paixón no Camiño (Pasión en el Camino) un acto en el que se unen un certamen de bandas y las lembranzas dun confrade (recuerdos o vivencias de un cofrade). La tarde anterior a este evento, quiso la Divina Providencia que nuestros pasos se dirigieran hasta el convento de San Francisco, fundado por el propio Santo de Asís. De la capilla de la Orden Tercera salían sones de Semana Santa. Era la Sección Musical de la Vera Cruz, cofradía franciscana, que ensayaba en la víspera de su actuación.
El domingo, las bandas fueron ocupando el escenario del Teatro Principal para interpretar diferentes marchas procesionales. Junto a la citada, la Banda de Nuestra Señora de la Misericordia de Viveiro y la Banda de cornetas y tambores Nuestro Padre Jesús Nazareno de Ferrol. Una tarde para conocer someramente los entresijos de las cofradías del norte de España. Una tarde para comprobar que no somos tan distintos. Una tarde que tendría como colofón la intervención de Jaime Mera, cofrade de la Vera Cruz, capaz de transmitir las distintas escenas de la Pasión desde el interior de los templos compostelanos o las representaciones en las diferentes plazas del casco antiguo. Imaginé, siguiendo sus palabras, el Prendimiento en Platerías o la Virgen de la Soledad saliendo de la iglesia de Santa María Salomé, única dedicada a la madre del apóstol Santiago en nuestro país. Una tarde para el recuerdo en la segunda semana del Tiempo de Cuaresma.